La nueva creación

Último capítulo de "Profecía bíblica y la misión de la iglesia"

Juan Stam
Juan Stam

LA NUEVA CREACION“¡El mundo va a terminar! ¡Arrepiéntete!”Nuestra primera reacción al oir esa frase puede ser de duda o extrañeza, porque nos suena anticientífica. Algunos creyentes cristianos que aceptan casi toda la enseñanza cristiana abrigan, sin embargo, serias dudas sobre eso de “el fin del mundo” y muchos teólogos también prefieren evadir el tema. La impresión general es que en nuestro mundo moderno, tales ideas tienen más de mito que de ciencia. No obstante, aunque muchos no se dan cuenta, las últimas conclusiones científicas están de acuerdo con la enseñanza bíblica en este tema: nuestro mundo tuvo principio y seguramente tendrá fin.La primera evidencia en que se basa este consenso científico hoy es la segunda ley de la termodinámica. En términos sencillos, esta ley indica que la energía de nuestro sistema solar va neutralizándose y al final va a quedar en lo que llaman entropía, en que toda la energía queda gastada o cancelada. Eso significa que en algún momento el mundo tuvo comienzo (lo que muchos llaman “el big bang”), ya que no se le pueden meter nuevas energías al universo. Es como cuando uno da cuerda a su reloj (de los viejos relojes, no digitales) pero no podrá nunca volver a darle más cuerda. Si todavía anda el reloj, se sabe que tuvo un principio y un tiempo finito de andar (si no, ya hubiera perdido toda la cuerda) y que va a tener fin (porque su cuerda se va perdiendo y no puede durar para siempre). Sobre esa base, las leyes de la termodinámica aun permiten estimar cuántos millones de años trae el mundo ya de existir y cuántos le quedan de vida.El segundo argumento científico, el de las supranovas, es aun más dramático: Nuestro sol es un horno nuclear que tiene determinada cantidad de combustible, sobre todo de hidrógeno que se mezcla con helio. Es como el tanque de gasolina del carro: si el tanque está medio lleno, se sabe que antes se había llenado y que más adelante va a quedar vacío. Y todo indica que, en cuanto a nuestro sol, no hay cómo llenar el tanque otra vez. Tarde o temprano va a quedar sin combustible nuclear. Cuando un sol se gasta, y ya no le queda combustible nuclear, le pasa un fenómeno muy interesante que se llama supranova. Ese sol queda vacío por dentro, lo que produce una implosión, un colapso hacia adentro. Y entonces, ese sol emite el calor más intenso y la luz más brillante de toda su vida, que lo hace visible desde muy lejos como si fuera una nueva estrella en el cielo. No se veía antes porque no tenía la intensidad adecuada para que su luz llegara a nuestra tierra, pero con la implosión se hace tan fuerte que brilla más que otras estrellas. Sin embargo, esa implosión es más bien el último pataleo de su muerte como estrella, para quemar sus últimos cartuchos, y ya acabada la implosión, no le queda nada. Para nuestra tierra, eso significa que en alguna lejana época futura nuestro sol nos quemará con un calor insoportable, causado por su implosión, para después dejar por completo de calentarnos. Nuestro futuro es el de quedarnos primero “achicharrados”, por decirlo así, y después congelados. Pero afortunadamente falta mucho tiempo. El científico Isaac Asimov calcula que la implosión podría comenzar dentro de unos cinco mil millones de años para iniciar el deceso de nuestro sol. Pero el hecho parece indiscutible: nuestro sol es mortal.Antes de esa tragedia solar, nuestro planeta confronta peligros más inmediatos. Hace siglos hemos venido destruyendo nuestro propio ambiente y malgastando sus recursos, pero sólo recién hemos comenzado a darnos cuenta de todos los daños ecológicos que cometemos. Por eso no es nada seguro que a finales del siglo XXI todo nuestro planeta siga siendo habitable. La destrucción que estamos haciendo tiene plena capacidad, a lo menos, de hacer grandes regiones de nuestra tierra inhabitables. Los cristianos, que amamos al Creador y sabemos que somos mayordomos de su creación, debemos ser los primeros en preocuparnos por estas amenazas a la existencia de nuestro globo. Además de la termodinámica con su entropía, la astrofísica con sus supranovas y la destrucción ambiental, la amenaza nuclear se cierne sobre la buena creación de Dios. Es sabido que existen más que suficientes bombas nucleares para destruir la tierra entera. Las bombas atómicas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki eran juguetes comparadas con las muchas bombas nucleares de hoy. El “club” de potencias nucleares va creciendo, con lo que aumentan dos peligros: (1) que alguno de esos paises desate un holocausto nuclear y (2) que ocurran accidentes nucleares que podrían convertir vastas zonas de nuestra tierra en un macro-Chernobyl radioactivo donde no podrían sobrevivir los seres humanos.Enseñanza bíblicaEl fin del mundoSin duda, el pasaje bíblico más citado sobre el fin del mundo es 2 Pedro 3:3-14. Consciente de las burlas de algunos porque Cristo no ha venido (3:4), el autor reafirma el anuncio del fin del mundo, el que describe en términos muy gráficos de destrucción por fuego (3:7-12). Muchos predicadores han pronunciado sermones bastante terroríficos sobre este texto, intentando asustar a la gente hasta que se conviertan, y otros han encontrado profecías detalladas de una conflagración atómica. Pero casi todos hacen caso omiso del versículo más importante del pasaje:Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia (3:13 deV).Llama la atención que de los muchos pasajes del Nuevo Testamento que describen el fin de este mundo, ningún otro lo describe como incendio. Aunque el libro del Apocalipsis tiene varios “incendios forrestales” como visiones del juicio divino, todos son parciales; ninguno destruye el mundo entero. En este libro definitivo sobre el tema, el universo termina en una manera totalmente distinta. Cuando aparece el gran trono blanco, después de la derrota final del mal, “de su presencia [de Dios] huyeron la tierra y el cielo, sin dejar rastro alguno” (Ap 20:11 NVI). Juan de Patmos entiende el fin del mundo esencialmente como fuga y desaparición, muy diferente al holocausto de 2 Pedro 3:7-12. A esa fuga sigue el juicio final (20:12-15) y entonces, dice Juan, “vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir” (21:1 NVI).Es un hecho que la mente humana no puede concebir ni describir el principio ni el fin del mundo dentro del cual nos hallamos insertos. Si tratamos de imaginar lo que había antes de la creación, a lo mejor lo figuramos como espacio, pero eso mismo es parte de la creación. Como nuestra mente no alcanza a conceptualizar el paso de la nada al algo, tampoco puede concebir una realidad escatológica que no sea de este mismo mundo, el único que conocemos. Por eso los temas de creación y nueva creación sobrepasan totalmente la inteligencia humana y nuestro lenguaje. El principio y el fin quiebran nuestro lenguaje, que no da para estas realidades. Por esa razón la Biblia describe el fin del mundo con una riquísima variedad de imágenes, no siempre compatibles entre sí. : Cuando buscamos todas las descripciones bíblicas del fin del mundo, encontramos una tremenda diversidad de términos e imágenes para esa misma realidad. Podemos identificar unas veinte variantes distintas al respecto. Las principales (con unos de los textos) son los siguientes:--El simple hecho, sin explicación: “El cielo y la tierra pasarán,, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24:35);--Destrucción por fuego: el mundo se quema (2 P 3:3-14; sólo Sof 1:18 en AT; muy frecuente en Oráculos Sibilinos pero menos en el resto de la literatura apocalíptica);--También por el fuego, cielo y tierra se derriten (Miq 1:4 NVI, BJ; 1 En 1:5);--En otros pasajes se disuelven o se desvanecen (Is 34:4 deV; “se desintegrarán” NVI; el verbo hebreo MaQaQ también significa pudrirse, Zac 14:12; Ez 24:23 NVI);--Según Is 51:6, cielo y tierra se disiparán como humo (“como humo se esfumarán los cielos” NVI; cf Is 34:4 BJ);--Una figura frecuente del juicio divino y del fin del mundo era el terremoto (Heb 12:25-28; Hag 2:6s,21s; Is 2:19-21; 13:13; 24:18-23; Jer 4:24; Joel 2:10). A veces se describe un “terremoto” de cielo y tierra (como en Heb 12:25-28); Era común en la antigüedad el tema de la vejez del mundo, como un vestido desgastado que se dobla y se bota por inútil (Heb 1:10-12 NIV; Sal 102:25-27; Is 51:6). Parecida es la figura de marchitarse (Is 34:4);--Se usa también la figura de enrollar como un pergamino (Ap 6:14; Is 34:4). Cuando el pergamino ya no hace falta, se enrolla y se pone a un lado;--Romanos presenta otra figura muy dramática y sugerente, la del parto (8:20s). Los gemidos de esta creación son los dolores de parto de un nuevo mundo. --Hechos 3:20s habla de “los tiempos de la restauración de todas las cosas” (que 3:19 llama “tiempos de refrigerio”). A lo mismo Mateo 19:28 llama “la regeneración” (con el mismo término de Tito 3:5 para el nuevo nacimiento. “ ¡El universo también va a “nacer de nuevo”!). En tériminos cristológicos, será la recapitulación del universo (tà pánta, todas las cosas) en Cristo Jesús (Ef 1:10).--Finalmente, la tranquila figura con que termina el Apocalipsis es la fuga de cielos y tierra (Ap 20:11; 21:1b), que hace más específica la idea de figuras anteriores como esfumarse o disiparse. “De su presencia huyeron la tierra y el cielo, sin dejar rastro alguno” (21:11 NIV).Es evidente que tantas figuras tan diversas no pueden armonizarse, ni tenemos derecho bíblicamente a escoger una o dos que más nos llaman la atención y hacer caso omiso de todas las demás descripciones del fin del mundo. La de destrucción por fuego (2 P 3) es una de las menos frecuentes dentro de la Biblia, aunque más frecuente en literatura extra-bíblica. Tampoco aparece en el libro más importante al respecto, el Apocalipsis, donde el mundo termina de una manera muy diferente, bastante discreta. El gran número de referencias al fin del mundo y la nueva creación muestra el interés y la importancia que los hebreos atribuían al tema, especialmente en la tradición profética. Esencialmente era un mensaje de esperanza: juicio sobre los opresores y los impíos, y para los fieles instauración de un nuevo orden de justicia y paz, de comunión con Dios y compañerismo entre la gente. Realmente el tema central no era el fin del mundo sino “cielos nuevos y tierra nueva” que serán un espacio para la justicia (1 P. 3:13).La nueva creación Bíblicamente, el “fin del mundo” resulta ser más bien el inicio de toda una nueva creación; el acabose nos resulta un “comenzose”. De todas las enseñanzas sorprendentes y osadas de las escrituras, esta promesa de todo un nuevo mundo lleva su lugar entre las más destacadas. El tema se introduce en los últimos capítulos del libro de Isaías, en tiempos nada fáciles para Israel. Si el profeta hubiera dicho, “Tengan esperanza, volveremos a las bendiciones del pasado”, hubiera sido mucho. Cuando era casi imposible esperar, este profeta visionario espera la cosa más increíble: ¡una nueva creación, un nuevo orden mundial y cósmico! Podemos imaginar la sorpresa que ese anuncio debe de haber provocado.Isaías 65:16b-25: Este pasaje es un himno, un poema sumamente bello y una joya de la literatura profética. La promesa central viene en v.17 (“He aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra”), pero aparece rodeada de cuatro “fórmulas de olvido”: “las angustias primeras serán olvidadas” (65:16b) “y serán cubiertas de mis ojos” (65:16c) “de lo primero no habrá memoria” (65:17b) “ni más vendrá al pensamiento” (65:17c)Cuando Israel regresó a su tierra y después de mucha lucha llegó a construir un nuevo templo, dicen que algunos lloraban porque recordaban las glorias muy superiores del templo de Salomón. Pero la nueva creación va a superar tanto a la presente, que no viviremos recordando con nostalgia la anterior. La prometida creación será cualitativamente nueva. Traerá plena satisfacción y rebosante alegría. Estas “fórmulas de olvido” seguirán siendo importantes en el desarrollo del tema de la nueva creación hasta Apocalipsis 21.En vez de concentrarse en las características físicas de la nueva creación (montañas, ríos etc), nuestro pasaje se concentra en lo humano. Comienza por destacar la alegría de la nueva creación: Alégrense más bien,y regocígense para siempre, por lo que estoy al punto de crear: Estoy por crear una Jerusalén feliz un pueblo lleno de alegría. Me regocijaré por Jerusalén y me alegraré en mi pueblo (65:18-19a NIV)Las palabras “gozo” y “alegría” casi se oyen cantar en este pasaje. En lugar de las angustias y dolores ya olvidados, la existencia transformada será plenitud de gozo (Sal 16:11). En tiempos nada alegres para el pueblo (como tampoco los son nuestros tiempos hoy), el profeta anuncia gozo desbordante y eterno. Y según 65:18a, ese gozo va a ser “en las cosas que voy a crear”. Por lo tanto, ahora debemos comenzar a prepararnos para esa alegría, aprendiendo a gozarnos en las cosas que nuestro Dios ha creado en este mundo presente. Después sigue el correlativo inverso que corresponde a esa alegría escatológica: si todo será gozo, entonces no habrá más llanto (65:19b). En seguida lo aplica a dos aspectos de la vida: (1) el problema de la muerte (65:20) y (2) la alienación del trabajo humano (65:21-23).El v.20, que trata de la muerte, es un buen ejemplo de dos enfoques hermenéuticos opuestos. Si se lee con cara seria, con el literalismo con que solemos leer pasajes proféticos, produce una serie de contradicciones muy preocupantes. Ya que el pasaje introduce explícitamente el tema de la nueva creación, supondríamos que se refiere al estado final eterno que describe Apocalipsis 21-22. Pero entonces surgen las dificultades. Así el pasaje, leido con toda seriedad erudita:Nunca más habrá en ella niños que vivan pocos días, [PERO, ¿nacerán niños en la nueva creación? ¿Y qué es eso de “días” si la nueva creación es eternidad?]ni ancianos que no completen sus años. [PERO, ¿envejeceremos en la vida venidera?]El que muere a los cien años será considerado joven; [¿habrá muerte en el Reino final de Dios? ¿en el milenio?]pero el que no llegue a esa edad será considerado maldito. [¡COLMO de las contradicciones! ¿Cómo es eso de pecadores en el cielo, y que serán malditos?] Isa 65.20 NVITampoco se resuelven estas dificultades si especuláramos que todo esto se refiere al milenio de Apocalipsis 20 y no la nueva creación de Apocalipsis 21. Este pasaje dice explícitamente “nuevos cielos y nueva tierra”, y de hecho es el antecedente específico de Apocalipsis 21-22. Precisamente en el esquema premilenial, el reino de los mil años se realiza en este mundo, antes que huyan la tierra y el cielo (Ap 20:11) y aparezca la nueva creación (21:1). Y además. ¿qué habrá conocido este antiguo autor sobre el milenio? Respuesta: ¡Probablemente nada!Las contradicciones desaparecen, sin embargo, cuando leemos este pasaje con un poco de sentido de humor, sensibles a la técnica literaria que se llama ironía. La primera “contradicción”, menos tomada en cuenta, puede ser la mejor clave al sentido: Si alguien tiene cien años, ¿cómo se le puede describir como “joven”? Más bien, es un viejo o una vieja que ya cumplió con creces sus días. Cuando alguien cumple cien años, toda la familia le hace una gran fiesta (a lo mejor, en su silla de ruedas, probablemente sin poder ver ni oir muy bien). No es para menos; ¡ha alcanzado un siglo de vida!Pero cuando vengan los nuevos cielos y la nueva tierra, según esta visión, si alguien muere con cien años se lamentará, “¡Que mortalidad infantil! Con sólo cien años y ya murió, apenas comenzando la vida. ¿Por qué murió tan niñito?. Apenitas 100 años, ¿qué pasó?” Otros tendrán una explicación diferente para esta muerte trágicamente prematura, con apenas cien años, y preguntarán, “¿Qué pecado habrá cometido, para que Dios le castigara con morir con apenas un siglo de vida?” Con estas simpáticas ironías el profeta afirma el triunfo de la vida sobre la muerte. No entendía prácticamente nada de toda la escatología cristiana que vendría siglos después, ni tenía la menor idea de la diferencia entre un premilenialista y un amilenialista (y a lo mejor ni le habría interesado), pero una cosa sabía: nuestro Dios es Dios de vida y al fin vencerá a la muerte. En el reino venidero nuestros días serán como los árboles (65:22); ¡cada persona será un Matusalén! Con eso el profeta no captaba aun toda la visión de la resurrección y la vida eterna, pero lo que sí nos revela es mucho y muy precioso. Él pudo entender que la vida tiene futuro y la muerte no, y que el Dios Creador puede garantizar a los suyos la vida perpetua y abundante.A continuación el profeta pasa al tema de las relaciones laborales:Construirán casas y las habitarán;plantarán viñas y comerán de su fruto.Ya no construirán casas para que otros las habiten,ni plantarán viñas para que otros coman.Porque los días de mi pueblo swerán como los de un árbol;mis escogidos disfrutarán (65:21-23).¡Qué interesante! Este profeta visionario, que vislumbra por primera vez la nueva creación escatológica, concentra su mensaje en la mortalidad infantil (65:20) y la alienación de la mano de obra humana. Construir una casa para que otro la habite, sembrar una cosecha que otro vaya a comer: ¿Cómo pasaban esas cosas en Israel? El primer caso sería que construyo mi casa pero antes de estrenarla, me muero. Por eso dicen que serán como los árboles, con una gran longevidad, lo contrario de la mortalidad infantil sino largos días de vida en el Señor. Pero también ellos mismos habían estado en el exilio, perdieron sus casas por una invasión enemiga y no pueden ocupar sus casas ni beber el vino de sus viñedos. Los muchos miles de exiliados latinoamericanos han conocido también la dolorosa nostalgia de su casa y sus campos. Y un tercer caso, que antes del exilio denunciaron los profetas y que fue una de las causas principales del exilio: un sistema económico injusto donde quien hacía el trabajo no disfrutaba del producto. El profeta anuncia que eso se acabará. Va a haber otro orden de relaciones humanas y laborales porque Dios va a cambiar todas las cosas. Entonces sigue un elemento indispensable, la relación con Dios, sin la cual no hay vida completa, en abundancia. “Antes que me llamen, yo les responderé; todavía estarán hablando cuando ya los habré escuchado” (65:24 NVI). La comunión con Dios ya será intuitiva, directa, de ojo a ojo, de tu a tu. Veremos a Dios como él es (1 Jn 3:2) y conoceremos como somos conocidos (1 Cor 13:12). En este cuadro de la vida en plenitud, la dimensión horizontal se acopla con la vertical, sin dicotomía alguna.Y entonces algo simpático: El lobo y el cordero pacerán juntos, el león será herbívoro igual que el buey, y la serpiente comerá polvo y no hará daño (65:25; cf 11:6-9). En todo el santo monte de Dios no habrá violencia ni destrucción, ni de parte humana ni de parte animal. No debemos olvidar que los animales son parte del plan de Dios, hasta en el ésjaton. Hay una dignidad también de la vida del animal, que es importante. Unos rabinos decían de los que maltratan a los animales, que en el día del juicio cuando llegan a defenderse ante Dios, van a estar presentes todos los animales que habían maltratado aullando a todo volumen y Dios no va a oir sus defensas. No nos olvidemos que en la creación la vida animal comparte mucho con nosotros (Gn 1-2). Karl Barth señala que Dios nos creó en el mismo día en que creó a los animales para comer de la misma mesa con ellos. Nuestra fisiología es básicamente la misma de la de ellos. A veces ellos se comportan mejor que nosotros (Is 1:3) . En el santo monte de Dios no habrá violencia y todo será justicia y shalom en el reino animal como entre los humanos.En el Nuevo Testamento Romanos 8 recoge la visión isaiana de la nueva creación pero en una forma muy original: ¡como el parto de un nuevo mundo! El bloque textual comienza realmente con 7:14-25, sin duda uno de los pasajes más tristes de toda la Biblia, para terminar al fin con 8:28-39, la carta magna por excelencia de la esperanza cristiana. Entre ese inicio tan desesperado y esa conclusión tan gozosa y esperanzadora, el argumento fluye como un río lleno de sorpresas.Este extenso pasaje comienza con un grito de angustia por el fracaso moral y espiritual “en la carne” (7:14-25), por lo que llega a exlamar, “¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?” (7:24 NVI). En seguida Pablo da gracias a Dios en Jesucristo (7:25), porque “por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte”(8:2). Sigue una larga exposición del poder del Espíritu en la vida del creyente (8:5-17, la llamada “vida victoriosa”). Después sigue la sorpresa más grande del pasaje:Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios... (8:17-19 deV).Cuando nosotros llegamos al v.18 y leemos la frase “la gloria venidera”, pensamos inmediatamente en el cielo. En efecto, uno de los sentidos de “la gloria” en nuestro léxico cristiano es precisamente “el cielo”. Pero ¡que sorpresa! Pablo no procede a hablar del cielo, “más allá del sol”, sino habla de la creación (8:19-23). Aquí la visión de “la gloria venidera” es idéntica con los “nuevos cielos y nueva tierra” de Isaías 65 y Apocalipsis 21. ¡La creación misma espera también “la mañana gloriosa”!Partiendo del tema del sufrimento (8:17), Pablo vincula las aflicciones nuestras (8:17s,23) con el dolor cósmico de la creación (8:20,22). A pesar de la plenitud del Espíritu y la victoria en Cristo, los fieles seguimos sufriendo. Pero nuestro sufrimiento no es sino el pasaje a la gloria segura que nos espera. En seguida Pablo articula toda una lógica de la esperanza integral: la nueva creación (8:19-22), la resurrección del cuerpo (8:23), y la presencia actual del Espíritu como señal y anticipo de esa gloria venidera (8:23,26).El argumento de Pablo se fundamenta en el concepto de la unidad orgánica de la creación, tanto en la desgracia como en la esperanza. “La creación fue sujetada a la vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza”(8:20 deV). O sea, no fue por su propia culpa, sino por la culpa del pecado humano, que Dios sujetó la tierra a futilidad y corrupcion (8:21;Gn 3:14-19; 4 Esd 7:11). El desesperado gemido personal con que comenzó el pasaje (7:14-25) encuentra ahora la solidaridad de un triple gemido: de toda la creación (8:20), de los creyentes (8:23ss), y del Espíritu Santo (8:26).Si nosotros, por quienes vino el pecado y el desorden, hemos sido redimidos y esperamos un reino de libertad como hijos e hijas de Dios, aun más puede esperar la creación cuyo castigo no fue por culpa propia (8:20). Pablo insiste no sólo en que la naturaleza anhela ardientemente la nueva creación (8:19), pero aun más, que la misma creación será liberada para participar en “la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (8:21). Es la misma visión de Apocalipsis 21: personas redimidas, con cuerpos resucitados, habitarán un mundo transformado.La creación, como nosotros también, sigue gimiendo, pero sus gemidos no son de muerte (no se trata de “la agonía del planeta tierra”) sino de parto. La “madre tierra” está encinta, para engendrar algo nuevo bajo el poder del Espíritu Santo (cf Hch 3:21; Ef 1:10; 1 Cor 15:23-28). Los filósofos griegos comparaban la primavera al parto de la mujer. Según Job 38:29, el hielo y la escarcha nacen en el vientre de la tierra, y 4 Esdras 4:42 compara las cámaras del Hades al vientre maternal. Mateo 24:8 (Mr 13:8) habla del “principio de dolores” (ôdín, dolores de parto; cf Ap 12:2) y Pablo afirma que el juicio vendrá como los dolores de parto que sorprenden a la mujer encinta (1 Ts 5:3). Sin embargo, no parece haber paralelos exactos para esta osada visión paulina de la misma tierra como vientre que pare una nueva creación que la suceda.Aquí la figura materna de embarazo y parto refleja una ternura impresionante. Muchos comentaristas han señalado la calidad extraordinariamente sensible y poética de este pasaje. Son elocuentes las palabras del comentario de Sanday y Headlam:La imaginación poética y penetrante de San Pablo percibe en las marcas de imperfección sobre la faz de la naturaleza, y en los signos a la vez de alta capacidad y pobre rendimiento de ella, la expresión visible y audible de un sentido de nostalgia por algo que la creación ha perdido y que anhela recuperar...Corre por las palabras del apóstol una simpatía intensa por la naturaleza misma en sí y por sí. Pablo es uno de aquellos (como San Francisco de Asís) dotados de una capacidad especial, como si pudiera leer los pensamientos de plantas y animales. Parece poner el oído en el suelo, y el murmullo confuso que oye tiene sentido para él: es el gemido de la creación ahelando ese estado más feliz que le corresponde, del que ha sido defraudado. (1902:207, 212).2 Pedro 3:1-13 es el pasaje novotestamentario más citado sobre el fin del mundo y (a menudo olvidada) la nueva creación. Este capítulo confronta el problema de la demora de la venida del Señor, frente a los burladores que decían que Cristo no volvía y que “todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación” (3:4 deV). A esas mofas el autor da una triple respuesta: (1) los tiempos de Dios no son como los nuestros (3:8s); (2) el mundo fue destruido una vez por agua, y será destruido por fuego (3:5-7,10-13); (3) habrá una nueva creación en la que morará la justicia (3:13). Extraña bastante la formulación de la burla de los escépticos, y un poco también la respuesta del autor. Según el texto, los burladores no sólo ridiculizan la esperanza del regreso del Señor (“¿Qué hubo de esa promesa de su venida?”, 3:4a NVI) sino proceden a afirmar un universo estático que no permite ni la creatividad ni la historia (“nada ha cambiado desde el principio de la creación” (3:4b NVI). Pero la mayor parte de la respuesta (excepto 3:8s) no trata estrictamente de la venida del Señor y su postergación, sino del fin del mundo y la nueva creación que habrá de seguir. Ya que esos temas no eran una parte esencial de la respuesta a los burladores, parece que el autor tenía un interés especial en exponer el tema de la nueva creación.El autor apela primero a un hecho del pasado para apuntalar la promesa futura: ya una vez Dios advirtió que iba a destruir el mundo, en tiempos de Noé, y lo hizo (3:5-7). Cielos y tierra fueron hechos por Palabra y agua (3:5), y por Palabra y agua fueron destruidos (3:6 NVI). De manera paralela. y con la misma seguiridad. el mundo será destruido no por agua (que Dios prometió nunca repetir, Gn 9:15) sino por Palabra y fuego en el día del juicio final (3:7). Como el diluvio ocurrió por la corrupción de la gente perversa, también la corrupción de la gente ahora traerá su juicio. Esta correlación del diluvio (agua) y el juicio final (fuego) no tiene antecedentes bíblicos y casi nada tampoco en la literatura judía antigua. A partir de ese contraste con el diluvio, el pasaje describe el juicio final en los términos más dramáticos de un holocausto cósmico (3:7,10-12). Aunque muchos pasajes bíblicos asocian el juicio divino y el fin del mundo con el fuego (Is 29:6; 30:30; 66:15s, Dn 7:9s), con la excepción de Sofonías 1:18 ningún otro pasaje bíblico enseña el tipo de holocausto que describe estos versículos. Llama la atención especialmente que la destrucción de la tierra por fuego no aparece en el libro del Apocalipsis. Tampoco es frecuente en la literatura judía, aunque es un tema casi obsesivo de una fuente, el Oráculo Sibilino (II:196-213, 252; 285-296; III:6572s; 689ss etc). También los rollos de Qumran incluyen una descripción parecida y aun más dramática que el texto petrino (1QH 3:29-36). En efecto, nuestro texto sigue una tradición muy minoritaria en la escatología judía.Después de la descripción tan extensa como horrenda del holocausto, la conclusión del argumento es especialmente impactante y climáctica:Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva,en los cuales mora la justicia (3:13).En palabras concisas y contundentes, el autor afirma la esperanza positiva que ha de animar a los cristianos. En contraste con la exposición larga del juicio divino, es tan clara y convincente la expectativa de la nueva creación que no necesita muchas palabras para hacer un equilibrio de énfasis en balance con lo anterior. Frente a todos los horrores del holocausto final, basta una sola convicción: “nosotros esperamos nuevos cielos y nueva tierra”. Para los propósitos del pasaje (refutar a los burladores, afirmar la nueva creación, y animar a los fieles a la santidad), eran suficientes estas pocas palabras para afirmar la conocida esperanza de Isaías 65-66 y otros pasajes.Una nota especial de este texto es la correlación específica de nueva creación y justica. El nuevo mundo será un espacio para la justicia (3:13b). Otros pasajes ya habían asociado la nueva creación y, en términos más generales el reino mesiánico, con la justicia y la no-violencia (Is 9:6s;11:1-9; 65:25; Jer 23:5s; Mt 6:33). Mientras Rom 8 describe la nueva creación como libertad (8:20s), este pasaje la describe como justicia. Es la única caracterización de la nueva creación que este autor menciona.Tal esperanza, lejos de fomentar una pasividad narcotizada ante la historia, nos llama a una vida comprometida de santidad y justicia (3:11-14) y de evangelización (implícito en 3:9,15). En una frase impresionante, llama a los creyentes no sólo a santificarse (3:11) sino a “apresurar la venida del día del Señor” (3:12 griego). Según esta frase, nosotros, practicando ahora la justicia de la nueva creación, podemos empujar hacia adelante la historia.y “acelerar el calendario de Dios”, por decirlo así. Un pesimismo histórico, de los que sólo pueden cantar “la vida sigue igual” porque nada puede cambiar (2 P 3:4), es lo más lejos y opuesto a la esperanza cristiana. También lo es un pesimismo apocalíptico, cuya única esperanza es el cielo (“la isla de mis ensueños”) porque para esta tierra y para la historia humana no se puede esperar absolutamente nada. El mensaje de este pasaje es que más allá del juicio divino hay todo un nuevo orden de cosas, permeado de justicia, y que mientras lo esperamos, podemos y debemos hacer todo lo posible para que se manifieste el reino de Dios aquí y ahora. La esperanza escatológica no cancela la esperanza histórica sino que la fecundiza. La esperanza histórica inspira una vida de santidad aquí y la práctica de justicia ahora, hasta que venga el Señor.Sin duda, Apocalipsis 21-22 es el pasaje definitivo sobre la nueva creación. Cuando apareció el gran trono blanco de Dios, ante el rosto divino “huyeron el cielo y la tierra, sin dejar rastro alguno” (20:11 NIV). En seguida ocurre el juicio final (20:12-15), como si estuviera suspendido en un misterioso “vacío” entre la vieja creación que ya pasó y la nueva que está por venir. Una vez realizado el juicio, irrumpe la nueva creación:Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar. Vi además la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios, preparada como una novia hermosamente vestida para su prometido (21:1s NVI). Bajo esta rúbrica introductoria, el libro del Apocalipsis termina con el desarrollo de tres temas: (1) la nueva creación en que Dios hace nuevas todas las cosas (21:1-8), la nueva Jerusalén (descrita alegóricamente 21:9-21 y socio-teológicamente 21:22-27), y el nuevo paraíso (22:1-5).Es muy impresionante que la Biblia termina con una versión, muy renovada, de sus primeras páginas. La frase “los cielos y la tierra” de Génesis 1:1 reaparece ahora (igual que en Is 65:17) pero con un adjetivo agregado: “nuevos”. El mar, que figura en Génesis 1:2 y del que surge la bestia (Ap 13:1; “el abismo” 11:7), ya no será más. El río de Génesis 2:10 es ahora un río limpio de agua de vida que sale del trono de Dios (cf Ezq 47:1) y del Cordero (Ap. 22:1). De los dos árboles de Génesis 2-3, el de la prueba ha desaparecido y los fieles comerán del árbol de la vida (22:2, cf 2:7). Además la Jerusalén que Isaías incorporó tan integralmente en su descripción de la nueva creacion (Is 65:18s) aparece ahora como la nueva Jerusalén, esposa del Cordero (Ap 21:2,9s). Los paralelos intertextuales son evidentes y obviamente intencionales.En seguida Juan oye la voz de Dios que anuncia, en dos formas, la realización definitiva del nuevo pacto: (1) Dios mismo proclama que su propia habitación estará en la nueva creación en medio de los redimidos (21:3; cf 22:3); Yahvé tomará residencia en la Nueva Jerusalén, cf 22:3); y (2) Yahvé mismo renueva su pacto pero con un cambio radical: “ellos serán sus pueblos (plural), Dios mismo estará con ellos y será su Dios” (21:3). El cambio de la clásica fórmula del pacto del singular (“mi pueblo”, Israel) al sorprendente plural (“mis pueblos”) implica una radical internacionalización del pacto. A esto corresponde el cuadro de armonía internacional que presenta 21:24-26.Los vv.4s reiteran el tema de la nueva creación: “las primeras cosas pasaron....He aquí, yo hago nuevas todas las cosas”.(deV). El libro de Isaías se refería al orden actual como “las primeras cosas” (Is 42:9; 43:9; 65:16s) o “las cosas viejas” (Is 42:18s; 43:18; cf 2 Cor 5:17). Pero todo eso – pecado, injusticia, dolor, lágrimas, muerte (Is 25:8; 35:10; 65:19) – habrá de desaparecer cuando Dios trae las “cosas nuevas” (Is 42:9; 43:19; 48:6; cf Jer 31:22). La expresión de 21:5a sigue muy de cerca a Is 43:19 Lxx, excepto que Juan lo universaliza con la frase “todas las cosas” (parecido a la manera en que agregó el adjetivo “nuevo” a los dos sustantivos de 21:1a). Puede palparse, detrás de algunas frases de este texto, el pensamiento yahvista y el concepto “Emanuel”del AT. Dios “tabernaculará” entre ellos (21:3; cf Jn 1:14) y será “el-Dios-con-ellos” (21:3; cf Mt 1:23; 28:20). Detrás del “Emanuel” está la promesa a Moisés, “Yo estaré contigo” (Ex 3:12). El idioma hebreo no distingue los verbos “ser” y “estar” ni tampoco las formas presentes y futuras. Muchos eruditos prefieren traducir el nombre divino por “Yo seré el que seré”; caminando conmigo irás viendo quién soy y que haré. Dios no se deja “empaquetar” de antemano por frases y fórmulas, sino se va revelando sobre el camino. En ese sentido, desde la zarza ardiente nuestro Dios es un Dios de sorpresas, que termina haciendo nuevas todas las cosas. Y desde ahora, su poder transformador opera en nosotros para comenzar la gran renovación total (2 Co 5:17; Ef 1:19s).La nueva creación será tanto comunitaria (21:2, Nueva Jerusalén; 21:3 mis pueblos) como también personal en todas las dimensiones de la existencia humana: lágrimas, dolor, muerte, sed. Este pasaje termina con palabras de vibrante esperanza personal:Al que tiene sed le daré de beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que salga vencedor heredará todo esto, y yo será su Dios y él será mi hijo (21:6s NVI).¡“Quien bebe de esta agua, jamás volverá a tener sed”! Como es personal esa abundante satisfacción de todos los anhelos que constituyen la imagen de Dios en nostros, profundamente personal también será nuestra relación con Dios. Comunitariamente, los pueblos juntos serán su pueblo y él será Dios de sus pueblos (21:3); al nivel individual, él será el Dios de cada uno en el sentido más personal, y nosotros seremos sus hijos e hijas (21:7). EL SIGNIFICADO TEOLOGICOSi el tema de la creación es tan importante que domina la primera página de la Biblia (Gn 1) y también la última (Ap 21s) y una página central, literaria y teológicamente (Is 65), es obvio que debe tener un lugar privilegiado en el conjunto de nuestra fe y en la misión de la iglesia. Igual que con los temas anteriores, con este tema también intentaremos penetrar la razón lógica de esta enseñaza para buscar sui significado teológico y misionológica.1) En toda la Biblia, la salvación es inseparable de la creación. Dios es el Creador de las “cosas nuevas” de la salvación, que pone en nosotros el “cántico nuevo” de adoración al Redentor. Cuando Isaías anuncia la gloriosa obra salvífica de Yahvé, la presenta como nueva creación, pues no podía entender o imaginar la salvación aparte de la creación (Stam 1995:28-37). En el Nuevo Testamento, el prólogo al cuarto evangelio introduce su exposición de la salvación como vida eterna con la deidad del Verbo como Cocreador de todas las cosas (1:1-3) y de la vida (1:4). El mismo esquema se encuentra en Col 1:15-23 (ibid. 40-46).De hecho, a espaldas de la creación es imposible entender correctamente ni la salvación ni la misión; por eso urge una teología de la creación. El propósito redentor de Dios no es sólo de “salvar almas” ni sólo redimir personas. La meta de todo el plan de salvación es de restaurar, con creces y en versión mejorada, lo que en la primera creación no cumplió las intenciones divinas. El gran propósito de Dios es de “encabezar todas las cosas [el universo] en Cristo Jesús” (Ef 1:10). Toda la creación va hacia esa “gloria venidera” que es la meta final de la historia de la salvación.2) Es obvia e importante la relación entre la resurrección y la nueva creación. Cristológicamente hablando, la nueva creación comenzó con la resurrección de Jesús. Si tomamos la resurrección de Cristo como anticipo y prototipo de la nuestra, podemos entender que nosotros también resucitaremos físicamente, con cuerpo glorificado como el de Jesús durante los cuarenta días que menciona Lucas. Si el Resucitado, además de poseer libertades jamás vistas antes, también gozaba de todas las posibilidades del cuerpo físico (comer, caminar, hablar), y que pisaba tierra con sus dos pies, es perfectamente coherente que nuestro cuerpo glorificado tendrá también nueva tierra en que caminar. Eso es pecisamente la visión de Apocalipsis 21-22.El cuerpo que Dios creó y declaró “bueno en gran manera”, que Dios mismo optó por asumir en la encarnación del Hijo, en el que nos redimió por su muerte y en el que resucitó victorioso, ese cuerpo y su tierra correspondiente no desaparecerán en el plan final de Dios. Tampoco deben desaparecer de nuestra teología evangélica el cuerpo y los nuevos cielos y nueva tierra.3) La mentalidad hebrea tendía a ser más concreta y realista que la nuestra, moderna, muy permeada por los dualismos del pensamiento griego. Por eso nos puede sorprender que los hebreos concibieran el reino de Dios y el cumplimiento final mucho más en términos históricos y terrenales que en términos celestiales y eternos. Cuando se analiza bien la inmensa mayoría de los pasajes del futuro (aun futuro para nosotros), se descubre que contemplan un cumplimiento en la tierra (o ésta o la nueva tierra). Nosotros muchas veces lo trasladamos al cielo, pero el pensamiento judío contempla las realizaciones finales mayormente en la tierra. Es una minoría de pasajes la que las colocan en el cielo. Nos puede sorprender que al final del libro del Apocalipsis, la salvación de los fieles no termina con “ir al cielo” sino con vivir plenamente en la nueva creación. De hecho, en Apocalipsis 21-22 nada “sube” (la direccionalidad predilecta de la filosofía griega y de cristianos platonizados) sino las cosas bajan: la Nueva Jerusalén desciende del cielo a la nueva tierra (21:2,9; cf 3:12), el tabernáculo de Dios está entre la humanidad (21:3), y el mismo trono de Dios se traslada a esa ciudad santa (22:3). El mensaje del Apocalipsis se cumple totalmente en la nueva creación, sin necesidad de que subiéramos al cielo.El mismo realismo concrecto está detrás del mensaje del prólogo del cuarto evangelio (Stam 1995:40-44). Al idealismo antimaterialista de los filósofos, el autor le opone el mismo lenguaje de ellos (“Logos”) para darle dos puñaladas fatales a esa ideología: (1) toda la realidad material fue creada por el mismo Logos (1:3) y (2) el Logos mismo se hizo carne material (sárx, 1:14). De hecho, una perspectiva realista que podría llamarse “materialismo histórico” (no “materialismo metafísico”) corre por la Biblia desde Génesis hasta el Apocalipsis. Lo que sí es incompatible con el mensaje bíblico es el idealismo metafísico.Ya hemos mencionado, en el capítulo sobre la resurreccion, el diálogo entre Jürgen Moltmann y Ernst Bloch (p.45). El teólogo mexicano, José Porfirio Miranda, en su libro Marx y la Biblia (p.315ss), hace una afirmación realmente sorprendente. La fe cristiana, según Miranda, es de hecho más materialista y más dialéctica que el mismo Marx. Más materialista, porque afirma un cuerpo resucitado después de la muerte y una nueva creación después de la historia. Y más dialéctico, porque Marx no tiene cómo superar la última antítesis de la muerte personal y cósmica. La fe, fundamentada en el hecho histórico de la resurrección de Jesús, supera esa antítesis con la resurrección del cuerpo y nuevos cielos y nueva tierra. Aunque nos sorprenda el argumento de Miranda, nos ayuda a comprender más profundamente el sentido bíblico de la nueva creación.4) Según el Nuevo Testamento, la nueva creación tiene su “ya”’(presente) además de su “todavía no” (futuro). Cuando Dios constituyó a su Hijo como Segundo Adán, inauguró no sólo una nueva humanidad sino también la nueva creación. En el mismo sentido, Pablo declara que al nacer de nuevo, somos recreados conforme a la imagen de Quien nos hizo al principio (Ef 4:24; Col 3:10). Por eso Santiago 1:18 nos llama “primicias de la creación” Ese término “primicias” tiene fuertes sobretonos escatológicos, y generalmente se usa para Dios, Cristo o el Espíritu Santo, pero nosotros también somos primicias, aquí y ahora, de una nueva creación (cf Ro 8:22).. El texto más conocido sobre este tema es por supuesto 2 Corintios 5:17 (ver Stam 1995:64-68). Este texto podria traducirse literalmente con: “Donde hay alguien en Cristo, ahí esta la nueva creación (kainè ktísis; cf Gá 6:15)). ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo!” (5:17, cf NVI). La traducción “nueva creación” es más exacta que “nueva criatura”. La relación con toda la enseñanza de la nueva creación se confirma por la presencia de la claúsula típica de esos pasajes, “lo viejo pasó, lo nuevo llegó” (cf Ap 21:1,4; Is 65:16s). Cuando aceptamos a Cristo el reino de Dios vive ya en nosotros, y comienza a vivir en nosotros también un nuevo orden de cosas que se llama la nueva creación. Donde está alguien en Jesucristo está presente anticipadamente la nueva creación. Hemos de vivir en estos tiempos como ciudadanos de un nuevo orden. Desde ahora somos la levadura y semilla, luz y sal, de la nueva creación como del Reino que vino y vendrá. Eso significa vivir como primicias de la nueva creación venidera. Y mientras tanto, “entre los tiempos”, vivimos anhelando y apresurando la gloriosa transformación de todas las cosas, como el Creador lo ha prometido.5) Una última observación: es especialmente en la adoración que vivimos la esperanza de la nueva creación. El tema de la creación es central en todo el Apocalipsis, y se expresa supremamente en el culto celestial de Apocalipsis 4-5 (Stam 1995:51-53). El trono de Dios está bajo el signo del arco iris, que recuerda claramente el pacto de Dios con la tierra y todo lo que respira (Gn 12-17). Los cuatro “vivientes” son los más cercanos del trono divino, y los veinticatro ancianos (dignatarios) alaban al que está sentado en el trono por haber creado todas las cosas (4.11). El culto culmina con la adoración a Dios y al Cordero por toda la creación en el cielo, sobre la tierra, y debajo de la tierra (5:13). Nosotros, en nuestra adoración, unimos nuestras voces al coro celestial. En el culto adoramos a Dios doxológicamente por la primera creación y prolépticamente* por la nueva creación. Anticipamos y celebramos las prometidas realidades, y nos comprometimos a vivir conforme a ellas (5:14).Karl Rahner ha dicho que el culto cristiano es fiesta del porvenir del mundo y anticipo de la venida del Salvador. ¡Celebremos esa fiesta en toda la alegría de la creación de Dios!SIGNIFICADO PARA LA MISION 1) Esta verdad, en primer lugar, nos llama a una práctica de misión transformadora. El Dios que dice “yo hago nuevas todas las cosas” comienza con hacer nueva la vida nuestra y de otros y después por convertirnos en agentes de transformación en todo sentido. Dios mismo consituye a nosotros en un “ya” presente de la nueva creación, fuerza histórica de su reino, agentes precursores de ese nuevo orden de justicia (2 P 3:13) y libertad (Ro 8:21). Todo lo que va en la dirección del reino debemos apoyarlo, primero llevando a otros a conocer a Cristo pero después, junto con ellos, viviendo la práctica de ese nuevo orden. ¿Qué podemos hacer contra la mortalidad infantil? ¿Qué podemos hacer contra el desempleo y la mano de obra alienada (Is 65:20-23)? Nuestra misión tiene que ser transformadora y, como dijo Karl Barth, “la esperanza vive en la realización del próximo paso”. Si creemos en la nueva creación, debemos luchar por lograr un poco de ese nuevo orden de cosas mediante una misión integralmente transformadora.Los cristianos no somos de los que dicen que nada puede cambiar (2 P 3:4). Si estamos realmente convencidos de la nueva creación, si hemos puesto nuestra fe en el Dios que hace nuevas todas las cosas, difícilmente podemos conformarnos con las cosas como están, ni bajo las mejoras circunstancias. ¿Y qué decir cuando nuestra realidad está tan contaminada por injusticia,corrupción, engaño y pecado? La promesa de la nueva creación nos exige una presencia profética en medio del presente orden. Eso es esencial a la misión de la iglesia, aun desde el primer momento de la evangelización.2) Nos llama también a una misión comunitaria simbolizada por la nueva Jerusalén, ciudad de la fe. La Biblia comienza con una pareja en un jardín pero termina con comunidades organizadas (Ap 21:24-26) que viven en una ciudad con corazón de jardín (22:1-5). En Apocalipsis 21-22, aunque la dimensión personal está presente (21:7; ver arriba p.13), esa dimensión se ubica claramente dentro de relaciones comunitarias, que dominan la perspectiva. Será una comunidad de diversas naciones en armonía (“los reyes de las naciones” 21:24-26), diversas étnias y lenguas (Ap 5:9), pero un solo Dios y una sola humanidad redimida y transformada. En la nueva creación comunitaria de la Nueva Jerusalén, todos seremos reyes y sacerdotes. Qué hermoso será ese reino, qué igualitario y participativo. Va a ser una comunidad de Shalom y de justicia donde a nadie se le ocurre hacer el mal.Apocalipsis 22:1 describe un río de agua cristalino de vida que fluye desde el trono de Dios, y ese trono está precisamente en el centro de la ciudad creyente (22.3). O sea, obedienca total y espontánea a la voluntad de Dios (el trono), en la solidaridad comunitaria, será el secreto refrescante de vida abundante. Todos los deseos humanos serán satisfechos en plenitud, pero en Cristo y en comunidad.No es fácil proteger la dimensión comunitaria de la misión y la evangelización. Siempre anda muy cerca la tentación de predicar un evangelio meramente individualista, en el fondo egoista. Muchas veces ni se incorpora la dimensión comunitaria de la iglesia, mucho menos de la comunidad humana a la que Dios nos llama a servir. La nueva creación nos convoca de nuevo a una misión comunitaria.3) La nueva creación nos desafía también a una misión integral, sin dualismos. Basta sólo con observar que toda la visión del Apocalipsis termina con plenitud de vida en una nueva tierra, muy parecida a la nuestra pero sin defecto alguno. Eso descarta toda dicotomía de “cielo" (trascendental, espiritual) y tierra (la presente y la tierra futura). Desde Platón, ha infiltrado en gran parte del cristianismo una actitud “verticalista”, donde todo lo bueno está arriba, y todo lo que está abajo es malo. Abundan coros con este enfoque: “subiendo, subiendo, y nunca bajando”, “me voy con él”, “mi alma volará”, etc. En un taller de Apocalipsis en Chinandega, Nicaragua, cuando vimos que la Nueva Jerusalén desdendería desde el lado de Dios a la nueva tierra, un hermano pastor, perplejo, medio en serio y medio en broma, exclamó, “Sí, sí, pero va a descender p’arriba!” Después otros, ahora en broma, especularon que la Nueva Jerusalén podría bajar más o menos como una plataforma espacial, a la que nosotros entonces subiríamos. El mismo humor de los pastores reveló lo profundo que está arraigado ese “verticalismo” en el pensamiento evangélico. Como hemos visto, Apocalipsis 21-22 también supera magistralmente todo dualismo de la persona y la comunidad, el individuo y la sociedad. Aun supera una falsa dicotomía de eternidad y tiempo, pues el “Fin” no parece introducirnos en la eternidad atemporal del cielo sino en el inicio de un nuevo tipo de “tiempo” existencial perfecto, de lo que se habla también de los “meses” sucesivos como alguna especie de proceso temporal (22:2). De igual manera la enseñanza de la nueva creación supera todo dualismo de esperanza escatológica y responsabilidad histórica. Lejos de llamarnos a un escapismo que evade la acción histórica, nos llama a vivir ahora la práctica de la nueva creación y así apresurar su venida.4) La enseñanza de la nueva creación nos llama a una misión comprometida y comprometedora. Como acabamos de ver, nos desafía a vivir de tal manera, en santidad y justicia, que nuestra misma existencia empuje la historia hacia su meta. Una misión de esta clase convoca a todos a ser, en Cristo, agentes de avanzada de un nuevo mundo, el “ya” presente y activo de la nueva creación. Como tal, seremos sal, levadura, semilla, luz y fragancia del reino y de la nueva creación.Específicamente, esta escatología impone ciertos compromisos concretos para los que creemos realmente en esta promesa. Primero, esta enseñanza nos revela todo lo importante que es para Dios su creación, como también nos lo revela Génesis 1 con su repetición de “bueno, bueno” (Stam 1995:82-87). Por eso los cristianos debemos estar entre los primeros defensores del medio ambiente. Segundo, la esperanza de un mundo “donde mora la justicia” implica un serio compromiso de todo cristiano y de la iglesia con la justicia (cf Mt 6:10,33) y la liberación (Ro 8:21). Tercero, la promesa de una reino de Shalom, donde nadie comete violencia y hasta los animales viven en armonía, nos inspira ahora a comprometernos con la paz (y no con el malévolo caballo rojo de Ap 6:3s). Finalmente, si creemos en un reino en que todos seremos reyes y sacerdotes, debemos dar nuestros mayores esfuerzos por la igualdad y por una sociedad participativa (Stam 1998 B:81-87).Estos compromisos pertenecen esencialmente a la vocación y misión de la iglesia. No son “opciones” que se puede aceptar o ignorar, según nos parezca. Si la iglesia va a vivir de acuerdo con toda la visión bíblica del futuro, y específicamente de la nueva creación, asumiremos estos compromisos y otros en fidelidad al llamado que Dios nos ha dado5)Finalmente, esta visión inspira una misión en esperanza gozosa, amorosa y vigilante. ¡Cuántas veces la predicación “profética” (como de 2 P 3) ha sido amenazante, aterradora, para asustar a la gente hasta que se entreguen. Esa clase de “espantología evangelística” es realmente terrorismo escatológico y nada tiene que ver con la gran esperanza a la que Dios nos llama. No debe ser ni el miedo del infierno, mucho menos de la gran tribulación, ni aun tampoco el simple deseo de alcanzar el cielo, lo que convenza a otros del evangelio. Tampoco podemos desesperarnos de este mundo, si creemos en las promesas de Dios. Todo eso es esencialmente una contradicción de la esperanza evangélica.Eso sí, la misma esperanza nos llama a una vigilancia constante, a fidelidad en la evangelización. “Como sabemos lo que es temer al Señor”, dice Pablo,” tratamos de persuadir a todos” (2 Co 5:11 NVI) y a una vigilante santidad y justicia de vida (1 Ts 5:3-8; 2P: 3:11,14).Y sobre todo, esa misión evangelizadora nacerá de un profundo amor, tanto a Cristo como a las personas que nos rodean. Los cristianos somos “los que amamos su venida” (2 Tm 4:8). San Pedro articula el anhelo más profundo de cada creyente: “a quien amamos sin haberlo visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo vemos, nos alegramos con gozo inefable y glorioso” (1 P 1:8). En el fondo, no es ni a la nueva creación, ni al cuerpo resucitado, a lo que esperamos. Esperamos a Quien nos amó y murió por nosotros, resucitó y volverá.¡Que nuestro Señor nos encuentre vigilantes, preparados para su venida!



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