La centralidad de la resurrección de Cristo Jesús
Hace unos años, a inicios de Semana Santa, un Canal de TV costarricense entrevistó a choferes que iban en sus carros para la playa. A la pregunta, “¿Qué significa la Semana Santa?”. Las respuestas eran muy variadas pero ninguna fue acertada. Todavía recuerdo una joya inolvidable: “No estoy seguro”, contestó un chofer, “pero tiene algo que ver con la religión”. El evangelio, según los primeros versículos de 1Cor 15, es la historia de la crucifixión, sepultura y gloriosa resurrección de Cristo. Junto con la Navidad, cuando celebramos la encarnación de Dios el Hijo (Jn 1:1-18), en Semana Santa volvemos al Calvario para encontrarnos con el Crucificado y al Camino a Emaús para conocer al Resucitado que nos acompaña en nuestra marcha. En las últimas décadas algunos han pretendido “Repensar la Resurrección” para creer en ella pero “de otro modo”, sin el cuerpo. En un ensayo anterior argumenté que “La resurrección es corpórea, o no es resurrección”. Aquí demuestro que la Resurrección corpórea está inseparable
La centralidad de la resurrección de Cristo Jesús
(Sin la resurrección de Cristo, se desintegra el conjunto cristológico)
San Pablo, en su respuesta a los corintios que negaban la resurrección del cuerpo, hace una declaración muy radical:
Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación no sirve para nada, como tampoco la fe de ustedes. Aún más, resultaríamos falsos testigos de Dios por haber testificado que Dios resucitó a Cristo, lo cual no habría sucedido, si los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado. Y si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes es ilusoria y todavía están en sus pecados. Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera solo para esta vida, seremos los más desdichados de todos los mortales (1Cor 15:14-19 NVI).
El evangelio nos proclama que Jesús murió y fue sepultado, pero resucitó y fue visto por muchos testigos oculares, de los que Pablo fue el último (1Cor 15:1-8). Si Cristo no resucitó, insiste Pablo, nuestra esperanza es ilusoria y nuestra predicación no vale para nada. Eso es el evangelio, y sin la resurrección de Cristo de los muertos, no hay evangelio.
Pero, además, sin la resurrección la historia de Cristo pierde su sentido y su coherencia. Veamos:
(1) La encarnación y la deidad de Cristo (Jn 1:1-3,14): La encarnación significa que Dios mismo nació y vivió como ser humano, sin dejar de ser Dios. Como el "DiosHombre" Jesucristo murió en la Cruz, pero como afirma el sermón pentecostal de Pedro, Dios lo resucitó, "porque era imposible que la muerte lo retuviera bajo su dominio... No dejarás que mi vida termine en el sepulcro" (Hch 2:24,27). Si Jesús murió y no resucitó, no era el Dios encarnado y la muerte lo hubiera vencido. Si él es Dios, es de esperar que su cadáver no se descomponga en la tumba sino que salga como Vencedor de la muerte para siempre.
El prólogo del cuarto evangelio (Jn 1:1-18) es una aplastante refutación del idealismo anti-materialista del platonismo medio y del proto-gnosticismo. Para ellos el Logos y la Sofía eran las emanaciones más inmediatas de Dios (Theós) pero como tales no podían tener nada que ver con la creación ni con la materia. La materia fue creada por el error de una emanación muy inferior, el mal-nacido Demiurgo, un semi-mini-cuasi-diosito. Fue un rechazo radical de todo lo material, incluso del cuerpo.
Juan comienza su prólogo empleando los mismos términos de los platónicos: "el Logos estaba con Dios y el Logos era Dios". ¡Excelente!, dirían ellos; ¡este hombre es de los nuestros! Pero inmediatamente viene la puñalada: "Todas las cosas, sin excepción, fueron creados por el Logos" y no por el desgraciado Demiurgo. Y para colmo de escándalos, "El mismo Logos fue hecho carne (sarx)". No podría haber una refutación más contundente del anti-materialismo ni una afirmación más positiva del valor esencial del cuerpo.
Esa afirmación radical del cuerpo físico se reafirma definitivamente en la resurrección de Cristo de entre los muertos. Negar la resurrección es suponer que podemos ser plenamente humanos sin el cuerpo.
Durante su vida Jesús resucitó a varios muertos, anticipando su propia victoria sobre la muerte, y anunció tres veces su propia resurrección. Si al fin no resucitara, sería mucha la contradicción y fatal su error.
(2) El cuerpo resucitado de Jesús: San Lucas narra que Jesús, en la tarde del mismo domingo de su resurrección, sale a caminar hacia Emaús. En el camino ve dos de sus seguidores y acelera sus pasos para alcanzarlos. Camina con ellos, conversa (con un simpático sentido de humor), les enseña y "parte el pan" con ellos (Luc 24:13-29). ¡El Resucitado sigue siendo plenamente humano!
En eso, según el relato, el Resucitado desaparece y ellos vuelven solos a Jerusalén, a pie como habían venido (24:31-35). Reunidos ellos con los apóstoles, Jesús "se puso en medio de ellos" (24:36). Como ellos creían que él era un espíritu, el Resucitado pidió comida y la comió ante los ojos de ellos (24:36-42). Para Lucas, el cuerpo resucitado es un cuerpo liberado del "reino de la necesidad" de que hablaba el joven Marx.
La resurrección de Jesús fue un acontecimiento único e irrepetible para nosotros, porque Jesús también era un ser humano único e incomparable (Barth, Moltmann, Cullmann). Pero la resurrección de Jesús anticipa, en el centro de la historia, la resurrección nuestra al final de la historia (1Cor 15:20; Jn 5:28-29). Igual que el primer fruto de la siembra, la resurrección de Jesús garantiza y a la vez anticipa y modela la resurrección final nuestra.
(2) Ascensión y Pentecostés: Por cuarenta días, según Hechos 1, el Resucitado convivía con sus discípulos, comía con ellos y les enseñaba. Después ascendió visiblemente ante los ojos de ellos hasta que una nube lo quitó de su vista. Sin la resurrección de Cristo con cuerpo visible, la ascensión, tan importante para la teología del reino, sería inexplicable.
Hoy día está de moda decir "yo creo en la resurrección, pero de otro modo". Igual de como Romero prometió resucitar en el pueblo salvadoreño (eso, porque él creía en la resurrección de Jesús), les gusta decir que Jesús resucitó en la iglesia, o en la fe de los discípulos, etc. Obviamente nada de eso cuadra con los datos del N.T. ¡La fe de los discípulos o su "esperanza utópica" no ascendió al cielo después de cuarenta días!
Antes de ascender, Cristo prometió derramar sobre todos el Espíritu que él recibiría del Padre. Por eso, el Pentecostés era una confirmación de la Ascensión: "Exaltado por el poder de Dios, y habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, ha derramado esto que ustedes ven y oyen" (Hch 2:33). En la lógica del relato lucano, si no hay resurrección del cuerpo no hay ascensión, y sin ascensión no hay pentecostés. (¡Lo sentimos, hermanos pentecostales!)
(3) La venida de Cristo (Apoc 1:7): La esperanza del regreso de Jesús, tan central al mensaje del Nuevo Testamento, es totalmente inconcebible sin su resurrección corpórea. Su retorno, igual que su resurrección, se describe como visible y tangible. Sería absurdo hablar de "la segunda venida de la fe de los discípulos", de la esperanza o de la iglesia misma. Pero la iglesia primitiva, en todas sus variantes, esperaba gozosa el regreso de su Señor y Salvador.
El mes pasado (12 febr 2016) circuló ampliamente una declaración del papa Francisco sobre la urgencia de la unidad: "Ya una vez dije que si la unidad se hace en un estudio, estudiando teología y lo demás, quizás venga el Señor y todavía la estemos haciendo. La unidad se hace caminando: que, por lo menos, el Señor cuando venga nos encuentre andando''. Aunque una hipérbole y no una afirmación teológica, indica que el papa cree, junto con la inmensa mayoría de los cristianos de siempre, que Cristo volverá. Sería difícil que pronunciara esas palabras si no creyere que Cristo haya prometido volver.
(4) La resurrección final: Juan 5:28-29 enseña que en el "todavía no" del reino de Dios tanto los justos como los injustos saldrán de sus sepulcros para resurrección de vida y resurrección de condenación respectivamente. Según 1Tes 4:16 la resurrección de los fieles coincide con el retorno de Cristo, lo que Apoc 20:5 llama "la primera resurrección" seguida posteriormente por "la segunda muerte" (20:6). De esa manera la resurrección de Jesús garantiza y prefigura la resurrección nuestra.
La visión final del mensaje bíblico no es la de un vuelo del alma al cielo sino de personas (¡nosotros y nosotras!) con cuerpos transformados y liberados que viven sobre una tierra nueva, bajo cielos nuevos, en una comunidad nueva llamada "la Nueva Jerusalén" ¡Gloria al Dios que hace nuevas todas las cosas!
El centro vital de toda esta esperanza es la resurrección de Cristo. "Porque él vive, viviré mañana", reza un himno favorito de muchos cristianos. Monseñor Romero, frente a su propia muerte, pudo declarar "resucitaré en el pueblo salvadoreño", no como alternativa a la resurrección de Cristo sino porque él estaba convencido de que Cristo resucitó de entre los muertos.
Conclusión: La resurrección corpórea es la afirmación más elocuente del valor imperecedero del cuerpo físico. Recordemos que la esperanza no termina en el cielo sino en una nueva tierra para personas con cuerpos resucitados en una comunidad nueva. De hecho, todo el mensaje bíblico, desde el pacto con Abraham hasta la nueva tierra, es una especie de materialismo histórico.
Esta interpretación cristológica y realista no es literalismo. El literalismo consiste en priorizar a priori, con o sin evidencias exegéticas, las interpretaciones literales. En estos textos, las razones exegéticas favorecen la interpretación corpórea y realista.
Juan Stam B.
febrero de 2016