Los Siete Mundos de Juan de Patmos
El contexto de Juan era muy diverso. Hay que tomarlo en cuenta para entender el libro.
Los Siete Mundos de Juan de Patmos
Para entender bien cualquier escrito antiguo, es necesario hacer el esfuerzo de entrar, hasta donde sea posible, en el mundo del autor y sus lectores y lectoras. Hoy día la mayoría de los lectores del Apocalipsis insisten en leerlo como si fuera escrito en nuestro mundo y para nuestro mundo moderno, olvidándose del contexto original del libro. En este ensayo queremos comentar brevemente “Los siete mundos de Juan de Patmos”, como trasfondo para una mejor lectura de su fascinante libro.
Muchos comentaristas del Apocalipsis caen en el error de interpretarlo exclusivamente en un mundo ajeno a su verdadero horizonte, como si Juan estuviera escribiendo directamente para nosotros y no para sus propios hermanos y hermanas del primer siglo. Esta relectura caprichosamente “contextualizada” y “modernizante”, de autores como Hal Lindsey, Robert van Kampen y muchos otros, ve en el Apocalipsis muchas cosas que Juan jamás hubiera imaginado (el mercado común europeo, el petróleo, bombas y aviones, Moscú y Sadam Hussein) y no ve lo que Juan realmente estaba viendo (el culto al emperador romano, los precios del trigo y la cebada, el comercio internacional del imperio, etc.).
Además, esas lecturas arbitrarias del Apocalipsis, aunque muy sensacionalistas, le roban al libro toda su belleza y empobrecen su mensaje. Es un patético reduccionismo que pierde toda la riqueza de un libro lleno de alusiones sutiles a una variada y amplísima tradición ya conocida por sus oyentes. En los años de investigación para preparar mi comentario del Apocalipsis, encontré siete “mundos” de Juan de Patmos que me ayudaron a entender el Apocalipsis y apreciar su tremenda riqueza.
(1) El mundo del imperio romano: Es impresionante, leyendo los mensajes a las siete iglesias (Ap 2-3), cuán profundamente Juan conocía la realidad de las congregaciones que pastoreaba y de las ciudades donde estaban ubicadas. Entendía bien el fanatismo idolátrico de Pérgamo, “donde Satanás tiene su trono” (2:13), y el tranquilo descuido de Sardis, cuya escarpada acrópolis había caído tres veces por falta de vigilancia (3:3). Comprendía el desgaste espiritual de una iglesia de creyentes de segunda generación (Éfeso 2:4), el sufrimiento de congregaciones perseguidas (Esmirna 2:9; Filadelfia 3:9), y las trampas del éxito de iglesias ricas y famosas (Sardis 3:1; Laodicea 3:16). No cabe duda -– ¡Juan de Patmos era un pastor admirablemente contextualizado en su mundo contemporáneo!
Leer este libro de fines del primer siglo sin una constante referencia al imperio romano es simplemente leerlo mal. De 17:9-11 queda evidente que toda la historia de la bestia (cap. 13) se refiere en primer término, explícitamente, al imperio romano de su época. “Las siete cabezas son siete colinas [un apodo muy conocido para la Roma imperial] y son siete reyes, cinco han caído, uno está gobernando” y el séptimo durará poco tiempo. Ese septimontium no puede ser otra ciudad que la Roma antigua, y esos cinco reyes que habían muerto no pueden ser ni papas (ningún papa había muerto, y mucho menos cinco) ni reyes ni dictadores del siglo XXI. La gran ramera es “la gran ciudad que está reinando sobre los reyes de la tierra” (17:18). Estos pasajes nos dan una clave hermenéutica que nos obliga a interpretar todo el libro con constante referencia al imperio romano. Aquí cabe el conocido refrán, “el texto sin su contexto es un pretexto”.
Juan muestra una preocupación muy especial por las injusticias económicas del imperio romano (1998: 62-99). La figura del caballo negro es una vehemente denuncia de la especulación con la canasta básica de los pobres a favor de la agroexportación de los ricos (6:5-6). El lamento de los mercaderes es una canción de protesta contra el comercio internacional de lujos (18:11-17). Y la tantas veces malinterpretada “marca de la bestia” denuncia los bloqueos económicos con fines ideológicos (13:17 “no permite comprar ni vender”; 1995:132-144).
Todo eso no niega las perspectivas proféticas del libro. Juan habla de la venida de Cristo, el juicio final, la nueva creación y otras realidades futuras tanto para él como para nosotros. Pero describe esas realidades en los términos de su propia época, dentro del contexto del imperio romano. “Juan de Patmos habla del futuro, pero desde su presente y para su presente”. Esos eventos futuros no son el mensaje central del Apocalipsis, pues “la concentración del libro se enfoca sobre la situación inmediata en que las congregaciones se hallan inmersas” (1999:17)
(2) El segundo mundo de Juan es el mundo de las escrituras hebreas. Juan de Patmos muestra un conocimiento vasto de las escrituras judías y cita (de memoria) tanto el texto hebreo, el griego de la LXX, y las traducciones arameas (targumes). Su libro no se entiende sin entender bien los textos antiguotestamentarios a los que alude. Por eso, uno de nuestros mayores problemas para entender el Apocalipsis es nuestro poco conocimiento del Antiguo Testamento, y una causa de las interpretaciones tan erradas del libro son las malas interpretaciones de sus fuentes hebreas.
Obviamente, Juan de Patmos no se imaginaba que estaba escribiendo el último libro de nuestra Biblia (ni aun que iba a nacer un “Nuevo Testamento”). De hecho, su libro fue uno de los últimos en entrar al canon. Sin embargo, no podría haber una mejor recapitulación final del mensaje bíblico. Todos los temas principales aparecen culminantemente en este libro: la creación, el pacto, el éxodo, el Mesías-Cordero, y “el reino de Dios y su justicia”. ¡No podría haber terminado mejor toda la Biblia!
Con todo y eso, por mucho que Juan se basa en las escrituras hebreas y alude constantemente a ellas, no las cita textualmente. Y cuando las contextualiza para su propio momento histórico, casi siempre las cambia significativamente. Las cuatro bestias de Daniel 7 se convierten en una sola bestia con características de las cuatro (Ap 13:2), porque ya en el primer siglo existía un sólo imperio, el romano. Uno “semejante a un hijo de hombre” en 1:13-16 se remite obviamente a Daniel también, pero con asombrosa libertad atribuye al hijo características del eterno Anciano de Días (cabello blanco, fuego, sol). Los caballos de Zacarías renacen totalmente transformados en los jinetes de Apocalipsis 6:1-8. En la hermosa visión del trono eterno (Ap 4-5) están presentes los cuatro vivientes de Ezequiel, pero cambiados e incorporados, junto con los 24 ancianos (originales con Juan), en una majestuosa escenificación sin paralelo alguno en toda la literatura hebrea.
A veces el Apocalipsis se remite también a los libros llamados deuterocanónicos, los cuáles aclaran algunos detalles que los mismos libros canónicos no explican. Este es el caso del "maná escondido" de Apoc 2:17, al cual los libros canónicos no hacen ninguna referencia ni explican cómo fue "escondido" ese maná. Eso lo aclara 2 Macabeos 2:4-8 con un relato referente a la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor:
Se decía también en el escrito [de archivos que Jeremías envió a los exiliados 2:1] cómo el profeta, después de una revelación, mandó llevar consigo la Tienda y el arca; y cómo salió hacia el monte donde Moisés había subido para contemplar la heredad de Dios. Y cuando llegó Jeremías, encontró una estancia en forma de cueva; allí metió la Tienda, el arca y el altar de incienso, y tapó la entrada. Volvieron algunos de sus acompañantes para marcar el camino... [pero Jeremías] les respondió, "Este lugar quedará desconocido hasta que Dios vuelva a reunir a su pueblo y les sea propicio. El Señor entonces mostrará todo esto; y aparecerá la gloria del Señor y la Nube...",
Puesto que un poco de maná se había conservado dentro del arca en el lugar santísimo, Jeremías escondió también ese maná. Según otros relatos, fue un ángel quién llevó el maná a una cueva (2 Bar 6:5-10). Se creía, entonces, como sugiere la cita de 2 Macabeos, que en los días del Mesías el maná volvería a caer del cielo y la tierra tendría una productividad mil veces aumentada.[1][1]
El libro deuterocanónico de Sabiduría nos ayuda a captar el carácter progresivo y pedagógico de las trompetas y las copas del Apocalipsis, cuando afirma lo mismo de las plagas contra Egipto. Además, confirma la indicación implícita de Apoc 9:20-21 (cf 16:11) que el propósito de estos septenarios no era el de vengarse de los impíos ni sólo de castigarlos, sino de llamarlos al arrepentimiento (Sab 11:23-26; 12:2, 9-10, 19-21, 26-27). Para este autor, Dios amaba también a los egipcios y por su amor quería invitarles al arrepentimiento:
No porque no pudieses en batalla campal entregar a los impíos en manos de los justos, o aniquilarlos de una vez con feroces fieras o con una palabra inexorable, sino que los concedías, con un castigo gradual, una ocasión de arrepentirse (12:9-10; cf. 11:23-26; 12:1-2 BJ).
Mas tú con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida... Por eso mismo gradualmente castigas a los que caen, les amonestas recordándoles en qué pecan para que, apartándose del mal, creen en ti, Señor (11:26 -- 12:2; cf. 12:26-27 BJ).[2][2]
Es evidente el paralelo con los septenarios del Apocalipsis, por su sistemática progresión en severidad y en la proporción afectada por los azotes.[3][3] Con más razón podemos entender que las trompetas y las copas son llamados amorosos al arrepentimiento en el sentido de su simbolismo.
Este libro deuterocanónico corrobora también la afirmación repetida del Apocalipsis cuando insiste en que las trompetas y la copas tocaron sólo a los impíos y nunca a los fieles (9:4; 16:2; 7:1-8 sellados contra la ira del Cordero; cf Ex 8:21-22; 10:23; Ezq 9:4-6). “Lo mismo que fue para sus enemigos un castigo", dice Sabiduría, "fue para ellos [Israel] en su apuro un beneficio” (11:5-7, cf. 11:13). Para los egipcios el “río enturbiado por una mezcla de sangre y barro” fue castigo por el sangriento infanticidio que habían cometido, pero Dios dio agua abundante a Israel en el desierto.[4][4] Comentando a Éxodo 9:24 (granizo y fuego; cf. Ap. 8:7) dice:
lo más extraño era que con el agua, que todo lo apaga, el fuego cobraba una violencia mayor. El universo, en efecto, combate a favor de los justos. Las llamas unas veces se amansaban para no consumir a los animales enviados contra los impíos (16:17-18) ... Destruiste la tierra de un pueblo inicuo. A tu pueblo, por el contrario, le alimentaste con manjar de ángeles (16:19-20, cf. 22-23)...
Porque la creación, sirviéndote a ti, su Hacedor,
se embravece para castigo de los inicuos
y se amansa en favor de los que en ti confían (16:24).
(3) El tercer mundo de Juan era el de la literatura apocalíptica. Pocos lectores hoy se dan cuenta, al leer este libro, que es parte de una vasta colección de literatura parecida. Nuestro libro de Apocalipsis no fue ni el primero ni el último escrito apocalíptico, ni mucho menos el único. Afortunadamente, disponemos hoy de ediciones críticas de casi todos estos escritos apocalípticos. La edición de Alejandro Díez Macho, que alcanzó cinco tomos antes de su muerte, es especialmente valiosa para el ciclo de escritos que se atribuyen a Enoc, los Oráculos Sibilinos, y los llamados “Testamentos”. En inglés, los dos tomos grandes de la colección exhaustiva editada por James H. Charlesworth tienen más de dos mil páginas de textos y comentarios. Hoy día los estudiantes del Apocalipsis tienen a su disposición toda esta riqueza de literatura paralela.
A veces una sola frase del Apocalipsis puede introducirnos a todo un mundo conceptual de la literatura apocalíptica. Este es el caso con la frase ya estudiada de “maná escondido” (Ap 2:17) que evoca una tradición apocalíptica que anticipa un mundo nuevo de abundancia, justicia, igualdad -- ¡y buenos olores! Un pasaje de Segundo de Baruc pinta el hermoso cuadro al que alude Juan con esa frase (1998:86s):
La tierra dará también su fruto, diez mil por uno: en una vid habrá mil pámpanos, un pámpano producirá mil racimos, un racimo dará mil uvas, y una uva producirá una medida de vino. Los hambrientos se regocijarán y verán maravillas cada día. Desde mi presencia saldrán vientos para llevar la fragancia de frutas aromáticas, y nubes al final del día destilarán el rocío del cielo. Y en aquel tiempo los tesoros del maná caerán de nuevo del cielo, y comerán de él (2 Baruc 29.4; cf Ap 2.17)...
Otra literatura antigua judeo-cristiana confirma dramáticamente el ideal de igualdad en el reino mesiánico:
...y todos disfrutarán de vida común y riqueza. La tierra será de todos por igual; sin estar dividida por muros ni cercados, producirá algún día frutos más abundantes. Y dará frutos de dulce vino, de blanca leche y de miel...cuando Dios haga cambiar los tiempos...y transforme el invierno en verano. (Oráculo Sibilino 8.208-215)
La tierra, de todos por igual, sin estar dividida por muros ni cercados, producirá entonces frutos más abundantes por sí sola. Compartirán los recursos sin dividir la riqueza, pues allí no habrá ni pobres ni ricos, ni amos ni esclavos, ni grandes ni pequeños, ni reyes ni caudillos. En común y unidos vivirán todos. (Or Sib 2.319-324).
Esas elocuentes palabras del autor anónimo de Oráculos Sibilinos encuentran eco en los versos del gran poeta costarricense, Jorge Debravo:
Yo deseo ante todo, que la vida sea nuestra
como el agua y el viento.
Que nadie tenga más patria que el vecino.
Que nadie diga más la finca mía...
sino la finca nuestra,
de Nosotros los Hombres.
(del poema "nosotros los hombres")
Me gustaría tener manos enormes,
violentas y salvajes,
para arrancar fronteras una a una
y dejar de frontera solo el aire.
Que nadie tenga tierra
como se tiene tierra;
que todos tengan tierra
como tienen el aire.
(del poema "nocturno sin patria")
(4) El mundo de Qumrán enriquecía también el pensamiento de Juan de Patmos. En realidad no parece que Juan tuviera contactos muy cercanos con la comunidad de Qumrán, pero hay pasajes y temas en que los documentos del Mar Muerto ayudan a aclarar el mensaje juanino. Los rollos descubiertos incluyen algunos documentos de tipo apocalíptico con extensas exposiciones de la guerra escatológica, la resurrección y la Nueva Jerusalén, entre otros temas del Apocalipsis. Por otra parte el título “ángel del abismo” (Ap 9:11), que no se menciona ni en el resto de la Biblia ni en la literatura apocalíptica, se aclara bien desde varios textos de Qumrán (ver Stam, comentario, Tomo II).
En la “liturgia celestial de los ángeles” de Qumrán aparece una frase que ilumina hermosamente algo del Apocalipsis. A los ángeles se les exhorta a “glorificar a Dios con siete palabra magníficas”. Y en el Apocalipsis, cuando los ángeles alaban a Dios, es precisamente “con siete palabra magníficas” (Ap 5:12; 7:12).
(5) Otro mundo tangencial al Apocalipsis es el de la tradición rabínica. Aunque toda la literatura rabínica se puso por escrito siglos después, muchas de sus tradiciones remontan hasta los tiempos de Jesús. Que Juan bebía también de esas fuentes se ve en pasajes del Apocalipsis que ni el AT ni la literatura apocalíptica judía aclaran bien, pero los aclaran los escritos rabínicos. Es el caso de la designación yahvista de 1:4 (1999:47-48) y el “Alfa y Omega” en 1:8 (ibid. p.55). La literatura rabínica también aclara el título, “rey del abismo” (Ap 9:11).
Un pasaje que sólo la tradición rabínica explica adecuadamente es el que dice que Balaam “enseñó a Balac a poner tropiezos a los israelitas, incitándoles a comer alimentos sacrificados a los ídolos y a cometer inmoralidades sexuales” (Ap 2:14 NVI). Algunos rabinos atribuían a Balaam la autoría intelectual del pecado de Baal-peor (Nm 25:1s; 31:16). Al ver el fracaso de su profecía, pero siempre queriendo cobrar el sueldo que Balac le había prometido, Balaam propuso a Balac levantar tiendas con una mujer vieja afuera que invitaba a los israelitas a entrar a comprar lino. Adentro una joven bonita les ofrecía vino amonita y, luego de embriagarlos, los seducía sexualmente para que adoraran a ídolos y renegaran al Dios de Moisés (1999:108s).
Los rabinos eran muy humanos y escribían textos muy simpáticos. Una bella parábola de R. Jicchaq ilustra bien el énfasis del mensaje a Sardis sobre la ropa limpia:
La señora de un mensajero real se adornaba cuidadosamente cada día. Sus vecinas le decían, Tu hombre no está aquí, ¿para quién te estás adornando tanto? Pero ella les contestó: Mi esposo es marinero, y en cualquier momento que el viento le favorezca, él aparecerá de repente y estará ante mí; ¿no es mejor que me encuentre bella y no fea? Así ten tus ropas blancas en todo tiempo (Ec. 9.8), i.e. puras de pecado, y no falte aceite sobre tu cabeza (Ec 9.8), o sea, cumplimiento de la ley y buenas obras (1999:132).
(6) Otro mundo que definitivamente habitaba Juan de Patmos era el mundo de la liturgia, tanto judía como cristiana. Como casi todos los libros del NT, el Apocalipsis fue escrito para ser leído en la asamblea de la comunidad. Eso mismo lo hizo parte de la celebración litúrgica. El trasfondo litúrgico se hace sentir en todo el libro. Himnos, oraciones, doxologías, aclamaciones, bendiciones, el Sanctus y el maranata, altar y celebrantes, incienso y gestos litúrgicos aparecen en cada página. El mundo de Juan era un mundo vibrantemente litúrgico. Con mucha razón se ha dicho que Juan de Patmos era el mejor liturgista del NT, y afectó profundamente al culto cristiano del futuro.
Apocalipsis 4-5, en que de hecho se fundamenta todo el resto del libro, es precisamente una majestuosa celebración litúrgica. Pierre Prigent ha demostrado los nexos entre este pasaje y la liturgia judía de la época. El culto comienza con un solemne Sanctus pronunciado por los cuatro seres vivientes (4:8), seguido por un gesto litúrgico de los ancianos (4:10, genuflexión) y un digno eres al Creador (4:11). Después de la pregunta por el libro y la entrega del mismo al Cordero, los cuatro y los veinticuatro se unen, ahora con arpas e incienso (elementos litúrgicos), para cantar el cántico nuevo, un digno es al Cordero (5:8-10). Siguen millones de millones de ángeles con su séptuple digno es también al Cordero (5:12), una cuádruple aclamación al Creador y al Cordero por la creación entera (5:13), y un Amén final por los mismos que iniciaron la liturgia, acompañado por el gesto litúrgico final de los que antes también se habían arrodillado (5:14; 1998:100-108; 1999:170-230).
A través del libro aparecen también alusiones a las fiestas judías. La frecuente mención del Cordero recuerda naturalmente la celebración de la Pascua. Es muy posible que 7:9-17 describe la felicidad eterna de los redimidos en los términos de la Fiesta de Cabañas, la más alegre de todas (ver Stam Tomo II, “el cielo será una tremenda fiesta”). Y el libro termina con un “Maranata” claramente litúrgico (22:20-21; cf. 1 Co 16:22-24; Didajé 10).
(7) Finalmente, otro mundo en que vivía Juan de Patmos, y donde tendremos que entrar si queremos compartir sus visiones y su mensaje, es el mundo de la imaginación. A muchos de nosotros, modernos y tecnológicos y sofisticados, nos da miedo, o quizá vergüenza, liberar las fuerzas de la fantasía creativa con que Dios nos ha dotado. ¡Qué lástima! Si Dios nos ha dado este maravilloso don, debemos más bien desarrollarlo alegremente, sobre todo si queremos entender al Apocalipsis.
El libro del Apocalipsis apela constantemente a nuestros sentidos de percepción: la vista (candeleros de oro, tronos, joyas, animales, ¡hasta una ramera voluptuosa!), los oídos (trompetas, truenos, arpas, flauta, cataratas impetuosas), el olfato (perfumes, azufre), el tacto (la mano del Señor sobre Juan; el Cordero toma el libro, Juan toma el librito) y el gusto (un libro agridulce, agua de vida, frutos de cada mes). La visión del ángel fuerte (10:1-3) y de la mujer vestida del sol (12:1-2) empujan nuestra imaginación hasta los límites de su capacidad y creatividad. El libro entero nos invita a leerlo con todos nuestros sentidos de percepción, en su máxima fuerza. Sólo por el uso intenso de la imaginación podemos vivir con Juan el impacto de sus encuentros con el Señor resucitado (Stam 1999:29-30)
Todo el Apocalipsis vibra con una increíble fuerza dramática. Cuanto más nos profundizamos en este libro, más va tomando un cierto carácter cinematográfico, con un dramatismo digno de competir con los mejores productos del séptimo arte. Si uno realmente ha entrado en la vivencia de este libro hasta compartir el mundo simbólico del autor, comienza a invadir sus sueños con todas sus imágenes surrealistas que activan poderosamente los arquetipos de nuestro inconsciente.
Esta calidad especial de la imaginación apocalíptica se plasma en una anécdota del poeta y pintor William Blake. Cuando le preguntaron si al mirar al sol él no veía "un disco redondo de fuego parecido a una guinea" (moneda inglesa), Blake contestó: "No, no, yo veo una compañía innumerable de huestes celestiales que claman, Santo, Santo, Santo, Señor Dios Todopoderoso" (Stam 1999:30).
Este libro ha inspirado maravillas de arte en todos los géneros: el Inferno de Dante, el Paraíso de Milton, el Abadón de Sábato, las pinturas de Durero, Bosco y Blake, el Mesías de Haendel. Y a la vez, las obras mayores de la imaginación humana son una excelente escuela “preparatoria” para comprender mejor el Apocalipsis: la Guernica de Picasso, las pinturas de Guayasamín, el realismo mágico de la novela latinoamericana. Uno de los obstáculos a nuestra fiel comprensión de este libro es la condición atrofiada de nuestra fantasía.
Al mundo del Apocalipsis, sólo se entra por la puerta de la imaginación. Consagremos a Dios esta preciosa facultad que nos ha dado, ¡usándola!
Revisado setiembre 2016
[1][1] Ford 1975:257; cf Stam 1998A:86-87; 199A:110-111; 2006:121-122.
[2][2] Sab 11:13-14 va más lejos aun y describe el arrepentimiento y conversión de los egipcios. Al ver que el castigo de ellos era bendición para los israelitas, los egipcios reconocieron al Señor y admiraron al pueblo que antes habían despreciado con escarnio (11:13-14).
[3][3] Los septenarios no son temporalmente sucesivos como sucesos futuros sino que son visiones sucesivas del juicio divino cada vez más severo. Cuando el texto indica alguna medida, los sellos afectan a una cuarta parte (6:8), las trompetas siempre a terceras partes (8:7-10,12; 9:15) y las copas a totalidades (16:2-4,9).
[4][4] Sobre la plaga que convirtió el agua en sangre, Filón afirma que cuando los israelitas iban a sacar agua del pozo, Dios hacía un nuevo milagro para convertir la sangre de nuevo en agua potable (VitMos 1:26).