Pat Robertson, Profeta
El estilo de "profecía" de Pat Robertson es totamente contrario a la enseñanza bíblica.
Pat Robertson, Profeta
El famoso teleevangelista Pat Robertson tiene la costumbre, al inicio de cada año, de profetizar algún suceso dramático para el nuevo año. Para el año 2006 profetizó un tsunami a las costas de los Estados Unidos, y para 2007 un nuevo ataque terrorista en territorio norteamericano en alguna fecha después de setiembre.
Al presentar sus predicciones para 2007, el popular predicador tuvo que reconocer que el anunciado tsunami nunca ocurrió. Señaló, sin embargo, que había llovido mucho en algunas zonas de los Estados Unidos, lo que podría considerarse un cumplimiento parcial de su inspirada profecía. En cuanto al profetizado tsunami que no fue, el reverendo comentó, "A veces me equivoco, pero tengo un buen promedio".
"¡Un buen promedio!" Mejor consultemos a la Palabra de Dios y le preguntemos a Moisés que piensa del "buen promedio" de nuestro profeta:
El profeta que tuviera la presunción de hablar palabra en mi nombre, a quien yo no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá... Si el profeta hablara en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló el tal profeta (Deut 18:20-22).
¡Profeta que falla una sola vez, no sobrevive para seguir engañando al pueblo! Si se aplicara hoy esa sentencia bíblica, ¡Pat Robertson, con todo y "buen promedio", hubiera muerto ya varias veces! De hecho, no consta en el Antiguo Testamento que se hubiera aplicado esta "pena de muerte por falsa profecía" contra ningún profeta falso de la época. Pero, ¡qué curioso! La Biblia nos dice que Pat Robertson, quien con toda tranquilidad recomendó el asesinato del Presidente Hugo Chávez, es más bien el que merece morir.
En lo de profecía, para nada vale "un buen promedio". Si la profecía es palabra de Dios mismo, es imposible que falle, ni una sola vez. De hecho, el vaticinar cosas futuras y el revelar secretos escondidos son fenómenos muy secundarios en los profetas bíblicos. Su oficio no fue eso. No todos ellos predijeron el futuro remoto (venida del Mesías, fin del mundo), pero todos ellos sí denunciaron el pecado, la corrupción y la injusticia. Es en eso que los verdaderos profetas, ayer y hoy, no fallan.
Otro pasaje de Deuteronomio es quizá aun más sorprendente:
Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciara señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles... Tal profeta o soñador de sueños ha de ser muerto, por cuanto aconsejó rebelión contra Jehová vuestro Dios que te sacó de tierra de Egipto y te rescató de la casa de servidumbre, y trató de apartarte del camino por el cual Jehová tu Dios te mandó que anduvieses; y así quitarás el mal que está en medio de ti (Deut 13:1-5).
Este pasaje nos enseña que aun una predicción que se cumpla no debe servir de aval a ninguna doctrina, porque puede haberse realizado en servicio de dioses falsos, o sea, de la idolatría. Nuestro protestantismo latinoamericano siempre se ha jactado de rechazar la idolatría, sin darse cuenta que nosotris mismos estámos muchas veces metidos en idolatría hasta la coronilla. La idolatría implícita e inconsciente es por mucho la más sutil y la más peligrosa. Ahí encontramos la idolatría de la prosperidad (¡el Dios dollar!), la patria (el patriotismo dispuesto a apoyar cualquier guerra injusta), de los números y lo grande (la "exitolatría") y mucho más.
La profecía es una cosa sumamente seria, que jamás debe emprenderse ligeramente. No es muy difícil que un dizque profeta o profetisa proclame solemnemente, con su mirada en el cielo y su temblorosa voz una impactante mezcla de misterio y autoridad, "ésta es una palabra de profecía". Nada cuesta pronounciar tales declaraciones. Pero las consecuencias son otros cien pesos. Quién se atreve a hablar palabra profética se expone a la muerte, en muchos sentidos.
En la Biblia, la profecía siempre iba acompañada por la profecía falsa. El profeta enviado por Dios, con un mensaje autorizado para el pueblo, chocaba constantemente con el profeta que pretendía hablar de parte de Dios pero mentía y engañaba al pueblo. Mil veces mejor jamás pretender profetizar, que profetizar falsamente, sin órdenes de lo alto ni un verdadero mensaje divino para el pueblo del Señor.
¿Podría haber falsos profetas hoy? Pablo dice que cuando alguien tiene una revelación profética, "que los demás juzguen" (1 Corintios 14:29). Fue también de profecías que dijo, "examinadlo todo, retened lo bueno" (1 Tesalonicenses 5:21). En nuestro medio, hace muchísima falta ese discernimiento crítico en la comunidad de fe. A menudo pasa lo contrario. El "profeta" sólo tiene que anunciar que cualquier palabra suya es "una palabra profetica", auto-autorizada y auto-autenticada, y por sólo eso, todos dicen "Amén" y nadie juzga, como manda la Palabra de Dios.
Recuerdo el caso de una boda en que el predicador interrumpió la ceremonia nupcial para compartir una revelación profética que había recibido de Dios: los novios que contraían matrimonio en esos momentos iban a ser una pareja ejemplar y servir al Señor en formas que nadie imaginaba. No pasaron muchos años para que ese matrimonio terminó en divorcio y la "profecía" (¡ojalá que todos la olvidaran!) quedó en rídiculo.
Es tan grave el pecado de la falsa profecía, que el Antiguo Testamento dicta sentencia de muerte por cometerlo (Deuteronomio 13:5; 18:20). Como Dios no miente ni se equivoca, el profeta que falla una sola vez es profeta falso y debe morir. Hoy pensamos que si acierta la mitad de las veces, tiene un buen promedio y debe ser escuchado como vocero de Dios. ¡Si aplicáramos hoy el mandamiento bíblico, habría muy pocos profetas con vida y salud en nuesto medio!
En tiempos bíblicos, los profetas enfrentaban también una segunda causa de muerte: la mayoría fueron asesinados por las autoridades que habían denunciado. Los que no fueron asesinados fueron encarcelados, torturados y perseguidos (Mateo 5:12). Por eso Jeremías fue encarcelado y tuvo que ir al exilio; por eso Herodes decapitó a Juan el Bautista. Y en gran parte, por eso crucificaron a Jesús después de ser protagonista de una manifestación de protesta popular (la entrada triunfal) y de cometer un acto de rebeldía pública dentro del mismo templo. Las palabras y acciones auténticamente proféticas suelen poner en peligro la vida del profeta.
Claro, nadie mataría a un profeta por anunciar el futuro feliz de algún matrimonio, o la futura prosperidad de los que siembran una semilla monetaria o el tamaño del futuro "parqueo" de una mega-iglesia, ni mucho menos por profetizar a favor de los poderosos, como hacen muchos profetas hoy. Pero a los verdaderos profetas, los mataban. Por algo debe haber sido.
Moisés fue profeta porque por él Dios reveló su voluntad al pueblo. Elías, el gran sucesor de Moisés en la tradición yahvista y profética, denunció la corrupción del régimen de Acab y anunció el juicio que venía sobre la nación. Tuvo un violento encontronazo con los falsos profetas de Acab, quien le tildó de "perturbador de Israel" (1 Reyes 18:17). Del profeta Micaías dijo Acab, "yo lo aborrezco, porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal" (1 Reyes 22:8). Después de escuchar la profecía de Micaías, Acab dijo, "Echad a éste a la cárcel, y mantenedlo con pan de angustia y agua de aflicción" (22:27). Hoy ningún "profeta" terminaría en la cárcel, o asesinado, por "profetizar" que a alguien le duelo una muela o que fulano va a hacerse rico.
Los profetas verdaderos nunca se callaron ante la falsedad, la corrupción y la injusticia. No todos ellos predijeron la venida del Mesías ni el fin del mundo, pero todos ellos, sin excepeción, levantaron su voz con valentía contra la maldad. ¿Lo hacen también nuestros profetas de hoy?