Misión Integral en el Nuevo Testamento
El modelo de misión en el NT, igual que en el AT, es de misión integral (Conferencia publicada en "Haciendo teología en América Latina". Tomo II)
Misión Integral en el Nuevo Testamento[1]
"La diferencia decisiva entre el Antiguo Testamento y el Nuevo es misión. El NT es esencialmente un libro misionero" [Bosch 1991:17, citando a Rzepkowski]. La venida del Mesías transformó la visión centrípeta del AT en una visión centrífuga que enviaba a los discípulos al mundo entero con las buenas nuevas.[2] Podríamos decir que el NT añade a la misión el aspecto principal cuya ausencia habíamos notado en el AT: el envío misionero a ir a evangelizar a otras naciones.
Sin embargo, esa nueva dimensión de ninguna manera desplaza a la visión amplísimamente integral de la misión que ya hemos visto en el AT. Igual que en otros tantos puntos, la nueva revelación en Cristo no anula lo anterior; más bien, lo engrandece y lo perfecciona. Lo enriquece y le da un "cambio de dirección": ahora la misión será "extravertida", hacia afuera. Ahora la misión se extiende hasta los fines de la tierra (Hch 1.8) y hasta el fin del tiempo (Mat 28.20).
2. El Evangelio y el Antiguo Testamento
Con frecuencia se enfoca la diferencia entre el AT y el NT de otra manera. Se pretende establecer una serie de contrastes (o contradicciones) antagónicas entre los dos -- el AT material, el NT espiritual; el AT terreste, el NT celestial; el AT histórico, el NT suprahistórico (eterno); el AT un mensaje nacionalista, el NT un mensaje universal y trascendental (idealista). Otros agregarían: el AT político, el NT apolítico. David Bosch [1991:20; cf 1993:186] cita las palabras del misionólogo Thomas Ohm, para quien Jesús proclamó un reino "puramente religioso, supra-natural, ultra-mundano, predominantemente espiritual e interior".[3] A esa falacia David Bosch responde que "durante su vida en la tierra, Jesús ministraba, vivía, y pensaba casi exclusivamente dentro del marco del judaísmo del primer siglo" [1991:20].
San Lucas es el único evangelista que nos describe, mayormente en una serie de hermosísimas canciones, los perfiles de la expectativa mesiánica que prevalecía al nacer Jesús. Lucas le da su sello de aprobación y lo plantea como punto de partida para su propio evangelio. Es muy impresionante la continuidad de estos capítulos con el AT. La perspectiva que Lucas expresa, sin el menor indicio de desacuerdo, es fuertemente histórica, política, y judía (nacionalista).[4] Observemos algunas frases lucanas que ubican el ministerio de Jesús firmemente dentro de tales expectativas:
Lc 1.32 (anunciación a María): "el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob".
Lc 1.46-55 (el Magníficat de María: ¡toda una proclama de justicia a los oprimidos!): "Quitó de los tronos a los poderosos...A los ricos envió vacíos...Socorrió a Israel su siervo,...acordándose de su pacto con Abraham". ¡Sería muy difícil caracterizar al Magníficat como "puramente religioso, ultra-mundano, espiritual e interior"!
Lc 1.68-79 (Benedictus de Zacarías): "el Señor Dios de Israel ha visitado y redimido a su pueblo, y nos levantó un poderoso Salvador en la casa de David su siervo...Salvación de nuestros enemigos, acordándose de su pacto y su juramento que hizo a Abraham nuestro Padre que, liberados de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos en santidad y en justicia...Para dar luz a los que habitan en tinieblas ...y encaminar nuestros pies por camino de Shalom.
Lc 2.25-32 (Nunc Dimitis de Simeón): Simeón "esperaba la consolación de Israel...han visto mis ojos tu salvación... Luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel" Según Simeón, Jesús "está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel" (2.34).
La teología que desarrollará Lucas al avanzar con su "evangelio en dos tomos" procederá consecuentemente, sin ruptura, desde este punto de partida. Lucas, varias décadas después de la resurrección, jamás hubiera podido comenzar su evangelio con estos cánticos si Jesús hubiese venido precisamente para anular aquellas esperanzas tan realistas y temporales y a reemplazarlas con un "evangelio espiritual".
De hecho, un análisis de las enseñanzas cardinales del NT y de su modelo misionero nos confirmará nuestra conclusión: el NT no restringe la visión de "misión integral" del AT sino, al contrario, la amplía más, incluyendo su transformación en misión centrífuga.
Debemos reconocer, por supuesto, que el evangelio se concentra cristológicamente en la cruz y la resurrección de Jesucristo, pero eso no debe entenderse como una concentración excluyente de todos los demás aspectos de la historia de la salvación [Stam 1992]. En I Cor 15, para efectos de su polémica con los corintios, Pablo resume el evangelio que él había recibido y proclamado bajo tres acontecimentos ocurridos en un solo fin de semana: la muerte, entierro y resurrección de Jesús (15.3s). Y efectivamente, esos tres sucesos constituyen el núcleo indispensable del evangelio.
Pero esos tres acontecimientos definitivos, a los cuales Pablo aludió en forma tan lapidaria en su apología de la resurrección, no deben entenderse en menoscabo de otros aspectos de la obra de Cristo. El mismo Pablo, por ejemplo, en Rom 1.1-4 define su evangelio por la encarnación ("del linaje de David según la carne") y la resurrección ("declarado Hijo de Dios...por la resurrección") sin siquiera mencionar la muerte de Cristo. En la misma epístola Pablo describe el objeto de fe redentora, otra vez sin referirse a la cruz, como (1) el señorío de Cristo y (2) la resurrección (10.9).[5] Por otra parte, la predicación apostólica en Hechos suele incluir algo que Pablo no menciona ni en I Cor 15.3s ni en Rom 1.1-4: la Venida de Cristo, vista como componente esencial del kerygma [Dodd:1936].
Una pequeña frase repetida dos veces en I Cor 15.3s inserta, dentro de los tres acontecimientos mencionados, todo el mensaje del AT; la cruz y la resurrección, dice Pablo, tienen que entenderse "según las escrituras". Nos equivocaríamos si pensáramos que se refiere exclusivamente a los textos mesiánicos más obvios del AT [cf Dodd: 1952]. En el camino a Emaús, Jesús "les abría las escrituras desde Moisés hasta los profetas" (Lc 24.26s) para enseñarles una relectura cristológica de todo el AT a la luz de su propia persona. Jesús les enseñó una "teología cristiana del AT". Pablo parece referirse a lo mismo en I Cor 15.3s con la frase "según las escrituras". Debemos entender esa pequeñita frase de tres palabras en su sentido más amplio: "conforme a todo el mensaje de la historia de salvación, que nos enseña el AT".
Otro factor que no debemos olvidar: cuando un judío como Pablo leía las escrituras hebreas, estaba leyendo su propia "historia patria" [Stam 1992:19s]. Es como si los ticos pudiéramos leer en nuestra Biblia toda la historia costarricense: Cristóbal Colón, Gil González Dávila, Pedrarias, Pablo Presbere, hasta don Cleto González Víquez y Ricardo Jiménez (¡o que los pinoleros leyeran de Nicarao, Diriangén, Fracisco de Córdova, Antonio de Valdivieso y Augusto César Sandino!). El AT era la única Biblia de los primeros cristianos, y además era para los judíos la única historia nacional de su patria en forma escrita. Es lógico que para ellos el evangelio era también un problema político muy agudo, como nos revela Pablo en Rom 9-11 y otros pasajes. Suponer que Pablo haya leído el AT en forma ahistórica y apolítica es, verdaderamente, una ilusión.[6]
2. La Encarnación y Misión Integral
Es claro de Jn 1.1-18 que la encarnación del Hijo de Dios es la forma máxima de la revelación (Jn 1.18; cf Heb 1.1-3; 1 Tm 3.16) y la clave indispensable de la redención (1.12s). Con la encarnación, Dios mismo asume un cuerpo humano (1.14, sárx) y vive una vida humana, habitando entre nosotros como un ser humano más. En la encarnación Dios mismo se hace un hombre, el Creador (1.3) se hace criatura en medio de las demás criaturas. Así, en el cuerpo físico de Jesús, la unión y comunión entre Dios y la humanidad alcanza también su máxima expresión (cf 1 Tm 2.5).
La encarnación del Verbo nos propone un modelo indispensable para una misionología integral. (1) Es un modelo de identificación. El Hijo de Dios inició su misión por volverse él mismo uno de los que había venido a salvar. La observación humana no podría percibir ninguna distinción esencial entre su humanidad y la nuestra; como auténtico misionero, se hizo carne de nuestra carne y hueso de nuestro hueso. No pretendió "evangelizarnos" desde afuera, desde su divinidad, sino optó por hacerlo "desde adentro" en la misma condición humana, física y vulnerable (sentido básico de "carne") en que vivimos todos nosotros.
(2) Por eso la encarnación es también un modelo de solidaridad. Para salvarnos, el Hijo se solidarizó con nuestra condición. Hizo suyas nuestras enfermedades y dolencias ("carne" vulnerable) para así redimirnos de ellas (Mat 8.17, "tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias", para así sanarlas, Mat 4.23). No vino a los enfermos como alguien mágicamente inmune a toda dolencia, sino más bien como "varón de dolores" (Is 53.3).[7] Cristo hizo suyo todo lo que era nuestro, hasta nuestro pecado y nuestra muerte (2 Cor 5.21; Gal 3.13). La encarnación nos enseña que misión significa solidaridad con los demás.
Don Kenneth Strachan, en El Llamado ineludible [1969], señaló que el "puente" que hace posible nuestro testimonio eficaz hacia los no-cristianos es la común humanidad que compartimos con ellos. En su encarnación, Jesucristo también asumió esa humanidad-en-común, esa solidaridad-en-la-misma-condición-humana (sárx), como punto de partida de su misión.
(3) La encarnación nos da además un modelo de misión como presencia: "habitó entre nosotros, y vimos su gloria" (Jn 1.14). Llama la atención que Jn 1.1-18 en ningún momento alude a la cruz; en este pasaje, la misión fue la misma vida humana que Jesús llevó en medio de nosotros. Tampoco se refiere aquí a la proclamación, tan importante en muchos otros pasajes. Este prólogo nos plantea una "misionología de presencia solidaria".
Según Jn 1.14 la misión de Cristo consistía en una presencia que hacía visible la gloria, gracia y verdad (integridad) del mismo Hijo de Dios (1.14, repetidas en 16s), para así revelarnos al Dios invisible (1.18). Para ser un misionero fiel, no basta hablar; "los misionados" tienen que ver la realidad, poder y belleza del evangelio encarnados en una vida humana "residente en la tierra". La misión auténtica y eficaz nace desde una sana y santa "carnalidad" y "mundanalidad" en sentido encarnacional.
En último lugar, (4) la encarnación significa misión integral. Al asumir nuestra condición humana, Jesucristo se solidarizó con toda nuestra realidad. Obviamente no se limitó a "lo espiritual", ni tomó eso como punto de partida y base de su misión. Tampoco limitó su ministerio al problema espiritual o las necesidades "religiosas" de la gente. Cristo dirigió su ministerio a todas las necesidades humanas: la pobreza, el hambre, la enfermedad, la angustia y hasta la psicosis, y la misma muerte.
Con el ministerio de Cristo no se limita ni se reduce, en nada, la amplitud englobante de la misión integral que hemos visto en el AT. Los hechos de su ministerio y la forma como lo realizó en la práctica demuestran esto sin lugar a dudas. También lo demuestra su propia proclama inaugural, basado en los paisajes isaianos de misión integral:
El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor (Lc 4.18s).
El cuarto evangelio no sólo nos plantea la misión encarnada e integral de Cristo, sino nos comisiona solemnemente para la misma. El Cristo encarnado nos dice a nosotros "De la misma manera como el Padre me ha enviado, así también yo os envío" (Jn 20.21). La encarnación como identificación, solidaridad y presencia fue central a la misión de Jesús, y no puede ser menos para la nuestra. Una misión a la manera de Jesús tiene que ser encarnacional, de presencia concreta, activa, dolorosa y transformadora en medio del mundo y de la historia.
Aunque Pablo no utiliza la misma formula de Jn 1.14, presenta una teología encarnacional casi idéntica. Para Pablo, Jesucristo "era del linaje de David según la carne" (Rom 1.2; cf 9.5). El gran himno cristológico de Fil 2.5-11 destaca que el Hijo de Dios fue "hecho semejante a los hombres" y asumió "la condición de hombre" (2.7s). Pablo acentúa especialmente que toda la obra salvífica de Cristo fue realizada "en la carne" (Ef 2.14s; Col 1.21s). Rom 8.3s destaca con tono paradójico este hecho, repitiendo cuatro veces la palabra "carne" en dos versículos:
lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, Dios, condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.[8]
Desde que Jesucristo se encarnó, murió y resucitó en la carne, y su Espíritu ha tomado residencia en nosotros, el poder de su resurrección opera también en nuestros cuerpos y vidas (Rom 8.10s; Ef 1.19-21). Ahora somos primicias del siglo venidero (cf. Stg 1.18), llamados a ser la levadura, sal, luz y semilla de su reino -- en nuestros cuerpos redimidos. La única respuesta apropiada y fiel al mensaje de la encarnación es encarnarnos también, en una misión integral a la semejanza del Verbo Encarnado.
3. La Crucifixión y Misión Integral
La última consecuencia de la identificación de Jesús con pecadores fue, precisamente, su muerte en la cruz. "Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13.1). Habiendo tomado forma de siervo y condición de hombre, fue "obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2.8). El Verbo Encarnado nos redimió, no por rechazarnos y condenarnos, sino por solidarizarse con nosotros. Ese fue el camino de su misión. Hecho uno con nosotros, llevó esa solidaridad hasta lo último: se dejó identificar hasta con nuestro pecado (2 Co 5.21; Gal 3.13) y nuestra muerte (Heb 2.14s).
El himno de Fil 2.5-11 nos señala el camino de la misión para Jesús y para nosotros (cf 2.5): el camino del "anonadamiento" (la kenosis) y de la cruz.[9] El mundo y los poderosos no pueden entender (ni algunos cristianos tampoco) que ese escándalo de la cruz es el poder y la sabiduría de Dios (1 Cor 1.18-24). Por eso, agrega Pablo, Dios no ha llamado a muchos sabios según la carne, ni poderosos, ni nobles sino lo débil de este mundo, lo vil y menospreciado, "y lo que no es, para deshacer lo que es" (1 Cor 1.25-28). Es claro que esta paradoja del anonadamiento kenótica debe seguir siendo el paradigma cristológico para la misión nuestra también hoy.
Cuando la misión de la iglesia degenera en una búsqueda de poder o prestigio en medio de la sociedad, o cuando privilegia a los ricos y poderosos para dirigirse con preferencia a ellos (Stg 2.1-7), cae en contradicción flagrante con el modelo del Crucificado. Cuando hace del "éxito" la summum bonum de su escala de valores y la meta de sus esfuerzos, ha traicionado a su misión en el preciso momento de creer cumplirla. La iglesia del Crucificado no está llamada a ser la "Iglesia gran Señora", rica y poderosa, sino la "Iglesia Sierva", que sigue los pasos de su Maestro, el Señor que se dignó volverse Siervo Sufriente (Fil 2.7). La misión de la iglesia tiene carácter kenótico.
Muchas veces la iglesia cae en el mismo error fatal (satánico) de Pedro. Pedro confesó con gran claridad, y quizá con algo de triunfalismo, que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente (Mat 16.16). Pero cuando el Señor en seguida anunció su crucifixión, Pedro se atrevió a darle algunos "consejos", para que la cruz no tocara al Mesías, ni mucho menos a Pedro mismo y los demás discípulos (16.22). Pedro quería tener a un Cristo Salvador y vencedor, pero no crucificado; le atraía el evangelio de la gracia barata y las ofertas. En su respuesta, Cristo impuso esa cruz que Pedro repudiaba no sólo sobre sus propios hombros sino sobre los hombros de Pedro mismo y de todo verdadero discípulo del Señor (16.24s). La misión a la manera de Jesús significa para el discípulo negarse a sí mismo y andar con Cristo gozosamente el camino hacia el Calvario.[10] Misión conforme a Jesús significa vivir en discipulado radical e integral e invitar a otros a seguir al Crucificado de la misma manera.
El relato de los dos testigos en Apoc 11 nos ilustra esta verdad en forma dramática. Mientras ellos soplaban fuego y realizaban toda clase de portentos (11.5s: la "iglesia de poder"), sólo lograban enfurecer a los impíos (11.10). Pero cuando murieron con Cristo y resucitaron con él, muchos glorificaron a Dios (11.13).[11] Los dos testigos experimentaron en carne propia lo que fue también el gran anhelo de Pablo: "conocerle a él, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte" (Fil 3.10). En esas palabras el misionero más grande de la época apostólica nos enseña el significado de la cruz para nuestra misión.
René Padilla ha expresado lo mismo en palabras que a primera vista parecen paradójicas y chocantes: "La primera condición de una evangelización genuina es la crucifixión del evangelista. Sin ella el evangelio se convierte en verborragia y la evangelización en proselitismo" [1986:25]. Sólo el mensaje de la cruz nos puede salvar de caer en una evangelización egoísta, o en el "culto a la personalidad" de nuestros televangelistas. Igual que los dos testigos, la fidelidad de nuestra misión brota desde la muerte de nosotros "juntamente crucificados con Cristo" (Gal 2.20), dispuestos como los dos testigos a llevar con Cristo el escarnio y el vituperio, la burla y el aparente fracaso, para vencer con él en el poder paradójico de su resurrección.
La cruz fue para Cristo el punto final de su camino de identificación con "la gente mala": publicanos, leprosos, gentiles, y hasta "una mujer de la ciudad". Su pecado de ser "amigo de publicanos y pecadores" (Lc 15.1) lo hizo insoportable a los fariseos, y fue una de las razones principales por las cuales se empeñaron en buscar su muerte. Hoy, también, la iglesia se encuentra tentada a asumir la actitud de los fariseos y convertir su misión en simple proselitismo elitista. Nuestro modelo tiene que ser Aquel que fue crucificado por estar tan cerca de los pecadores que la "gente buena" lo confundía con ellos como un pecador más. El ejemplo de Jesús nos desafía a hacernos amigos de los rechazados y los despreciados de nuestra sociedad, acercándonos tan atrevidamente a ellos como para ser también rechazados y despreciados como lo fue Jesús. Jesús "fue hecho pecado" para hacernos justicia de Dios en él (2 Cor 5.21).
No cabe duda que tomar en serio esta perspectiva bíblica levantará muchas inquietudes que complicarán nuestra misión. Para mencionar unos ejemplos: ¿Cómo se haría Jesús "amigo de los drogadictos" si viviera en nuestra sociedad? Otro caso: hoy las calles de San José están prácticamente "tomadas" por prostitutas, de ambos sexos y tanto hétero- como homosexuales. ¿Cuál sería la actitud de Jesús hacia ellos y ellas? ¿Cómo podemos nosotros verlos a ellos, en la esquina de nuestra calle, con los ojos de Jesús? ¿Y qué de las víctimas del SIDA, sea por homosexualidad, por drogadicción o simplemente por una mala transfusión de sangre? ¿Una "pastoral del Sida" (como se ha organizado en algunos países de América Latina) pertenecería a la misión que Dios nos ha encomendado?
¿Qué significa hoy ser "amigos" de todas estas personas y muchos otros (precaristas, pandilleros, guerrilleros, y todos los rechazados)? En realidad, el ejemplo de Jesús parece muy peligroso.
4. Señorío de Cristo y Misión Integral
El señorío universal de Jesucristo (Mat 28.18; Fil 2.9-11), a partir de su resurrección y ascensión, es en realidad la base principal de la misión cristiana en el NT [Bosch 1991:39-41]. Pablo declara que Cristo está sentado a la diestra de Dios "sobre todo principado y autoridad y poder y señorío" (Ef 1.21), y que ese mismo poder de su resurrección y ascensión actúa en "nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo" (1.20; cf Rom 8.11). La autoridad soberana de Cristo resucitado y ascendido es, a la vez, la base de nuestra misión como también el poder eficaz, activo en nosotros, para realizarla.
Según Rom 10.9, la salvación viene por confesar a Cristo como Señor, reconociendo que Dios lo ha levantado de los muertos. Muchos han señalado que bíblicamente es imposible recibir a Cristo como "Salvador" (la conversión), pero dejar como optativo la decisión de aceptarlo o no como "Señor" de mi vida (la consagración). Toda fe bíblica y auténtica se somete a Cristo como Señor desde un principio. Al respecto René Padilla ha dado en el blanco:
Sin la proclamación de Jesucristo como Señor de todo, a la luz de cuya autoridad todos los valores de la era presente se relativizan, no hay verdadera evangelización [1986:11].
Evangelizar, por lo tanto, no es ofrecer una experiencia de liberación de sentimientos de culpa, como si Cristo fuese un superpsiquiatra y su poder salvador pudiera separarse de su señorío. Evangelizar es proclamar a Jesucristo como Señor y Salvador, por cuya obra el hombre es liberado tanto de la culpa como del poder del pecado e integrado al propó-sito de Dios de colocar todas las cosas bajo el mando de Cristo... El Cristo proclamado por el evangelio es el Señor de todos, en quien Dios ha actuado definitivamente en la historia a fin de formar una nueva humanidad [1986:10].
I Cor 15.25 y otros pasajes nos confirman que Cristo reina ya, desde su resurrección, "y es preciso que él siga reinando hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies". La meta de todo el proceso histórico, sobre el cual él reina ya desde la diestra del Padre, es que al fin él encabece todas las cosas (Ef 1.10; ta panta, equivalente griego para "el universo").
El señorío de Jesucristo es total, universal e integral. El reina ya, no sólo en los cielos sino también en la tierra; no sólo en la eternidad sino también en la historia; no sólo en la iglesia sino también en el universo entero; no sólo en lo religioso y espiritual, sino en todo, sin excepción alguna. Por eso cantamos:
Jesucristo es el Señor, el Señor, el Señor;
Del universo es el Señor,
En la iglesia es el Señor,
Ya de mi vida es el Señor,
Gloria sea a él.
Si la misión nace del señorío de Jesús (Mat 28.18-20; Rom 10.9), entonces la misión debe tener la misma envergadura del señorío de Aquel de quien somos embajadores. El señorío total de Cristo significa la misión integral de sus discípulos, enviados al mundo para "llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo" (2 Cor 10.5). Si Cristo es Señor del mundo de los negocios, el comerciante y el empresario cristianos son sus misioneros en el mercado. Si Cristo es Señor del taller, el obrero creyente es su misionero en el campo laboral y sindical. Si Cristo es Señor de la cultura, el músico y el pintor evangélicos son sus misioneros en el mundo de las bellas artes. Si Cristo es Señor de la Universidad, tanto el profesor como el estudiante son sus misioneros en la academia. Cumplimos la misión primero en ser buen ejemplo en los campos donde Cristo nos ha enviado, como también en llevar a otros a conocerlo como Señor y Salvador. Todo eso se puede hacer sin salir de nuestro propio país.
La misión en el NT no es menos amplia que la del AT; abarca toda tarea a la cual el Señor de señores nos envía. "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia" (Mat 6.36) es parte integral de nuestra misión, para que venga su justicia y se haga su voluntad en la tierra (Mat 6.10): en tierras ticas, nicas y panameñas. Jesucristo es el Señor de la historia y de la sociedad, aunque todavía hay resistencia del usurpador Satanás y de las potestades. Precisamente por eso nuestra misión nos lleva también al terreno enemigo, a reclamar espacios de justicia para nuestro Señor.
Apoc 19.8, al describir el hermoso vestido de bodas de la esposa del Cordero, dice que "el lino fino es las acciones justas de los santos". Cuando en el nombre del Señor practicamos la justicia, y luchamos por ella, despachamos "lino fino" al divino Tejedor para que ese vestido sea preparado para el día de su venida (cf 2 Pe 3.13).
5. El Pentecostés y Misión Integral
La misionología contemporánea ha redescubierto la importancia central del Espíritu Santo y del Pentecostés para nuestra comprensión de misión integral. Teólogos como Roland Allen, Leslie Newbigen y Harry Boer han estudiado a profundidad la relación entre Pentecostés y misión. Sin recibir el poder del Espíritu Santo, mejor los discípulos se hubieran quedado sentados en Jerusalén (Lc 24.49); sólo revestidos de poder de lo alto podremos ser testigos del Señor (Hch 1.8). Por supuesto el movimiento pentecostal nos ha hecho a todos reconocer la importancia central del significado del Pentecostés.
Es muy importante recordar que el Espíritu de Pentecostés es el mismo Espíritu de los profetas de tiempos antiguos. Ni hay otro Espíritu, ni se ha cambiado el Espíritu de Dios. Pero la más ligera lectura de los escritos proféticos nos impresionará inmediatamente con la gama casi ilimitada de su programa de acción. Se preocupaban por la adoración de Dios y la fe del pueblo, pero también se preocupaban por el abandono de las viudas y los huérfanos (Isa 1.23), la servidumbre humana (Amós 2.6,9), la violencia (Isa 1.15), el robo (Amós 1.11), la acumulación de latifundios (Isa 5.8) y los abusos de los derechos humanos (Amós 1.13; 2.1).
En el Apocalipsis el Vidente de Patmós primero contempla el cielo y escucha cantar a los ángeles (Ap 4,5), pero en seguida protesta contra los precios exorbitantes de la canasta básica (6.6). En toda la Biblia, la misión profética es misión integral.
El día de Pentecostés nos da el mejor ejemplo de misión integral en el Espíritu. El capítulo dos de los Hechos nos presenta un modelo insuperable de misión integral. Todos saben que el Pentecostés comienza con experiencias carismáticas (2.1-13), pero pocos observan que el capítulo no termina ahí. Sigue un sermón sólidamente bíblico y teológico (2.14-36), después del cual unas tres mil personas se convirtieron. (¡Cuán importante y poderosa la predicación expositiva, como este sermón de Pedro, y cuán necesario que nuestros sermones evangelísticos sean realmente bíblicos!). Y después de tan hermosa "campaña evangelística", por decirlo así, sigue la formación sólida de una comunidad comprometida: doctrina, comunión y oración (4.42,46), maravillas y señales (4.43), comunidad de bienes materiales y un extenso proyecto social de "comedores populares" (4.44s; 4.32-5.11; 6.1). En conjunto, constituía "misión integral". ¡Eso sí significa ser pentecostal, pero en obediencia a todo el capítulo dos de los Hechos!
6) Nueva Creación y Misión Integral
Es muy impresionante que la Biblia, escrita durante más de diez siglos, comienza y términa con casi las mismas palabras. "En el principio Dios creó los cielos y la tierra" (Gn 1.1), y al final Dios creará "cielo nuevo y tierra nueva" (Ap 21.1). El tema de la creación es fundamental para el pensamiento de ambos testamentos, y fundamental también para la comprensión de misión integral desde Génesis hasta el Apocalipsis. La meta de la salvación, y por ende de la misión, es la nueva creación que anticipan los profetas hebreos (Isa 65.17ss) y que anuncia el NT (Ap 21-22; 2 Pe 3.13; Rom 8.18-23).
Probablemente pocos lectores del Apoc se dan cuenta de que este libro no termina en el cielo sino sobre una tierra nueva, con una nueva Jerusalén que "desciende del cielo, de Dios" para establecerse en esa nueva creación (21.2,10).[12] Eso es muy importante para nuestra perspectiva sobre la misión. Si la meta final de la salvación fuera exclusivamente celestial, entonces nuestra misión tendría por lógica ese mismo carácter. Pero según el Apocalipsis y otros pasajes, nuestra salvación terminará "sobre tierra", en una comunidad social que Juan de Patmos describe con mucho detalle (21.22-22.5).
La "integralidad" de la misión, iniciada por el AT, se mantiene fielmente hasta la última página de la Biblia. Eso significa que la comprensión de la misión debe ser también amplia e integral. Un aspecto importantísimo de nuestra misión es introducir a otros al conocimiento del Salvador, para que reciban el perdón de sus pecados y el don de la vida eterna. Es muy importante que otros estén reconciliados con Dios y vivan en la comunidad de fe. Es muy importante que por el poder del Espíritu Santo los seres humanos logren victoria sobre el pecado y crezcan en santidad.
Pero la promesa de la tierra nueva, tan enfática en la Biblia, nos hace recordar que nuestra misión se relaciona también con toda la vida física y social de las personas. El ministerio de Jesús incluía sanidades físicas, que anticipaban la resurrección del cuerpo y el día futuro cuando la enfermedad estará abolida para siempre. Hoy también el ministerio de sanidad pertenece a la misión de la iglesia; incluye el ministerio médico, la salud pública, y toda forma de promover el bienestar físico y mental en nuestra sociedad.
La visión de la nueva creación en Isa 65 y Apoc 21 anticipa con muchos detalles una sociedad harmoniosa y justa; 2 Pe 3.13 la describe como un espacio para la justicia. Si es así, ¿cómo pueden las urgentes cuestiones de justicia en nuestra época estar ajenas al evangelio y a la misión de los discípulos del Señor? El mismo Señor que nos mandó "buscar primeramente el reino de Dios y su justicia" (Mat 6.33) y nos ordena orar para que venga el reino de Dios, hoy y aquí, y que se haga la voluntad de Dios en la tierra así como en el cielo.[13] Sería hipocresía orar por la justicia, y después permanecer pasivos frente a las injusticias en nuestras tierras. "A Dios orando y con el mazo dando" se aplica para nuestro discipulado en la sociedad.
Apocalipsis 21 culmina una larga serie de enseñazas bíblicas sobre la tierra. Esta tierra, que Dios proclamó buena en la creación, es muy importante para Dios y para nuestra misión. Dios nos ha puesto como mayordomos de ella, responsables ante él por su cuidado. En ese contexto sorprenden las drásticas palabras de Apoc 11.18 al agregar que Cristo vendrá para "destruir a los que destruyen la tierra". Muchas enseñanzas bíblicas sugieren que nuestra misión conlleva una importante dimensión ecológica.
Podríamos pensar que estos y otros temas son importantes, pero que no pertenecen al evangelio mismo ni a la misión propia de la iglesia. De hecho, muchos evangélicos lo ven así. Pero en el caso de la nueva creación, el NT lo vincula directamente con la salvación al enseñar que los creyentes ya somos "nueva creación". La terminología de 2 Cor 5.17 está repleta de ecos de los grandes pasajes sobre los cielos nuevos y la nueva tierra:
¿Alguno en Cristo?
¡¡nueva creación!!
Las cosas viejas pasaron;
¡mira! se volvieron nuevas.[14]
La palabra "creación" aquí (5.17, ktísis) es el sustantivo griego que corresponde al verbo hebreo "crear" de Génesis 1 e Isaías 40-66, especialmente 65.17s. Aquí no se trata solamente de individuos transformados, sino de la irrupción de la nueva creación como orden transformado de todas las cosas.[15] Igual que en la primera creación, esta nueva creación es también por la Palabra y el Espíritu. Como señala Juan Driver, "la iglesia es la comunidad de la nueva creación en que esta restauración ya ha comenzado por la gracia de Dios y en el poder del Espíritu...La iglesia es una nueva creación y una nueva humanidad".[16]
A la luz de este trasfondo, no es ninguna casualidad que Pablo haya agregado, "las cosas viejas pasaron; todas se volvieron nuevas" (5.17). Ya en el primer anuncio de la nueva creación, Isa 65.17ss, el profeta rodeó su sensacional anuncio con cuatro "fórmulas de olvido", dos antes (65.16) y dos después (65.17).[17] También Apoc 21.1,4 declara, con referencia al cosmos, que "las primeras cosas pasaron; he aquí hago nuevas todas las cosas". Cuando Pablo utiliza ma misma terminología en cuanto a cada creyente en Cristo, está diciendo que la nueva creación comienza ya en nosotros. Nuestra misión es de ser portadores y agentes de la nueva creación, del reino de Dios, del nuevo orden que él ha comenzado a crear.
Conclusión
Hemos intentado demostrar que tanto el AT como el NT enseñan un concepto integral de la misión. Vimos, quizá para nuestra propia sorpresa, que tanto el lenguaje como la enseñanza del AT imparten una visión del "envío" que abarca prácticamente todo tipo de mandado que Dios pudiera pedir a seres humanos, con la única excepción (para el AT) de salir a "evangelizar" a otras naciones.
Después de la venida del Hijo de Dios nuestro privilegio es mucho mayor, inmensamente más glorioso, pues el Señor de la mies nos envía a una misión de buenas nuevas al mundo entero. El NT da a la misión nuevas dimensiones (Cruz y resurrección, justificación por la fe, etc) y una nueva dirección (centrífuga; envío a toda nación). Pero nada en el NT restringe su contenido, ni reduce la amplitud de su significado anterior en las escrituras hebreas. Creemos haber descubierto ese carácter holístico e integral en las enseñanzas bíblicas sobre la encarnación de Jesús (navidad), su muerte, resurrección y señorío (Semana Santa, Ascensión), el don del Espíritu (Pentecostés), y la nueva creación (Venida futura del Señor).
Ante una visión tan grandiosa, sólo podemos exclamar "¡Cuán grande es El!" y ¡cuán grande es nuestra salvación (Heb 2.3)! Que nuestro Señor y Salvador nos tenga siempre fieles, con integridad e integralidad, en esta noble misión que nos ha encomendado, para la gloria de su nombre.
Bibliografía
Bosch 1991 Bosch David J, Transforming Mission: Paradigm Shifts in Theology of Mission (Orbis: 1991), 587pp.
Dodd, C.H., The Apostolic Preaching and its Development (London: Hodder & Stoughton, 1936).
Dodd, C.H., According to the Scriptures (London:Nisbet, 1952).
Driver, Juan, Pueblo a la Imagen de Dios (Guat: Semilla/Clara 1991).
Padilla, René, Mision Integral (Eerdmans: Grand Rapids, 1986).
Stam, Juan, "Historia de la Salvación y Misión Integral" en La Misión de la Iglesia: Una Visión Panorámica, ed. Valdir Steuernagel (San José: Visión Mundial, 1992).
Strachan, R. Kenneth, El Llamado Ineludible (San José: Caribe, 1969).
[1]) Esta ponencia fue presentada en la Primera Iglesia Bautista, San José, Costa Rica, en noviembre de 1993. Posteriormente fue publicada en Oikodomein (México: Comunidad Teológica, III:4, octubre de 1997).
[2]) Es importante recordar que en este trabajo no intentaremos considerar toda la rica y profunda misionología del NT, sino sólo lo que tiene que ver con la "integralidad" de la misión, conforme al tema que nos ocupa.
[3]) La cita es de Thomas Ohm, Machet zu Jüngern alle Völker (Freiburg: Wevel, 1962), p.247. Muchos evangélicos latinoamericanos han apelado a textos como 2 Cor 10.3-5 y Ef 6.12 para defender la misma tesis. Pero esos pocos textos, en su contexto y en el contexto global del pensamiento bíblico, están lejos de demostrar tal contraste cualitativo entre ambos testamentos.
[4]) Evidentemente Lucas entendía que las promesas explícitamente judías de estos cánticos se cumplirían (aunque de otra manera) en la iglesia como "nuevo Israel" y en la misión que constituye un tema central de sus dos tomos. Pero sí se iban a cumplir, y por eso las cita en el inicio de su evangelio.
[5]) La Gran Comisíon, según Mat (28.18-20), parte del señorío de Cristo (28.18) para llamarnos al discipulado integral (28.19s). Mat 28.18-20 y Rom 10.9 pertenecen a una categoría de textos conocidos como "pasajes de exaltación", que no suelen mencionar la cruz.
[6]) Es importante recordar también que las escrituras hebreas eran la única Biblia de Jesús y de la iglesia apostólica. En cuanto al aspecto bíblico, la iglesia novotestamentaria era una iglesia del AT, pues no tenía aún el NT.
[7]) Ver el "Altar de Isenheim" atribuído al pintor Grünewald.
[8]) Algunos evangélicos han afirmado que Pablo da menos énfasis o ninguno a la encarnación y al Reino de Dios, y concluyen que esos temas pertenecen sólo a una primera etapa de la fe cristiana. Pero olvidan que Pablo fue el primer escritor del Nuevo Testamento; todos los evangelios fueron escritos después de sus epístolas. Por lo tanto, estos temas sin duda estuvieron presentes antes de Pablo y a la vez mantuvieron su vigencia despúes de él, ya que son centrales en los cuatro evangelios, posteriores a Pablo, y encuentra su más clara expresión en Juan, probablmente a finales del primer siglo.
[9]) El término "kenosis" viene del verbo griego (ekénosen) traducido "se despojó" en Fil 2.7. Su significado literal es "vaciarse"; ver Nelson 1989:632.
[10]) Vale la pena señalar el lenguaje de "anonadamiento" (hacerse "no-nada") no sólo en Fil 2.7 sino también en 1 Cor 1.28 ("lo que no es") y Mt 16.24 (negarse a sí mismo).
[11]) Es la única vez en el Apocalipsis que hay una respuesta positiva de los infieles, ¡precisamente por la muerte de los mensajeros! Lo típico en Apocalipsis es lo contrario: "y sin embargo no se arrepintieron" (9.20; cf. 16:9,11s).
[12]) Es pregunta aparte cuáles otros pasajes enseñan un fin "celestial" y "espiritual" para los creyentes, pero el hecho es que el Apocalipsis no termina así. Sorprendentemente, al puro final del Apocalipsis el "movimiento" no es de debajo hacia arriba sino desde arriba hacia abajo ("desciende").
[13]) Por supuesto el reino vendrá en plenitud sólo al regresar Cristo, pero el Señor nos ordena orar para que aquí y ahora se manifieste el reino y se realice la voluntad de Dios en la mayor medida posible.
[14]) Traducción personal del griego. Cf. la traducción de NBE: "donde hay un cristiano, hay humanidad nueva; lo viejo ha pasado; miren, existe algo nuevo". Ver también Driver (1991), p.174.
[15]) Cf Ef 2.10,15; 4.24; Col 3.10; y Stg 1.18.
[16]) Driver (1991), pp.18, 172.
[17]) Cf similares "fórmulas de olvido" en Isa 43.18s; 48.6s; 65.16b-17; y Jer 3.16.