Martín Lutero y las libertades modernas
Martín Lutero fue uno de los pioneros de la libertad.
Martín Lutero y las libertades modernas[1]
En un homenaje para el quinto centenario del nacimiento de Martín Lutero, el filósofo costarricense Roberto Murillo sostuvo que "la semilla de la afirmación moderna de la subjetividad y de la libertad estaba ya en la ruda palabra de Lutero... Lutero inicia el descubrimiento de la subjetividad y de la libertad moderna" (La Nación, 25 de noviembre de 1983).[2] Según Murillo, "El primer paso del pensamiento moderno es una negación de la idolatría", que surge en Lutero "ante la ausencia de la fe" y ante "el silencio organizado sobre la Palabra de Verdad", crisis que él experimentó primero en sí mismo y después en la cristiandad organizada de su época (cf. L. Febvre, Martín Lutero, p.71).
Que Lutero fue un hombre de profunda inspiración cristiana, es reconocido hoy por la mayoría de los teólogos e historiadores. Pero fue también un hombre de intensas contradicciones y tensiones. Luchaba militantemente por "la Libertad del Cristiano" (título de un tratado suyo de 1520), pero a la vez limitaba esa libertad esencialmente a la esfera religiosa, apoyó casi incondicionalmente al poder político de los príncipes, y se opuso con violencia a la lucha campesina. No obstante, con todas sus ambigüedades y contradicciones, el pensamiento libertario e igualitario del joven Lutero marcó época e hizo un aporte irreversible a la historia de la libertad.
Teológicamente, se suele resumir las afirmaciones de la Reforma evangélica en tres puntos: (1) la justificación por la gracia mediante la fe, (2) la sola autoridad normative y definitiva de las Sagradas Escrituras, y (3) el sacerdocio universal de todos los creyentes. Sin pretender que estos tres principios agotaran el sentido teológico de la Reforma, queremos demostrar la fuerza profundamente liberadora que introdujeron, cual levadura, en la evolución del pensamiento moderno.
(1) Para Lutero mismo, su descubrimiento de la justificación por la pura gracia de Dios le liberó del terror ante un Dios iracundo y vengativo. "La conversión de Lutero de la Ley a la Fe debe entenderse como una apertura ante la gracia...renunciando no sólo ni principalmente a la idolatría de las imágenes ni a la presunta acción automática de los sacramentos", escribe Murillo, "sino en primer lugar a la soberbia de la autosuficiencia. La conquista de la subjetividad y de la libertad, en el dintel del Siglo XVI, es paradójica y obligadamente renuncia a esta substancialidad del alma individual que no conoce su propia nada, su propio vacío, sin el cual Dios no puede llegar a habitar en ella". En contraste con la libertad abstracta de indeterminación, "se consuma la máxima libertad allá donde se pierde más completamente en Dios" (La Nación, 3 de diciembre de 1983).
Para Lutero, esta "libertad del evangelio" estaba por encima de toda autoridad y de todas las leyes humanas. El sistema papal le parecía una intolerable contradicción a esta libertad evangélica; el papa, escribió, había dejado "de ser un obispo, para convertirse en un dictador" (S. S. Wolin, Política y Perspectiva, p.158). Era imperativo restaurar "nuestra noble libertad cristiana", pues "se debe permitir que cada hombre escoja libremente..." (ibid, pp. 156,158).
Desde el tiempo de los fariseos, la mentalidad legalista, basada en la autosuficiencia de los méritos propios, siempre tiende a producir dos extremos: o el fariseo o el publicano. El fariseo está segurísimo de su propia justicia, a base de obras de moralismo externo, pero de hecho no es ni justo ni realmente libre. El publicano, en cambio, se desespera por su falta de mérito y su insuperable fracaso en lograr su propia vindicación. Pero ninguno de los dos puede hacer el bien libremente, puesto que la realizan sólo como medio para alcanzar su propia auto-justificación.
El mensaje evangélico rompe este círculo vicioso. Dios en su gracia divina recibe al injusto y lo justifica, "no por obras, sino para buenas obras" (San Pablo, Efesios 2:8-10). La gracia (járis) de Dios despierta nuestra gratitud (eujaristía) y nos transforma en personas nuevas que buscamos hacer la voluntad de Aquel que nos ha redimido. De esa manera, la gracia de Dios nos libera tanto del legalismo y moralismo (heteronomía moralista) como del fideismo y la "gracia barata" de una fe puramente formal y verbal. La gracia nos hace libres para hacer el bien, no para lograr una justificación propia ante Dios, sino para agradecer y glorificar a Aquel que nos justificó por fe.
(2) La misma paradoja liberadora aparece en la afirmación luterana de la sola autoridad normativa de la Palabra de Dios. El principio de sola scriptura relativiza necesariamente toda tradición y toda autoridad humana, aun las eclesiásticas. Ninguna autoridad human puede imponerse sobre la conciencia del creyente, si no puede fundamentarse en las escrituras. Lo expresó Lutero elocuentemente en su defensa ante el Dieta de Worms (1521):
A menos que se me demuestre de las Escrituras o por una razón de evidencia (porque no acepto la autoridad ni del papa ni de los concilios solos), no puedo retractarme. Mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios...Porque actuar contra la propia conciencia no es ni correcto ni prudente.
Años después Lutero dijo, "Soy teólogo cristiano. Quiero creer libremente y no ser esclavo de la autoridad de nadie. Confesaré con confianza lo que me parece cierto". Sobre su monumento en Worms están escritas estas palabras: "los que conocen verdaderamente a Cristo no pueden nunca quedar esclavos de ninguna autoridad humana". "La Palabra de Dios", escribió Lutero, "que enseña la libertad plena, no debe ser limitada" (Wolin , ibid., p.155).
Estudiosos de la Reforma han llamado esto "el principio protestante": sólo Dios mismo es absoluto, sólo su Palabra divina puede ostentar autoridad final. Cualquier otro absoluto no es Dios, sino un ídolo. Por lo mismo, sólo las Escrituras, fiel y cuidadosamente interpretadas en la comunidad creyente, pueden fundamentar artículos de fe. Ni el papa ni los concilios, ni las tradiciones ni los pastores ni los profesores de teología, pueden imponer sus criterios con autoridad obligatoria.
(3) Finalmente, la afirmación reformada del sacerdocio universal de todos los fieles (ver 1 Pedro 2:9; Apoc 1:6; 5:10) impulsa lógicamente un proceso de progresiva democratización dentro de la Iglesia, y por consiguiente dentro del mundo moderno. Para Lutero, todo cristiano es un sacerdote y un ministro de Dios, y toda la vida, todo empleo y oficio, son vocación divina dentro del mundo. "Una lechera puede ordeñar las vacas para la gloria de Dios", decía Lutero. En un pasaje aun más atrevida, afirma que "Todos los cristianos son sacerdotes, y todas las mujeres sacerdotisas, jóvenes o viejos, señores o siervos, mujeres o doncellas, letrados o laicos, sin diferencia alguna" (R. García-Villoslada, Martín Lutero, Vol. I, p.467).
Es cierto que los Reformadores no llevaron este principio hasta sus últimas conclusiones. Conservaron mucho del clericalismo heredado de largos siglos de tradición eclesiástica. Sin embargo, algunos, conocidos como Anabautistas de la "Reforma Radical", llevaron el principio del sacerdocio universal un buen paso adelante. Hoy día, tanto en círculos católicos como protestantes, se reconocen los carismas de todos los fieles y se cuestiona constantemente el clericalismo y el autoritarismo que, lamentablemente, han prevalecido en la iglesia protestante como también en la católica.
En resumen: el paso de la Edad Media al mundo moderno significó un cuestionamiento radical del autoritarismo medieval y la evolución de una serie de libertades humanas que hoy día damos por sentados. En ese proceso, Martín Lutero jugó un papel decisivo. Su mensaje de gracia evangélica nos libera del legalismo (autoritarismo ético). Su insistencia en la autoridad bíblica, interpretada crítica y científicamente, nos libera del tradicionalismo (autoritarismo doctrinal). Su enseñanza del sacerdocio universal de todos los fieles nos libera del clericalismo (autoritarismo eclesiásctica).
[1] ) Este artículo fue publicado en la revista Universidad (Universidad de Costa Rica, #751, 1986, p.16), en ocasión del día de la Reforma de 1986..
[2] ) NOTA: Pueden compararse las palabras de José Martí: "Todo hombre libre debe colgar en su muro, como el de un redentor, el retrato de Lutero" (citado por Alfonso Rodríguez, La Nueva Democracia, #10, p.52).