Sobre monstruos y esperanzas: la literatura apocalíptica es literatura fantástica, por Juan Esteban Londoño
Análisis de la literatura de fantasía (Cortázar, C.S. Lewis, Tolkien) como clave para la interpretación del Apocalipsis. Ambos son literatura de esperanza.
SOBRE MONSTRUOS Y ESPERANZAS: LA LITERATURA APOCALÍPTICA ES LITERATURA FANTÁSTICA
Por: Juan Esteban Londoño B.
¡Qué poco revolucionario suele ser el lenguaje de los revolucionarios!... Sería más revolucionario escribir cuentos fantásticos que cuentos sobre temas revolucionarios (Julio Cortázar)
A mi amigo Juan Stam
Nota: Este artículo presenta las tesis centrales propuestas en un artículo más amplio y documentado del mismo autor, llamado LITERATURA APOCALÍPTICA Y LITERATURA FANTÁSTICA, que aparece en la Revista Vida y Pensamiento, de la Universidad Bíblica Latinoamericana, Volumen 29 Número 2, segundo semestre de 2009, de San José, Costa Rica.
Introducción
La literatura apocalíptica ejerce la función de la literatura fantástica para el judaísmo tardío y el cristianismo primitivo. En ella, se halla la descripción narrativa de sueños y monstruos, de lo humano y lo bestial. Su realismo es contado en lenguaje simbólico y mítico. A través de ella se denuncia la injusticia y se anuncia el reino de los santos. Es una incitación a la resistencia a partir del arte, y nunca se limita a las reglas, leyes, tabúes e imperios establecidos. Es una literatura subversiva, no sólo en términos políticos, sino en términos culturales y espirituales. Recoge las heridas de una comunidad aplastada por el imperio helenista o el romano, y las convierte en esperanza y en cantos de liberación. Es evasiva porque sueña con un futuro, pero es realista porque es a la vez una invitación a la construcción de ese futuro en este presente. Es Eu-aggelion, Buena Noticia, ya que anuncia lo futuro como irrupción en lo presente, e incita a las comunidades a resistir y a esperar, sin doblegarse nunca ante las estatuas de lo bestial.
América Latina y el Caribe han bebido profundamente y debe seguir bebiendo de las fuentes de lo fantástico, con todas sus variaciones, como los mitos indígenas, las religiones afro, la música reggae, el realismo mágico y lo real maravilloso. En épocas y lugares donde lo monstruoso de las religiones impuestas, lo agresivo de la técnica sobre los saberes ancestrales, y las alianzas para devastar nuestras propias espiritualidades se imponen como una bestia que surge del mar, es necesario soñar, alimentarse de la simbólica fantástica, y aprender a resistir a partir de la cultura y la fe.
1. Literatura fantástica
Según Tzvetan Todorov, la literatura fantástica “se basa esencialmente en una vacilación del lector —de un lector que se identifica con el personaje principal— referida a la naturaleza de un acontecimiento extraño”[1]. Tiene la particularidad de la extrañeza, del alejarse de sí mismo y de lo convencional para revisar la experiencia humana desde otras perspectivas. Por ello puede mirar el presente a partir del futuro, y sumergirse en la tierra de Fantasía para cargar la existencia propia de nuevas dimensiones e interpretaciones de la vida. La literatura fantástica transporta a otros tiempos y espacios, donde el ser humano mismo alcanza a distanciarse de sí mismo para auto conocerse y retornar transformado. Su virtud es transgredir las censuras, tanto naturales como morales y culturales. Al leer lo fantástico, se tiene la impresión de cruzar los límites de lo censurable, y de ir más allá de lo posible para construir mundo utópicos que permitan una nueva mirada hacia el mundo propio y las posibilidades propias, ensanchando siempre las posibilidades, e insertando los imposibles dentro del marco de lo posible.
De allí la función de lo sobrenatural como instrumento que permite tal distanciamiento para pensar lo humano desde otra dimensión. Según Todorov, la función social de lo sobrenatural en la literatura fantástica consiste en transgredir los tabúes culturales, explicar lo inexplicable, y trascender los imaginarios reprimidos por las épocas. Muchas de las fantasías plasmadas en la literatura fantástica son evidencia (consciente o inconsciente) del deseo humano de las comunidades que las produjeron. En la literatura fantástica, lo sobrenatural está contado a manera de relato. Tanto la función social como la función literaria de lo sobrenatural buscan transgredir las leyes, evadirse de lo común para re-pensarse desde otras esferas, y así volver a la realidad dándole otra mirada. Como señala Julio Cortázar[2], la función de lo fantástico, particularmente en sus propios cuentos, es oponerse al realismo racionalista, rebelarse frente a un mundo regido por leyes y sistemas, y de esta manera mostrar otra opción de comprender.
En la fantasía están presentes los anhelos y las experiencias humanas, particularmente el deseo y el miedo. Dentro de la obra literaria fantástica, van y vienen entre lo monstruoso y lo divino, entre lo heroico y lo grotesco, revelando las experiencias existenciales que atraviesan el drama humano. La fantasía es una oposición directa a la racionalidad occidental y promovida por la cristiandad, funciona como la apertura a las diversas racionalidades y maneras de comprender el mundo, y de esta manera se abre a lo plural y diverso. Por eso no se trata de una literatura evasiva o conformista, sino de una literatura renovadora, reflexiva, que cree en otros mundos y realidades posibles, en otras maneras de interpretar lo humano y lo divino, y se inserta en otros ambientes y climas precisamente para renovar la vida misma y la interpretación de esta. Tal como sucede con la literatura apocalíptica, la evasión en la literatura fantástica consiste en pensar utópicamente, y tratar de construir la nueva tierra inicialmente a través de la palabra, para movilizar a una construcción concreta de esta utopía a partir de acciones concretas.
La literatura fantástica está cargada de elementos apocalípticos. Su paralelo es con la existencia humana. Allí está su referente. No se busca tanto encontrar las alegorías históricas, sino las dimensiones utópicas, que permitan hacer crítica a lo presente desde lo esperado, y que permitan encontrar paralelismos existenciales en lo concreto de la vida. En El Señor de los anillos de J.R.R. Tolkien, el anillo es un instrumento sencillo y pequeño, inofensivo, pero que con la magia literaria refleja lo monstruoso que hay en lo humano. Los seres oscuros son las dimensiones más monstruosas de lo humano mismo, como dijera C.S. Lewis acerca de su obra Cartas del Diablo a su sobrino: “Para encontrar lo demoníaco, busqué en lo más profundo de mis inclinaciones”[3].
En la obra de Tolkien, un elemento que se destaca es la lucha cósmica, donde no sólo intervienen seres humanos, sino aves, seres fantásticos como Elfos y Hobbits, y seres celestes o trascendentes como los Istari, los Maiar, los Valar y hasta Ilúvatar el Dios Creador de la Tierra Media. El Silmarillion[4] cuenta cómo Ilúvatar creó todo lo que es a partir de la música que cantaban los Ainur, precisamente para la belleza misma, porque el fin de la Creación es lo Bello mismo, en lo cual se deleita el mismo Dios, y en lo cual también se deleitan los seres que hacen parte de ella, siendo bellos en sí mismo. Pero el objetivo del Señor Oscuro no es lo bello y lo sabio, sino el poder. Y de allí que la obsesión por el poder devenga en lo monstruoso, y lo bello de Arda misma degenere en la fealdad del egoísmo, de convertirse en un ser destructivo y alienado.
Dentro de esa lucha cósmica, el protagonismo no se lo llevan los seres de más alto rango, sino la gente más sencilla. En Daniel, es la comunidad perseguida la que mantiene la resistencia incluso a costa de su vida. En el Libro de Apocalipsis, es la comunidad de los mártires los que reclaman el actuar de Dios, y resisten a partir de no doblegarse ante la bestia. En El Señor de los Anillos, son los Hobbits, los más pequeños de la historia, los que llevan a cabo la tarea mesiánica, la destruir el instrumento de poder del enemigo, no necesariamente a través de la violencia, sino incluso a costa de su propia seguridad: “Esta es la hora de quienes viven en la Comarca, de quienes dejan los campos tranquilos para estremecer las torres y los concilios de los grandes. ¿Quién de todos los Sabios pudo haberlo previsto?”[5].
Finalmente, se encuentra el elemento más importante en la apocalíptica antigua y en la fantasía contemporánea, y es la esperanza. Hay una mirada de futuro que no permite a los seres de la Tierra Media rendirse ante lo que parece inminente: “¡Que la locura sea nuestro manto, un velo en los ojos del enemigo!”[6]. Esta es la locura de la esperanza, que va en contradicción con el presente, que se alimenta de la utopía para combatir la oscuridad presente, a la que otras personas más conformistas la llaman “realidad”. En este caso, tanto la literatura fantástica como la apocalíptica son inconformes, utópicas, que no dudan incluso de criticar las propias utopías si están legitimando el orden del universo tal como se presenta con sus hambres, injusticias y muertes. Por ello se resisten a creer que la muerte tenga la última palabra, y siempre hay una buena noticia en medio de tanta oscuridad y tristeza.
2. Literatura apocalíptica
La literatura apocalíptica es una forma hebrea de literatura fantástica. Para acercarse a ella, es importante usar la imaginación, y valerse de las intuiciones de la literatura fantástica para comprender su mensaje. La intención de la literatura apocalíptica no es contar un acontecimiento literalmente; sus alusiones al pasado y al futuro también son fantásticas. Lo que pretende revelar es las profundidades de la existencia humana, con sus miedos y deseos, y las honduras de la revelación divina. Tal como lo hicieran Tolkien o Cortázar con sus narrativas de literatura fantástica, también los textos apocalípticos tienen la intención de adentrarse en lo más profundo de la experiencia humana, para re-leer y re-contar la historia, y para permitir a las comunidades judías o cristianas insertarse en el mundo simbólico de la fe para mantener la resistencia y la esperanza ante las adversidades.
Siguiendo a Todorov, la literatura fantástica cumple la función social de romper con lo establecido, y de irse creativamente en contra de las leyes impuestas para proponer una manera diferente de interpretar la realidad. Este es el caso que evidencia Daniel 7. Este es un texto que se vale de los símbolos fantásticos para resistir a la dominación. Muchos de esos símbolos han sido permeados por las mismas culturas que resiste, en una especie de sincretismo. Por lo tanto, la literatura apocalíptica no debe entenderse como una respuesta “pura” frente a lo “impuro”, sino como la re-semantización de muchos elementos culturales babilonios (el árbol sagrado de los templos, los cuatro vientos de Marduk para combatir al caos), persas (la resurrección de los muertos) y helenistas (el trono con ruedas, recordando a Helios en su carro para cruzar el cielo durante el día) para presentar resistencia en sus propios términos. Algo similar con lo que ha ocurrido con las comunidades indígenas en los andes del sur de nuestro continente, las cuales toman las imágenes impuestas por el catolicismo español y les dan su propio significado, re-semantizando, sub-versionando, los símbolos europeos con una carga de sentido a partir de la resistencia y de la identidad a partir de su propia cosmovisión.
La dimensión simbólica de la literatura es katártica. Busca la purificación sicológica a través del terror y la esperanza. Se vale de la literatura para buscar una liberación del peso de una realidad que se hace más y más conflictiva y hostil a la vida. Al igual que la literatura fantástica, la literatura apocalíptica es también evasiva, renovadora y esperanzadora, ya que no pretende alejar a las personas de la realidad para sumergirla en historias que reemplacen la vida misma, sino, por el contrario, contar la vida desde otra interpretación para invitar a enfrentarla y vivirla desde la esperanza de que todo puede ser transformado, de que la injusticia y la muerte no pueden tener la última palabra. Es una literatura de la resistencia. En este sentido es una forma de la literatura fantástica, emparentada con las grandes narrativas universales que pretende cambiar el orden simbólico establecido a partir de la creación literaria de otro orden. Por ello, para el libro de Apocalipsis el gran emperador romano es una Bestia, y Dea Roma es una prostituta ebria. Para el libro de Daniel (cp. 7), los grandes imperios son presentados como monstruos, con rasgos animales, y son vencidos por el Hijo del hombre, figura que representa al pueblo mesiánico para establecer el reinado de Dios sobre la tierra.
Conclusión
Para nuestro continente latinoamericano, en su búsqueda de autoafirmación y autosuperación, en su necesidad de establecer una identidad frente a los monstruos que pretenden devorarlo, se evidencia la necesidad de una creación simbólica a partir de la esperanza. Siguiendo la sugerencia que hizo Julio Cortázar en una conferencia en Cuba, en nuestro continente “sería más revolucionario escribir cuentos fantásticos que cuentos sobre temas revolucionarios”[7]. De esta manera, la imaginación y la creatividad se encuentran con el compromiso social, y se intercambian las libertades para construir una sub-versión, una versión diferente a la establecida, esperanzadora y transformadora. A la manera de la literatura apocalíptica, renovadora en su lenguaje, la literatura en América Latina debe establecer una resistencia cultural a partir del arte y la pluma, y llevar esta esperanza a las comunidades, creando sus propias historias, construyendo sus propias utopías, definiendo los monstruos internos y externos que amenazan y a los cuales hay que resistir.
Cada nueva generación de lectores y lectoras de los textos fantásticos y apocalípticos tomará la identidad de estos pequeñitos, vencedores, silenciosos pero resistentes. Este es el sentido abierto de los textos simbólicos, que no se cierra en la interpretación historicista, ni mucho menos en una futurista, sino que permite encarnar desde diferentes imaginarios la resistencia de los pueblos perseguidos y experimentar con esperanza la venida del futuro o de lo trascendente que inspira para transformar la historia.
[1] Tzvetan Todorov. Introducción a la Literatura Fantástica. México, Premia editora de libros s.a., 1981, p. 84
[2] Julio Cortázar. Algunos aspectos del cuento. En: Obra crítica. Tomo II. Madrid, Alfaguara, 1994.
[3] C.S. Lewis. Cartas del diablo a su sobrino. Madrid, Rialp, 1998
[4] J.R.R. Tolkien El Silmarillion. Buenos Aires, Minotauro, 2002
[5] J.R.R. Tolkien. El Señor de los Anillos. La Comunidad del Anillo. Barcelona, Ediciones Minotauro, 1991, p. 366
[6] Tolkien, p. 364
[7] Cortázar, p. 381