Los aeropuertos y yo

De tribulaciones y ángeles, en el camino del ministerio

Juan Stam
Juan Stam

Los aeropuertos y yo

(historia de mis calamidades)

Cuando el teólogo medieval, Pedro Abelardo, escribió su autobiografía, la tituló "la historia de mis calamidades" (¡qué visión más triste de su propia vida,  pero tenía mucho que contar!). Santa Teresa. en cambio, escribió la historia de su vida bajo el título "el libro de las misericordias de Dios". Mi propia vida ha sido muy similar a la de Teresa y nada parecida a la de Abelardo, excepto en un solo aspecto, ¡los aeropuertos! Quiero contar "la historia de las calamidades" (algunas de las muchas) que me han pasado en los aeropuertos.

En octubre de 1977 fui invitado a Rusia para una reunión de la Comisión de Fe y Constitución del Concilio Mundial de Iglesia. Mi viaje tenía un cambio de avión en Budapest, donde la salida del vuelo se atrasó por varias horas y llegué al aeropuerto de Moscú a la medianoche. Por supuesto ya nadie me esperaba y por teléfono no pude entenderme con nadie. Pasé la larga noche con unos cien rusos y rusas que cantaban, conversaban en voz alta, tomaban cerveza y celebraban fiesta todo el tiempo.

Al despuntar el amanecer vi que habían abierto una venta de café, y yo muerto de ganas para tomarlo y prepararme para las aventuras del día me metí a la larga fila y al fin llegué para comprar mi café. Aunque no acostumbro echar azúcar al café, decidí que el azúcar me podría dar un poco de energía para el día y eché bastante. Llegué todo emocionado a una mesa a tomar mi café, pero casi vomito, pues lo que había echado no era azúcar sino sal. Con solo recordarlo, vuelve ese mal sabor a mi boca.

De regreso de Rusia quería pasar unos días en Cuba. Fui a la Embajada cubana en Moscú a sacar una visa pero me dijeron que lo podía hacer en el aeropuerto de la Habana. Llegué ahí y no había donde sacar visa y en eso salió mi vuelo para Costa Rica, por supuesto sin uno de sus pasajeros (yo). Las autoridades de migración me citaron a una oficina de policía, donde me avisaron que estaba ilegal en el país, que eso era mi serio, que quizá tendrían que deportarme con helicóptero, etc. Desde mi hotel llamé al pastor Raúl Fernández Ceballos, a quien había conocido en San José. Con un cariño muy especial, el hermano Raúl dedicó su fin de semana a llevarme a conocer la Habana, las iglesias y pastores y líderes. Esa visita fue el inicio de muchas amistades y bellas experiencias en la isla. Se confirmó así ese conocido texto bíblico, "no hay mal que por bien no venga" (Ezequías 6:66).

En otra ocasión Doris y yo íbamos a visitar con mi hermano David y perdimos nuestro vuelo de Chicago a Syracuse, Nueva York. Cuando le llamé a informarle de la situación, me consoló con un texto bíblico, "Bueno, Juan, San Pablo dijo que todas las cosas ayudan para bien, pero, Juan... ¡San Pablo nunca estuvo en un aeropuerto!".

En otra ocasión viajaba a Cochabamba vía Lima y La Paz. El vuelo para Lima se atrasó y corrí para encontrar el podio de Taca y conectar con el vuelo para La Paz. Cuál fue mi sorpresa cuando me dijeron que yo había llegado tarde (¡pero era TACA que me había traído!) y que el vuelo estaba cerrado. El personal de TACA me dijo que era culpa mía y se negaron ayudarme en ninguna forma. Una señora boliviana, avanzada en edad, estaba en la misma situación. Tuvimos que pedir a un taxista llevarnos a algún hotel, todo a expensas nuestras. El día siguiente TACA no tenía vuelo para la Paz y tuve que comprar un boleto en otra línea aérea. En Bolivia supe que cuando fueron a recibir mi vuelo, les dijeron que yo no había salido de San José. Claro, como no estaba en la lista de pasajeros, no me pasaron al avión para La Paz. Unos meses después TACA me reembolsó los gastos y me subió a primera clases en dos viajes futuros.

Omitiendo algunos capítulos más de "la historia de mis calamidades", termino con el relato de un viaje que me tocó en setiembre de 2008 a Monterrey, México (vía Houston) y de ahí al Perú. Llevaba una tremenda carga de libros para vender en México. Al presentarme en el podio de Continental en San José, supe de una amenaza de huracán en Houston, pero opté por tomar el vuelo. Cuando llegamos a Houston ya entraba el huracán y habían cerrado el aeropuerto por cinco días. Gracias a Dios conseguí un cuarto en un Ramada Inn en las afueras de Houston. El huracán era espantoso, tormentas de lluvia y vientos feroces, que comencé a pensar si no sería una octava trompeta del Apocalipsis o aun el fin del mundo. Estábamos sin electricidad, sin teléfono. sin noticias y sin comida, excepto unas galletas cada día.

El domingo por la mañana bajé al lounge para compartir lamentaciones con otras víctimas de la situación, cuando pasó una pareja que me miraron con curiosidad y me preguntaron, "¿Ud no sería Juan Stam?". Me explicaron que eran Paulo y Olga Niño, miembros de la iglesia en Monterrey pero viviendo ahora en Houston y que el pastor de Monterrey, nuestro querido amigo Joel Sierra, les había llamado para pedirles que me sacaran por tierra. Fue por puro milagro y misericordia de Dios que me localizaron. ¡Qué sorpresa tan agradable como inesperada! Cargamos mis pesadas maletas en su carro, me llevaron a su casa para comer algo y de ahí por tierra hasta San Antonio. Sandra Alvarado, que también era de Monterrey, me llevo desde San Antonio hasta Laredo, de donde el pastor Sierra, junto con dos amados amigos, David Granados y Salvador Ávila, me llevaron hasta Monterrey. Llegamos a las dos de la madrugada del lunes. Fue un total de dieciocho horas en el camino.

Perdí un concierto y unas predicaciones del domingo pero pude dar completo el seminario de Apocalipsis. Comencé el taller con dos reflexiones teológicas: "¡Ahora sí creo en la Gran Tribulación, y es un aeropuerto!"  Pero por otra parte, dije, "Ahora más que nunca creo en los santos ángeles, como fueron para mi Paulo, Olga y Sandra". Cuando los recuerdo, vuelvo a dar gracias a Dios por ellos, como si fuera ayer. Ahora, por este medio les mando un gran saludo lleno de cariño y agradecimiento.

Bueno, a pesar de los pesares, doy gracias a Dios por los aviones y los aeropuertos y los automóviles. A fin de cuentas, es mucho más rápido y cómodo que andar en barco, en carreta o a loma de caballo. Hay que admirar a los pioneros y pioneras del pasado que lograron tanto sin las comodidades modernas. Pero me pregunto, ¿no sería posible tener los aviones sin los aeropuertos?

Hace años nuestra hija Rebeca ha trabajado con líneas aéreas, por lo que a menudo hemos podido viajar gratis o sumamente económico. En 1994 fui con Doris a visitar Estambul y las ciudades de las siete iglesias del Apocalipsis. Sólo esa experiencia compensó con creces por mi historia de calamidades. Todo el viaje, ida y vuelta, nos costó la exorbitante suma de $220 cada uno. Hubiera sido más económico, pero el viaje de Amsterdam a Estambul tuvo que ser con KLM en vez de Continental.

Después del viaje envié una carta circular en que hablé maravillas de lo lindo de tener una hija que trabaja en aviación, y recomendé a todos los amigos hacerlo. Uno de ellos respondió: "Ya hemos hablado con nuestra hija, y está de acuerdo. Lo único es que ella sólo tiene siete años".

Bueno, para viajes como el nuestro a Turquía, vale la pena esperar unos cuantos años a que crezca la niña.


Comentarios

Ulises Aguillón

Hno. que bueno compartir sus vicisitudes de manera jocosa, recordar las dificultades con humor nos hace reir a los que leemos sus escritos.Gracias pastor bendiciones.

Jorge Amaya

Sabe hno Juan disfruto los artículos suyos con esa profundidad teológica, pero escucharlo contar cada una de esas experiencias me hace reir y disfrutar, le confieso prefiro los aviones con sus aereopuertos, que los barcos por más seguros que sean.Muchas gracias por los ángeles también, bendiciones.

Josias Espinoza

Exelente relato del aeropuerto, don Juan un abrazo desde Peru.

Pastor Eliezer Cuevas

Bendiciones, que mucho me he reído con sus experiencias. Yo comparto su sentir ya que mi esposa y yo hemos tenido las nuestras. Gracias por compartir.

Ulises Aguillón

ojala pudiéramos tener su visita en El Salvador este año, para aprender mas que Dios le ha dado. Gracias hno.

Joaquin Vargas. joaquin.vargasj@gmail,com

Gracias don Juan por compartir sus experiencias aeroportuarias y las visicitudes de sus viajes, de manera tan jocosa. De verdad que Dios nos guarda.

Matías

Pero me pregunto, ¿no sería posible tener los aviones sin los aeropuertos? querido hermano eso es un imposible, tienen que existir, dos penamientos1.sino el ser humano no experimentaría todas esas locuras que se viven en los aeropuertos, aunque yo nunca he usado uno, pero he ido a despedir y a encontrar amigos a esos lugares y es un gran molote.2.es un medio de como los ricos se siguen haciendo más ricos sin importar a quien le quiten su dinero, pues estan pensando solo en ellos.Hermano, estoy convencido de lo que escribio Pablo, de que los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien, su historia es impresionante, como pueden salir otras por allí, que manifiestan lo maravilloso que es nuestro Dios.. Me pregunto si algún día tendre la oportunidad de escucharle, pues sus escritos me han ayudado mucho.. Gracias y que Dios le siga bendiciendo.

juanstam

Mil gracias, hermano Ulises. Te invito, como a todos mis amables lectores, que me envíen sus direcciones electrónicas si desean recibir los artículos por e-amail. Abrazos, Juan


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