En el Pentecostés nació una iglesia profética

Hechos dos enseña que tanto la iglesia como un todo, como también todos sus miembros, tenemos un llamado profético.

Juan Stam
Juan Stam

En el Pentecostés nació una iglesia profética,

de cristianos proféticos/as

¿Es para hoy el don de la profecía?

En mis primeros años de profesor yo enseñaba la doctrina de B.B. Warfield, que los dones carismáticos de la iglesia terminaron con la muerte del último apóstol. Fue un breve trabajo de un estudiante panameño que me convenció de mi error y me motivó a estudiar el tema de la profecía. El texto clave para mi "conversión" fue 1Cor 14:29-33:

29 En cuanto a los profetas, que hablen dos o tres, y que los demás examinen con cuidado lo dicho. 30 Si alguien que está sentado recibe una revelación, el que esté hablando ceda la palabra. 31 Así todos pueden profetizar por turno, para que todos reciban instrucción y aliento. 32 El don de profecía está bajo el control de los profetas, 33 porque Dios no es un Dios de desorden sino de paz.

Este pasaje, tan lleno de sorpresas, no trata de profetas itinerantes o "de oficio" sino de mensajes  proféticos que surgían espontáneamente en medio del culto. Eran profetas congregacionales, en Corinto más de veinte años después del Pentecostés. Parece que eran muchos, tanto que Pablo tuvo que ordenar la situación. Es obvio que la profecía no funciona aqui como "señal de apóstol" sino como don carismático de la congregación. La palabra profética va para la comunidad de fe, y por eso todos ellos (hoi alloi) están llamados a juzgarla (diakrinô, evaluar, discernir), ya que todos son portadores/as del Espíritu de Dios. La iglesia debe escuchar la profecía y recibirla con respeto, pero con discernimiento crítico (cf. 1Tes 5:19-21, "No apaguen el Espíritu. no desprecien las profecías", pero "sométanlo todo a prueba" 5.21, dokinazô).

Lo más significativo en este texto es que describe esta profecía congregacional como revelación (apokaluptô, Dios [se] revela, cf. Rom 1:17,18). Según la Biblia, Dios se revela de distintas maneras. Su máxima revelación es Jesucristo, el Dios encarnado (Jn 1:,14,18; Heb 1;1-2). Segundo, la Palabra escrita, inspirada por el Espíritu, da testimonio de él (1Cor 2:9-13; Jn 5:39).[1] Además. la creación revela a su Creador (Sal 19:1-6; Rom 1:18-21). Y según nuestro texto, las profecías, debidamente escrutadas y convalidadas, son también revelación de Dios y su voluntad 1Cor 14:30; cf. Jn 16:8-13).

Pero, ¿qué es la profecía?  ¿Qué significa "profetizar"?

Pocas palabras están tan malentendidas como las palabras "profecía, profetizar". Se da por sentado que profetizar es vaticinar eventos futuros u otras veces que es la manifestación abierta de información secreta. De hecho, eso es el concepto pagano del término (los oráculos griegos, la Sibila, Nostradamus, el horóscopo). Entonces surgen falsos profetas que se creen dueños de la palabra divina y no invitan el cuestionamiento ni lo toleran. Cada primero de enero presagian los sucesos del año que comienza, como una especie de super-horóscopo.  Con suerte se cumple la mitad de sus especulaciones, lo que consideran "un buen porcentaje". Que diferente de la ley de Moisés, que afirma que cuando un "profeta" predice algo y eso no ocurre, el tal "profeta" merece la pena de muerte. Si esa ley se aplicara hoy, nuestros cementerios estarían llenos de cadáveres de profetas. Claro que nada de ese circo es "profecía" en el sentido verdadero.

El concepto bíblico de la profecía se descubre mejor por el análisis de los escritos proféticos de las escrituras hebreas (Isaías a Malaquías, en nuestro canon), junto con los "profetas anteriores" (Moisés, Miriam, Samuel, Elías, Eliseo, Natán etc). Ese grupo numeroso no se caracterizaba por concentrarse en el futuro a expensas de su contexto del presente. Al contrario, su eje central era el cumplimiento fiel del pacto de Dios con Israel y con las demás naciones.

Es claro que Dios conoce el futuro, y lo ha revelado, pero no sólo para que conozcamos cosas del mañana, sino para que cumplamos su voluntad hoy, en el presente, a la luz del porvenir.[2] Los profetas no eran futurólogos, mucho menos adivinos ni pitonisas. No eran profetas porque vaticinaban el futuro sino porque entendían el presente a la luz de la voluntad de Dios. Si no predecían nada futuro, no eran menos profetas. El profeta es profeta porque trae un mensaje de Dios para el pueblo y para los pueblos.

Estudiosos de las escrituras, analizando bien las acciones y los escritos de los profetas hebreos, han encontrado lo esencial y definitivo del profetismo en su doble función de denuncia y de anuncio. Denuncian los pecados e injusticias, tanto fuera de Israel (Amós 1:3 - 2:3) como dentro del pueblo de Dios (Amós 2:4-12). Su lenguaje era fuerte, no siempre amable (igual que el de Jesús). Anuncian juicio y salvación para Israel y las demás naciones y hasta una nueva creación (Isa 65:17). Para hacer todo eso, los profetas tenían que ser como los hijos de Isacar, "entendidos en los tiempos, que sabían lo que Israel debía hacer" (1Cron 12:32). Eran profetas porque veían su mundo con los ojos de Dios y sus corazones ardían con celo por la voluntad de Dios.

Juan de Patmos, autor del Apocalipsis, nos da el ejemplo perfecto de lo que significa ser profeta. Su libro comienza con dos visiones del Señor, primero como Hijo de hombre (Apoc 1-3) y después como "el que está sentado en el trono" (Apoc 4-5). Al final del capítulo cinco Juan está escuchando la adoración de millones de ángeles (5:11-12), y en seguida está escuchando el clamor de las víctimas de guerra, explotación, epidemias, persecución y terremotos (cap. 6). El profeta ha estado con Dios, pero está también, plenamente, con su pueblo. Ve a Dios, pero también está viendo, analítica y críticamente, las realidades históricas. Si solo está viendo al cielo, puede ser un místico pero no un profeta. (Por eso, "profetas" y "profetisas" que no tienen una clara visión de la realidad histórica, no merecen ninguna credibilidad). Por otra parte, quienes solo ven la realidad histórica, sin verla con los ojos de Dios, pueden ser sociólogos o políticos pero jamás profetas tampoco.

El profeta Juan cumple también la doble función que marcaba el mensaje de los antiguos profetas hebreas. Juan denunció los pecados de las siete iglesias, atacó el culto al emperador (13:2,4) y condenó vehemente los  crímenes del imperio romano.[3] A la vez anunció el juicio contra los opresores, el triunfo del bien sobre todo mal, y sobre todo, anuncia una nueva creación, una nueva comunidad y un nuevo paraíso (Apoc 20-22). ¿Habrá en toda la literatura del mundo un libro más esperanzador que el Apocalipsis?

Los profetas no son infalibles; ¡cuestionarlos es un deber cristiano!

Entre las congregaciones que fundó San Pablo, hubo dos extremos en cuanto a la profecía. En Tesalónica apagaban al Espíritu, despreciando las profecías (1Tes 5:19-20).  Eran lo que hoy llamaríamos "anti-pentecostales"  A ellos, Pablo les manda dejar de actuar así, pero a "someterlo todo a prueba", es decir, ni rechazar las profecías de antemano ni tampoco creerlos ciegamente, sino examinarlas y retener lo bueno. Tenía que tomar las profecías más en serio pero con discernimiento maduro, para no ser engañados por falsos profetas.

De 1Cor queda claro que en Corinto existía el otro extremo. Su tendencia de sobrevalorar los dones carismáticos los llevaban a exageraciones, abusos y en general mucho desorden. Hoy los llamaríamos "ultra-pentecostales". Con una libertad a veces excesiva, casi todos querían hablar lenguas y profetizar, aparentemente creyendo que las lenguas y las profecías fueran Palabra de Dios sin mediación humana falible y hasta pecaminosa.  A ellos Pablo les manda poner en orden su conducta, a profetizar uno a la vez y no más de dos o tres en cada culto, Además. al mandar que "los demás juzguen" cada profecía (hoi alloi diakrinô), Pablo repite, en otras palabras, la exhortación de 1Tes 5, de examinar (dokimazô) las profecías antes de recibirlas como revelación.

Nótese que los verbos "examinar" y "juzgar" en estos textos están en el modo imperativo. Todos los fieles, como portadores/as del Espíritu de Dios, tienen el deber de aportar a la valoración crítica de las profecías y demás mensajes. La iglesia cristiana debe ser una comunidad de personas de convicciones claras y fuertes, como eran los profetas hebreos. No es ni locura ni soberbia sentirse guiado por el Espíritu Santo hacia una percepción de la voluntad de Dios para la iglesia y para la nación. La soberbia consiste más bien en menospreciar la voz profética de otros creyentes.

Esta visión bíblica choca frontalmente con modernos conceptos de tolerancia y del amor como no criticar al otro/a. El mismo concepto de profecía como revelación es contracultural hoy en una sociedad muy acostumbrada a "menospreciar la profecía" como también la revelación misma.

Pentecostés significa que toda la iglesia está llamada a ser profética

En el día de Pentecostés, en que nació la iglesia cristiana, se cumplieron un antiguo anhelo de Moisés y una profecía de Joel. En una ocasión Moisés convocó a setenta ancianos al Tabernáculo, donde Yahvéh les impartió el Espíritu y profetizaron.  Dos ancianos, Eldad y Medad, no se acudieron a la reunión pero a pesar de esa rebeldía el Espíritu vino sobre ellos y también profetizaron. Cuando un joven reportó eso a Moisés, en vez de molestarse por esa aparente amenaza a su autoridad, respondió, "¿Estás celoso por mí? ¡Cómo quisiera que todo el pueblo del Señor profetizara, y que el Señor pusiera su Espíritu en todos ellos!" (Num 11:24-29). Ese anhelo de Moisés se realizó plenamente el día de Pentecostés. El profeta Joel, en un momento de crisis nacional y juicio divino, anunció tiempos de salvación en que Dios derramaría su Espíritu sobre toda carne (Joel 2:28-29). Este texto de las escrituras hebreas sirvió de base para el sermón de Pedro el día de Pentecostés:

                  17“Sucederá que en los últimos días —dice Dios—,              derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano ["toda carne"]. `                      Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán,                         tendrán visiones los jóvenes                         y sueños los ancianos.             18 En esos días derramaré mi Espíritu sobre mis siervos y mis siervas,                         y profetizarán.                        Hech 2:17-18)

(1) Este pasaje repite dos veces que en el día de Pentecostés Dios derramó su Espíritu sobre "toda carne".[4] Antes del Pentecostés, Dios daba el don del Espíritu a ciertas personas específicas, nunca a todo el pueblo.  Era individual, pero desde el Pentecostés es corporativo, de todo el cuerpo de Cristo. De esa forma, la promesa del Espíritu atañe a la iglesia misma como entidad y a todos y cada uno de sus miembros como personas. El don se imparte sin discriminación alguna, sea de edad, sexo o categoría socio-económica (hijos, hijas, jóvenes, ancianos, siervos/as;  cf. Gal 3:28).

Muchos textos del N.T. enseñan que todo cristiano/a, desde el momento de entregar su vida a Cristo, es morada del Espíritu Santo (Efes 1:13; 1Cor 12:13; 2 Cor 1:22; Jn 14:18). El Espíritu. es la vida común del Cuerpo de Cristo y asigna los dones y funciones de cada miembro (1Cor 12:11). De estos hechos la primera epístola de Juan saca una conclusión sorprendentemente radical:

17Estas cosas les escribo acerca de los que procuran engañarlos. 27 En cuanto a ustedes, la unción que de él recibieron permanece en ustedes, y no necesitan que nadie les enseñe. Esa unción es auténtica —no es falsa—y les enseña todas las cosas.

¡Qué bajada de piso para los que pretendemos ser maestros del pueblo del Señor! ¡El texto nos dice que sobramos! (Cf. Stg 3:1). Pone al mismo nivel maestro y alumno y declara que desde el Pentecostés la comunidad tiene el mejor de los maestros, ¡el Espíritu Santos! Somos "maestros ayudantes" que acompañamos al pueblo creyente; no somos autoridades ni indispensables  Esto también es consecuencia del Pentecostés y explica la base del escrutinio congregacional de las profecías.

(2) Es impresionante como el pasaje de Joel, citado por Pedro, se concentra en un solo ministerio del Espíritu: la profecía.  Los hijos e hijas profetizarán, los jóvenes tendrán visiones, los ancianos tendrán sueños y los siervos y siervas de Dios profetizarán.[5] Esta marca para siempre a la iglesia, que nace en ese suceso, como una comunidad profética por esencia. ¡Desde el Pentecostés la iglesia es una comunidad de visionarios y soñadores ("yo tengo un sueño", Martin Luther King)!

La frase "sobre toda carne" podría significar "sobre toda clase de creyentes". sin distinción de edad o sexo, pero el sentido natural es más amplio e inclusivo. El antecedente de Num 11;29 y las ensñanzas del N.T. sobre la morada del Espíritu en todo creyente favorecen la interpretación de que cada creyente, sin excepción, comparte el don del Espíritu del Pentecostés. Eso significa que todo creyente también, al igual que la iglesia misma, tiene un llamado profético y un deber de cumplirlo de alguna manera.

El Espíritu que Dios derramó sobre la iglesia naciente era el mismo Espíritu de los antiguos profetas de Israel. Dios no tiene otro Espíritu más cómodo y más agradable, menos exigente y amenazante al status quo. El prototipo para la iglesia tiene que ser el mensaje y la praxis de esos antiguos portadores de la verdad y la voluntad de Dios. De forma similar, todo cristiano está llamado/a a una presencia profética, de alguna forma, en la iglesia y en la sociedad.

A la luz del significado bíblico y del modelo de la práctica profética, podemos concluir que la iglesia nació para ser una comunidad de discernimiento crítico, de cuestionamiento, de dialogo y debate abierto. Desde el Pentecostés. la denuncia y el anuncio proféticos son deberes de la iglesia, como lo son para todos los y las fieles. Es deber también para todos y todas participar activa y críticamente en el análisis de las decisiones de las Iglesias, las aclaraciones doctrinales y los debates exegéticos sobre la interpretación bíblica. Si estamos llamados a examinar las profecías, mucho más imperativo es cuestionar a los políticos, los biblistas y teólogos, y hasta los mega-pastores.  Después del Pentecostés, suprimir la criticidad profética o evadir el debate sólo para quedar bien y no tener problemas es desobediencia al imperativo bíblico.[6]

Esta perspectiva sobre la profecía es profundamente liberadora en nuestra moderna sociedad burguesa, donde la "religión" se relega casi totalmente a la esfera privada, donde tener convicciones se malinterpreta como falta de tolerancia y donde la crítica directa se condena como falta del amor. Nuestro llamado profético, de todos y todas, nos libera para afirmar convicciones radicales, que entendemos como la voluntad de Dios... ¡y también libertad para equivocarnos!

[1] Ver "la inspiración de las escrituras", www.juanstam.com, I5 de mayo de 2010.

[2] Ver Stam, Apocalipsis Tomo I, pp. 17-19, "Juan de Patmos habla del futuro, pero desde su presente y para su presente". Cf. Tomo III, pp. 123-125, "Juan no era futurista, tampoco preterista, sino que mantenía siempre juntos el 'ya' y el 'todavía no'".

[3] Interpretado en su contexto histórico-exegético, el Apocalipsis denuncia las estructuras políticas, militares, económicas e ideológicas del impero romano. Resistió la tentación de solo tratar de resolver los problemas de la iglesia y de protegerla contra peligros. Fue un atrevimiento profético casi loco. Ver "Apocalipsis y el imperio romano" en www.jaunstam.com (11 de enero 2010) y los cuatro tomos de mi comentario sobre el Apocalipsis.

[4] Hace unos años escuché una novedosa interpretación de "toda carme", cuando un ganadero dijo por televisión, "mis vacas son carne también y tienen el Espíritu Santo". ¡A veces la interpretación literal produce desastres teológicos!  Por otra parte, la traducción "todo el género humano", tomada fuera de contexto, podría sugerir un derramamiento del Espíritu Santo sobre todo ser humano, sin excepción alguna.

[5] El texto de Hch 2:18 agrega el verbo final, "y profetizarán", que falta en el texto hebreo y en la Septuaginta.

[6] v El otro extremo, de críticas irresponsables e injustas (critconería), es pecado y hace mucho daño en las iglesias.a



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