México vs Costa Rica, el futbol nos une, por Mario Alberto Hernández
En vísperas del partido entre Costa Rica y México, un apreciado pastor mexicano ofrece una reflexión sobre el futbol y la unidad de la iglesia. El hermano es pastor de la Iglesia de Dios del Séptimo Día.
México vs Costa Rica, el futbol nos une
Existen pocas cosas en este mundo que puedan unir de manera pacífica a las personas, sobre todo cuando se trata de fomentar una sana competencia sin rivalidades extremas. El futbol es una de ellas, de vez en cuando las sociedades necesitan recordar que las fronteras de los países son una realidad muy mundana, alejada de los planes de Dios para el establecimiento de su Reino, aunque mientras las cosas sigan en manos de hombres, debemos aprender a convivir con ello.
Existen diversos tipos de unidad en el mundo, todos estamos convencidos de que la unidad es lo mejor que le puede pasar a cualquier grupo social, incluyendo a la iglesia. En las sociedades, la unidad es sólo un medio de poder para alcanzar los diferentes objetivos que se persiguen. Nuestros países de América latina tienen un pasado común que se ve reflejado tanto en el mestizaje como el idioma español a través de una conquista que nos posicionó como hermanos de los mismos dolores, compartiendo la misma matriz que concibió este pueblo fuerte, aguerrido que sabe llorar y que sabe cantar.
Hubo otra época, no muy distante, incluso los que tenemos 30 años o más la recordaremos con cierta nostalgia, cuando la sociedad era una gran masa dirigida por los pensamientos de sus líderes políticos, religiosos, e incluso artísticos. Los pensamientos y valores de la sociedad estaban marcados por lo que la mayoría pensaba o creía. El que pensaba diferente acerca de las máximas que la sociedad se había creado, era visto con reservas y con desconfianza.
En este momento, esta realidad ha cambiado, hoy vivimos “El Efecto Babel” una época de ideologías diferentes, donde se privilegia el individualismo y se rechaza el carácter de lo absoluto, todo es relativo, todo puede ser bueno o puede ser malo, se busca la novedad y se rechaza lo antiguo. Cada vez, grupos más diferentes a los que conocíamos comienzan a tener auge, en México por ejemplo, existen lo que se llama “tribus urbanas”: emos, darketos, punketos, y muchos más. Es el valor de lo diverso, poder convivir en medio de la pluralidad. Contrario a lo que observamos hoy, anteriormente las sociedades convergían bajo la tutela de los valores del pueblo, patrocinados por naciones éticamente homogéneas, partidos políticos únicos en el poder, el monopolio de los medios de comunicación de cada nación entre otros.
Para la Iglesia del Siglo 21, este es un reto que debe ser valorado a fin de enriquecer nuestra vivencia de fe comunitaria. Las iglesias pasan también por estos procesos de pluralidad, donde aprendemos ahora que no es lo mismo la expresión de los dones espirituales de la Iglesia de Corinto que los de la Iglesia de Éfeso, como tampoco es lo mismo la iglesia bautista en Guatemala que la Iglesia Bautista del Perú, somos diferentes y esta es parte de la obra de Dios. Sin embargo dentro incluso de las localidades de iglesia, muchas veces, nuestro credo y nuestras diferencias litúrgicas nos hacen cada vez más distantes unos de otros. Cada quien tiene su color de camiseta y creemos que somos únicos e irrepetibles, entonces se dan diferencias que terminan siendo odios que generan rencores y amarguras interminables.
La lucha por la unidad en medio de nuestras experiencias distintas no es una lucha particular de la iglesia de hoy. Si así fuera, tendríamos que buscar una manera de solucionar este problema fuera de las Escrituras, pero ¿Existirá en la historia bíblica, o al menos en el momento del nacimiento de la iglesia primitiva, una respuesta que nos aclare, si el perfil de la iglesia debe ser único e ideal, tal como lo fue en las congregaciones nacientes del primer siglo de la era cristiana? ¿Dirá algo las Escrituras acerca de la originalidad de la iglesia en cuanto a la conservación de valores, dones y ministerios inamovibles, en cuanto al trabajo evangelístico didáctico y pastoral? ¿Habrán comprendido de una sola y única manera el camino de la salvación? Quiero exponer solo algunos elementos de fácil comprensión.
En el Antiguo Testamento, cuando Israel nació como pueblo de Dios en el Sinaí, Dios le dijo que sería su especial tesoro, pero a la vez les exigió que fueran diferentes de las naciones vecinas. Las severas leyes en Deuteronomio, y sobre todo las advertencias del capítulo 28, son un testimonio de la preocupación de Dios por mantenerlos fuera del alcance del mundo idólatra y pagano. Israel se esforzó por lograrlo pero muchas veces se vio tentado a renunciar a la alianza con Dios. En el período final del gobierno de los jueces, ya en tiempos del profeta Samuel, Israel pidió al profeta un rey para unificar a las doce tribus. Le quitaron el lugar a Dios para darlo a los hombres, buscando un rey que los gobernara “como lo hacían las demás naciones”. Dios quería que su pueblo fuera consagrado, distinto entre las naciones, diferente a todos los reinos de la tierra, pero por el contrario, Israel fue en busca de lo que estaban haciendo los demás. Para ese tiempo Israel vivía una anfictionía (asociación de tribus). Cada tribu tenía sus jefes de familias y así se gobernaban, pero esto no les pareció bueno ante las amenazas de sus enemigos de guerra. Entonces buscaron algo que los constituyera como nación para lograr la unidad, necesitaban no sentirse vulnerables ante los enemigos constantes que los asechaban, y lo primero que pensaron fue en establecer la monarquía como forma de gobierno.
La Monarquía y el Templo fueron los más fuertes aspectos “unitivos” (de unidad) en la vida de la nación. Israel se congregaba en torno al Rey y al Templo, era como el punto de encuentro ante la diversidad de las tribus conviviendo como hermanos. Sin embargo, por causa de los muchos pecados del pueblo, y porque los pensamientos del hombre son inferiores a los de Dios, el reino se dividió en tiempos de Roboam hijo de Salomón. Primero un rey los unió y los fortaleció, y después otro rey los dividió. Con el paso del tiempo, a la llegada del exilio en Asiria (reino del norte, Israel) y en Babilonia (reino del sur, Judá), la monarquía desapareció, y el templo fue destruido. Años más tarde, el Templo fue reedificado, pero muchos judíos que vivían en la diáspora (comunidades judías fuera de Israel), no podían viajar cada año a Israel, así que el templo era inaccesible para muchos israelitas. Entonces nacieron las sinagogas, lugares de estudio de la Torah, donde algunos grupos judíos buscaban mantener una vida de pureza y santidad para esperar e incluso provocar así la venida del Mesías.
Los judíos que se habían dispersado por toda Asía, partes de Europa y Alejandría, especialmente estos últimos, se encontraron con la cultura y filosofía griega. Los israelitas, que vivían en medio de otra cultura establecieron un diálogo con el medio ambiente griego. Los eruditos en ese diálogo, se abrieron a escuchar estos nuevos conceptos y de ahí resultó un enriquecimiento de la reflexión judía en los campos de la filosofía, de lo ético y lo espiritual". Hay ejemplos de esto como es el caso de Pablo, un judío de la diáspora que luego que se encontró con Jesús y realizar un apostolado al mundo judeo-romano y gentil, en sus cartas enumera listas de pecados y virtudes que se asemejan a los conceptos éticos de la filosofía griega. En el tiempo de Jesús, encontramos un judaísmo mixto, había grupos que rivalizaban entre ellos por ideologías políticas y por conceptos teológicos, así como por actitudes hacia el templo, e incluso por los libros que aceptaban como “sagrados”.
No podemos defender, ni en el Nuevo Testamento ni en el Antiguo Testamento, la unidad basada en formatos, estereotipos o tradiciones. Israel ha sido a la vez único, múltiple y plural. Ha tenido distintas formas de auto comprenderse y de interpretar su historia. Lo sorprendente es cómo Dios ha integrado todas estas diferencias en un mismo canon. La Biblia, que no es una sola historia, ni de un solo tiempo, ni de una sola cultura e incluso no es tampoco de un solo idioma nos comprueba esta verdad. Sin embargo, Toda viene a ser Palabra de Dios, y Toda conserva su unidad.
La unidad del pueblo de Dos no quedó asegurada tampoco por el parentesco sanguíneo como muchos hasta hoy piensan, hubo gran cantidad de matrimonios mixtos en el tiempo de Nehemías y aún en el tiempo de Jesús pesaba las mezcla de raza de los samaritanos a quienes los judíos veían como pecadores. La historia bíblica nos ha enseñado que cuando un pueblo quiere permanecer unido por elementos mutables (movibles), como la tierra, el idioma, los reyes, e incluso los templos, en cualquier momento ese pueblo tiende a desaparecer. Israel vivió mucho tiempo sin rey, sin tierra y sin Templo. Cuando más quiso conservar la pureza de su nación, más se desintegró.
Dentro del Nuevo Pacto no hay excluidos, Jesús vino a salvar a todos porque todos necesitamos salvación, sin importar las diferentes plataformas en que nos movamos. Recordemos el primer conflicto de la iglesia registrado por el libro de Los Hechos de los Apóstoles originado por una rivalidad heredada del Israel histórico entre los judíos de tradición griega (venidos de la diáspora) y los que se sentían más puros por ser nativos de Israel (Hch 6, 1). El apóstol Pedro consideró a los creyentes en Cristo, judíos y gentiles como verdaderos miembros del Pueblo de Dios y herederos de los títulos gloriosos de Israel (I Pedro 2:9). Esta nueva comunidad, consideraba hermanos aún a los esclavos a quienes había que tratar con dignidad. Y mientras que en Jerusalén, algunos acentuaban la exigencia de observar la Ley de Moisés como requisito para ser parte de la iglesia, en las iglesias formadas por Pablo y otros predicadores se privilegiaba la fe como medio único para alcanzar salvación (Rom 10, 9).
Basado en esta respuesta, quiero decir, que nada, absolutamente nada de lo que existe debajo del cielo, (“debajo del sol” como dice el Eclesiastés), ha dado ni puede darnos unidad. La unidad nunca será garantizada por sus líderes, ni por nuestros acuerdos, ni por alguna cosa creada. Cualquier unidad basada en las cosas que perecen, se desvanecen o cambia con el paso del tiempo, y pone en riesgo tanto la unidad como la diversidad del Cuerpo de Cristo. La diversidad no es algo que tenga que cuestionarse porque es una realidad y porque es parte de la misma constitución de la comunidad de fe que formamos.
¿Entonces en quién descansa la unidad de la iglesia? ¡Solo en aquel que descendió del cielo! ¿Quién como Jesús para unirnos verdaderamente con Dios y los hombres? Solo a través de su sangre podemos ser verdaderamente libres, libres para abrazar a nuestros hermanos, libreas para vencer las fronteras que impiden al amor llegar más allá de nuestro egoísmo. El hombre tiende a suprimir las diferencias a base de censuras irracionales. Crea tabús y leyendas para proteger sus tesoros ideológicos ocultando la verdad en la cortina de la tradición. La Iglesia es divina, es de Dios, pero a la vez es humana y no está libre de esta tentación. En ella se manifiestan las dificultades que implica aceptar que el otro también existe, y sí, que Dios también lo ama.
Gracias al mensaje poderoso que nos relata un evangelio “contado cuatro veces” por diferentes escritores (Mateo, Marcos, Lucas Juan), la unidad de la Iglesia de Cristo es posible a pesar de las diversidades con las que el ser humano se manifiesta en su búsqueda de Dios. Tenemos en nuestras manos la respuesta a la reconciliación de los pueblos divididos por el odio. La respuesta a los muros de la vergüenza entre países ricos y países pobres, la opción de Dios de estar cerca como hermanos derribando nuestro egoísmo y haciendo a un lado nuestras particularidades.
La humanidad sin Cristo, es muy parecida a aquellos hombres que construyeron Babel, aquellos que a pesar de estar juntos no se entendían. Porque quisieron ser como Dios caminando sin él. La diversidad no es el problema pues Dios siempre ha optado por que cada individuo construya su camino en la búsqueda de Dios desde su propio entendimiento, contexto e historia. El fenómeno de Babel expone públicamente las debilidades y la vergüenza de aquellos que buscan estar unidos para odiar, para acumular que se unen para atacar al más débil. De vez en cuando, Dios vuelve a bajar a mirar su creación y ver que estamos haciendo, establece sus juicios o sus recompensas. La respuesta para el mundo dividido por las fronteras culturales, geográficas y de idiomas fue el derramamiento del Espíritu de Dios sobre toda carne. Y la opción de Dios, es la misma que la biblia ofrece en el derramamiento para su Iglesia de aquel consolador que vistió el Pentecostés del ropaje de la gloria de Dios sobre toda carne, donde a través de su unción, Dios establece su amor sin distinciones, donde la gente oye hablar el idioma verdaderamente universal, el del evangelio.
Disfrutemos de la pasión de aquellas cosas que temporalmente nos unen como el futbol, pero pongamos en alto honor la vida de aquel que tiene la más grande de todas las victorias, cuya guirnalda descansa eternamente en su cabeza.
Mario Alberto Hernández Alvarado Pastor, Iglesia de Dios del Séptimo Día