El mensaje a Éfeso

Cristo apareció a Juan con trés propósitos: mostrar que está vivo y glorioso, comisionar a Juan para su taréa profética, y hablar a cada una de las siete congregaciones.

Juan Stam
Juan Stam

 a. Cristo habla a la congregación de Éfeso

(Una iglesia activista, sin amor)

(2.1-7)

1Escribe al ángel de la iglesia de Éfeso:

Esto dice el que tiene las siete estrellas

              en su mano derecha

y se pasea en medio de los siete candelabros de oro:

2Conozco tus obras,

tu duro trabajo y tu perseverancia.

Sé que no puedes soportar a los malvados,

y que has puesto a prueba a los que dicen ser apóstoles

              pero no lo son;

y has descubierto que son falsos.

3Has perseverado y sufrido por mi nombre,

              sin desanimarte.

4Sin embargo, tengo en tu contra

     que has abandonado tu primer amor.

5¡Recuerda de dónde has caído!

Arrepiéntete

y vuelve a practicar las obras que hacías al principio.

Si no te arrepientes,

iré y quitaré de su lugar su candelabro.

6Pero tienes a tu favor

              que aborreces las prácticas de los nicolaítas,

                    las cuales yo también aborrezco.

7El que tenga oídos,

              que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.

Al que salga vencedor

              le daré derecho a comer del árbol de la vida,

              que está en el paraíso de Dios.

Cristo se había presentado a Juan con dos propósitos especiales: comisionarle para una tarea profética (1.17-19) y dirigir personalmente un mensaje a cada congregación por nombre.  A partir de la visión de sí mismo que ha dado al profeta, y las palabras que le ha dirigido, el Hijo de hombre le asigna a Juan su primera misión: "Escribe al ángel de la iglesia de Éfeso".  Esta frase va a repetirse siete veces, con el nombre de cada congregación; ninguna comunidad de fe quedará sin una Palabra de su Señor.  La fórmula "esto dice" (Tade legei) ocurre unas 330 veces en la Lxx como introducción de solemnes declaraciones proféticas (Peake; Lilje). Según Lilje, en los tiempos del NT también se usaba en proclamaciones reales.[1]

Éfeso era la ciudad más rica e importante de la región.  Con Antioquía y Alejandría, compartía el liderazgo en todo el oriente del imperio.  Favorecida con el puerto principal de Asia Menor y con un dominio de las rutas más estratégicas de comercio hacia Mesopotamia, Éfeso podría llamarse el Buenos Aires o la Nueva York de Asia.  Además del templo a Artemis (o Diana: Hch 19.24), una de las siete maravillas del mundo antiguo, las espectaculares ruinas de Éfeso incluyen hoy un teatro (Hch 19.29,31), gimnasio, biblioteca de dos pisos, baños y mucho más.  Una lujosa calle de 70 pies de ancho, orillada de bellas columnas por ambos lados, corría desde el centro de la ciudad hasta el puerto.

Como ciudad libre, Éfeso tenía su propio gobierno.  Según Lilje, se inauguraban las sesiones del parlamento (boulê) con rituales de culto al emperador.  Aunque Pérgamo le daba competencia para el liderazgo político de Asia Menor, Efeso funcionaba en efecto como capital de la provincia (Foulkes).  El derecho de kataplous ("puerto de primera llegada") de que gozaba Éfeso significaba que los gobernadores senatoriales asignados a Asia tenían que desembarcar ahí para entrar a sus funciones en la provincia (Caird).  El mismo Augusto visitó a Éfeso a lo menos cuatro veces (Lilje), entrando a la ciudad por la lujosa calzada con las pomposas ceremonias de una parousía real.

Además, como sede del gran templo de Diana, Éfeso era un lugar de peregrinajes multitudinarios que le brindaban mucho prestigio religioso y abundantes ganancias económicas.  Desde el año 29 aC había sido también pionera del culto al Emperador en Asia.  Ya para los tiempos de Juan se había formado una fusión entre los cultos a Artemis (Diana) y al Emperador (Foulkes; Lilje).  Junto con Pérgamo, eran los lugares de mayor práctica del culto imperial en toda Asia Menor

La congregación de Éfeso era la "iglesia madre" para la provincia asiática; había sido una congregación privilegiada en todo sentido.  Fue la única de las siete iglesias en que Pablo había ministrado personalmente, pasando unos tres años con ellos (Hch 20.31).  Después de un poderoso avivamiento espiritual (Hch 19.17-20) siguió un violento alboroto (19.23-41; cf 1Co 15.32).  Desde Éfeso el evangelio se extendió a toda la provincia de Asia (Hch 19.10).  Gozaron de una sucesión pastoral que sería la envidia de cualquier congregación: ¡Pablo, Timoteo, y Juan!  También había sido un notable centro de literatura cristiana.  Pablo les dirigió su epístola más teológicamente profunda, y todo indica que desde Éfeso se escribieron las epístolas pastorales, el cuarto Evangelio, las epístolas juaninas, y el Apoc.  Veinte años después San Ignacio de Antioquía les envió una importante carta en la que les brinda muy altos elogios. 

Los méritos de la congregación de Éfeso parecían augurarle un saldo altamente positivo ante los ojos del Señor, correspondiente al gran prestigio de que gozaba.  "Yo me doy cuenta", les dice Jesús, "de tu conducta, de tu trabajo ardua y de tu tenaz perseverancia".  ¡Dichoso el pastor de Éfeso!  De pocas congregaciones se podría decir hoy que se esfuerzan hasta la fatiga y el agotamiento (kopos: golpeado por la dura faena).  González Ruiz interpreta la hupomonê como "resistencia a toda integración en el intento de `compromiso histórico' con la idolatría, sobre todo con el culto imperial"[2], que de hecho florecía en Éfeso.  El odio de los efesios hacia los nicolaítas (2.6; ver 2.14-15) expresa esa terca firmeza en oponerse a toda componenda con la ideología imperial idolátrica.  Por eso habían sufrido por su fe, pero sin flaquear en ningún momento: "¡Tenacidad sí tienes!  Has aguantado mucho por mi nombre sin darte por vencido".  Cristo les reconoce plenamente estos méritos (2.2,3,6).

Doctrinalmente, la iglesia de Éfeso era sumamente rigurosa ("no puedes aguantar a los malos") y dotada de suficiente discernimiento teológico como para desenmascarar a los seudo-apóstoles ("pusiste a prueba a los que se llamaban apóstoles sin serlo, hallándolos embusteros").  Evidentemente se refiere a maestros itinerantes, probablemente nicolaítas, que presumían alguna especie de autoridad apostólica (cf 2Co. 11.5,13; 12.11; Did 11.3-8, 16).  Ante los "lobos" que Pablo había profetizado para Éfeso (Hch 20.29), los efesios respondían con una firmeza que llegaba a la intolerancia, un ferviente afán de ortodoxia, y una capacidad crítica para examinar a los impostores y desenmascararlos.  En fin, Éfeso era una iglesia trabajadora, activa, estricta y ortodoxa.  ¡Una congregación ejemplar!

¡PERO! Frente a tantos méritos, y a pesar de todo el prestigio de Éfeso como iglesia madre, el Señor les confronta con la falla fatal que efectivamente restaba valor a todas sus virtudes: "has dejado ese amor que te caracterizaba al principio".  Esta comunidad, que había sido un modelo de amor cristiano (Hch 19.10-20, 30-31; 20.17-38; Ef 1.15, "vuestro amor para con todos los santos"), ahora se había enfriado y endurecido.  Sin el amor, sus arduos trabajos no eran más que activismo sin sentido.  Sin el amor, ni el éxito ni el prestigio tenía el menor valor (cf 1Co 13.1-3).

¿A qué amor se refiere el Señor aquí?  ¿Habían los efesios dejado de amar al Señor Jesucristo con el fervor de antes?  ¿Entonces cómo podemos entender su excelente perfil congregacional?  Seguramente ellos creían que realizaban sus incansables trabajos por amor del Señor; seguramente piadosos sentimientos de devoción  a Dios motivaban, en gran parte, las energías de su activismo eclesiástico y su estricta rigurosidad doctrinal.  ¿De qué otra forma se podría entender todas sus virtudes y logros como congregación?

A pesar de la primera impresión de que habían perdido el amor al Señor, el contexto indica que más bien habían perdido el amor al prójimo.  El problema no era tanto que habían descuidado su vida espiritual, sino que habían descuidado sus relaciones de afecto y respeto a los demás.  Del legítimo mérito de no poder aguantar a la maldad (cf. 2.2) y de aborrecer las obras de los nicolaítas (2.6), como Cristo mismo las aborrece, aparentemente habían pasado a aborrecer a los herejes mismos.  De odiar al pecado, es un paso sutil y fácil pasar a odiar a la persona del pecador.  Y de hecho, al perder esa caridad fraterna, están faltando en su amor al Señor mismo (Mt 22.37-38; 1Jn 2.9-11; 3.10,14s; 4.17s; 4.20s; 5.1).  Dejar de amar al prójimo, aun cuando esté en errores graves, es ya en sí dejar de amar a Cristo.

Tres verbos imperativos constituyen la exhortación a los efesios: "Acuérdate de dónde has caído; arrepiéntete;  vuelve a tu conducta inicial".  En vez de seguir gloriándose en sus laureles, debe reconocer que ha caído y volver a la práctica de amor que antes le era típica.  Más que un cambio emocional, para volver a sus primeros sentimientos, el Señor les exige cambiar su conducta y realizar de nuevo las obras de antes.  Si no lo hace, no tiene ningún futuro: "vendré a ti y removeré tu candelabro de su lugar, si no te arrepientes".[3]

Ramsay ha señalado lo contextual de esta advertencia, ya que el cambio era una constante en la vida de Éfeso.  La fuerte sedimentación del río Caistro hizo que la ciudad se cambiara periódicamente de ubicación: "La ciudad seguía al mar y cambió de lugar en lugar para mantener su importancia como único puerto del valle".[4]  La original ciudad iónica fue trasladada después por Creso (c 550 aC) y nuevamente por Lisímaco (c 287 aC).  Por otra parte, la figura de remover un candelabro traía resonancias históricas.  Los bellísimos candelabros del templo de Salomón fueron llevados a Babilonia, y la del templo de Herodes se fue a parar en Roma.  

¿Se arrepintió la iglesia de Éfeso?  San Ignacio, dos décadas después, la llama "la bendecida en grandeza de Dios con plenitud...para gloria duradera e inconmovible" (Ign Ef intr) y elogia sin reserva alguna "vuestro nombre amabilísimo, que con justo título lleváis conforme a la fe y caridad en Cristo Jesús" (1.1); "ninguna cosa amáis sino a solo Dios" (9.2).  Onésimo, el obispo de Éfeso, es "varón de caridad inenarrable" (1.3), y su colegio de ancianos "está armoniosamente concertado con su obispo como las cuerdas con la lira" (4.1). Los efesios mantienen su celo doctrinal: "entre vosotros no anida herejía alguna...Puesto que Jesucristo os habla en verdad, a nadie más tenéis interés en escuchar" (6.2; cf 8.1; 9.1; 11.2).  En un salto de entusiasmo, Ignacio les saluda con "¡oh efesios! Iglesia celebrada por los siglos" (8.1).  Evidentemente la congregación de Éfeso supo responder al llamado de su Señor.

La ciudad de Éfeso, a pesar del problema de la sedimentación del río, tuvo varios siglos más de gloria y fue sede de un obispado.  Un importante concilio cristológico, que condenó al nestorianismo, se realizó en Éfeso en 431 d.C.  Poco después la ciudad comenzó a declinar, y en el siglo XIV los turcos deportaron a sus últimos habitantes.

"Quien tiene oído, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias" (2.7).  Estas palabras son una ampliación de la frase más repetida en labios de Jesús según los evangelios (Mr 4.9 y siete pasajes más).  El haber recibido la Palabra profética trae, para todas las iglesias, una muy solemne responsabilidad.  Sólo los sordos espirituales no entenderían su palabra.  Es Dios quien nos ha dado la facultad del oído, y nos ha hablado su palabra.  Al hablar Jesús, y al escribirlo Juan, es el mismo Espíritu quien habla a la iglesia universal.  Ahora a cada uno nos toca escuchar y obedecer la palabra profética.

Los rabinos daban gran importancia al oído humano.  R. Jehoshua b. Qarcha, al iniciar una exposición bíblica, ora "que el oído del oyente se rompa" (se abra).  Otro maestro exhortó al oyente, "Haz tu oído como un embudo", para no perder nada de la enseñanza.  El cuerpo humano tiene 248 miembros, correspondiendo a los 248 mandamientos de la Tora (juntos con 365 prohibiciones, una para cada día).  De los 248 miembros, tres son los que Dios mismo no puede controlar: el ojo, la nariz y el oído, el de más grave responsabilidad. Por eso, en Gehena el oído será el primer miembro del cuerpo en quemarse.[5]

Los que oyen la palabra profética y la cumplen serán vencedores.[6]  A menudo la iglesia primitiva veía la vida cristiana como militancia y el creyente fiel como un luchador valiente por la fe y la verdad.  Pero mucho más en tiempos de amenaza de persecución, el vencedor es el testigo fiel, sin claudicar, hasta la muerte (12.11).  A diferencia de todo concepto mundano de combate y victoria, esta victoria se consigue en su máximo término precisamente por morir.  Humanamente hablando, estos creyentes lucían débiles y hasta fracasados, pero su resistencia aparentemente impotente ante el masivo poder romano de hecho era la victoria conquistada.  Su "desobediencia civil" en el nombre del Señor, y su resistencia no-violenta, constituiría su victoria.

Caird (1966:32) señala que en Apoc el término "vencedor" lleva una fuerza "misteriosa, casi numinosa".  Es el ideal y la esperanza que debe inspirar al cristiano en su lucha.  El primer vencedor, por excelencia, es "el Cordero que ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos" (5.5).  Ahora el vencedor es el discípulo que lucha fielmente en Cristo y con Cristo para compartir la victoria de su Señor (2.26-27; 3.21).  Así "ellos han vencido por la sangre del Cordero y por la palabra de testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte" (12.11).  De la victoria de él podemos aprender lo que es verdadera victoria: ¡morir para vencer!  La meta más profunda de Apoc es llamar a todo cristiano a ser fiel a la manera del Cordero.

La promesa de Cristo al vencedor es que "le daré el derecho de comer del árbol de la vida que está en el paraíso de Dios" (2.7).  Esta promesa quizá puede ser una alusión indirecta al primitivo recinto sagrado en Éfeso, alrededor de un árbol de dátiles, consagrado a Artemis.[7]  Este árbol sagrado, en el sitio donde después se edificarían el famosos templo de Diana, figura en las monedas de la ciudad.  Jenofontes se refiere a este santuario como un paraíso; dentro de sus muros había un refugio para los acusados y "un sitio de salvación para todo suplicante".[8]  Evidencias históricas indican que Marco Antonio y después Domiciano ampliaron los limites del santuario de Artemis, creando así serios problemas de criminalidad.[9]

Esta posible referencia a la cultura local de Éfeso no disminuye el significado decisivo del relato bíblico del paraíso y el árbol de vida.[10]  Cristo, el segundo Adán, ha restablecido el orden primigenio de la creación y, si somos fieles, nos invita a comer del árbol de la vida, antes prohibido.  Viviremos en un paraíso que no será refugio de criminales sino santuario de los redimidos, y nunca seremos removidos.  El sustantivo xulon para la frase "el madero de la vida" hace pensar también en una comparación con la cruz: nuestro sufrir y hasta morir con Cristo convertirá "el madero (xulon) de la cruz" en árbol de vida.  Otros, desde una perspectiva sacramental, sugieren que el "árbol de vida" puede señala en última instancia a Cristo mismo, de quien "comemos" para participar en la vida eterna (cf Jn 6.32-58).  Participar en él es vida verdadera y vida eterna.

Esta es la primera promesa en darse y la última en cumplirse (22.2)  El mensaje de Cristo plantea a los efesios una opción radical: seguir como están y perder su candelabro, o arrepentirse, ser fiel hasta la muerte, y ganar el árbol de la vida en el paraíso.

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No bastan el activismo y el éxito

Esta comunidad, cuyo activismo, seriedad y "éxito" la asemejan a muchas congregaciones muy admiradas tanto en América como en otras partes del mundo, se hubiera tomado en cualquier lugar como modelo de lo que debe ser y hacer una iglesia.  Es más: todo hace sospechar que ellos mismos, sin darse cuenta de su falla fatal, se creían una congregación realmente ejemplar.  El diagnóstico penetrante de Jesús les debe de haber traído una enorme sorpresa.  ¡Qué diferentes que son los criterios de Cristo a los nuestros!

La radiografía de Éfeso nos deja muy claro que no bastan, ante los ojos del Señor, el activismo, el éxito, ni aun la perseverancia bajo el sufrimiento (cf 1Co 13.1-3).  Más allá de los programas, proyectos y comités, Cristo busca la motivación más íntima del corazón.  En todo el hormiguero de su arduo labor, los efesios no podían decir con Pablo que el amor de Cristo les constreñía (2Co 5.14).  La maquinaria eclesiástica seguía caminando, pero ya no se movía por el impulso supremo del amor a Cristo y al prójimo.  Los programas y actividades se habían convertido en fines en sí mismos. Se había perdido la visión de Cristo en medio de ellos; ya habían olvidado a aquel a quien amamos sin haberlo visto (1P 1.8).

González Ruiz sugiere que los efesios perdieron el primer amor como resultado de un proceso de institucionalización y burocratización.  Lo que antes se hacía por la pasión de amor, ahora se hace por mera tradición y rutina.  Las ruedas oficiales siguen dando vueltas; la maquinaria eclesial se ha convertido en su propia finalidad.  Sutilmente, el amor a Cristo y al prójimo había quedado reemplazado por el amor al éxito, al poder, y a su congregación como institución (algo así como el denominacionalismo de hoy).

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Tampoco basta la ortodoxia

La carta a los efesios presenta una extraña correlación entre amor (2.4) y odio (2.6), que nos plantea el problema de la intolerancia.  La ejemplar ortodoxia formal de los cristianos de Éfeso incluía un odio a "las obras de los nicolaítas, las cuales yo también odio" (2.6).  La tensión entre amor y odio se destaca por el paralelismo con que se formulan:

            2.4 Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor;

            2.6 Pero tienes esto, que odias...y yo también odio.

Lejos de condenar el celo doctrinal de ellos, Cristo lo reconoce como cierta virtud ("tienes esto a tu favor") y hasta lo hace suyo ("las cuales yo también odio").  Pero a los efesios, en su afán por la pureza teológica, se les había escapado lo más importante: el amor hacia Cristo y el prójimo (inclusive el pecador y el hereje).  Su "odio" hubiera sido sano si fuera como la sombra de un amor mayor; pero con el "desamor" en que habían caído, ni su celo contra el error podría ser sano. 

En siglos pasados la fe se definía como "pensar con Dios" (o con la iglesia).  Aquí se nos habla de algo parecido: de "odiar con Cristo" lo que él también odia.  Caben aquí tres observaciones:

a) Para ser fiel cristiano, efectivamente hay que saber odiar.  Dios "ha amado la justicia y aborrecido la maldad" (Sal 45.7; Pr 8.13).  "Los que amáis a Jehová, aborreced el mal" (Sal 97.10).  "Aborreced lo malo, seguid lo bueno" (Rom 12.9). 

b) Para odiar bien, hay que "odiar con Dios": odiar lo que Dios odia, como lo odia y por las mismas razones del odio divino.  Al mirar atrás a las recientes décadas (1970-90) y mirar adelante hacia el siglo XXI, cabe preguntarnos: ¿Cuáles cosas odia Dios en este panorama?  ¿Por qué las odia?  ¿Cómo podemos también odiarlas en Cristo, con Cristo y como Cristo?

 c) Sólo podemos "odiar con Dios" cuando, aun más, "amamos con Dios".  Cuando el odio, aun el más santo, crece pero el amor va descreciendo, no podemos ni odiar bien ni amar bien.

Esto es un mensaje especialmente pertinente para la iglesia evangélica de América Latina, que desde que nació se ha alimentado de polémicas muy amargas.  Durante la mayor parte de su historia ha sido una "iglesia anti": anti-católica, anti-mundo, anti-ecuménica, anti-comunista, y anti-intelectual.  A veces (quizá las más de las veces), en el torrente de sus pasiones polemizantes y creyendo que está "odiando con Cristo", no se da cuenta que ha perdido su primer amor.  Ha dejado de "amar con Cristo" y está viviendo de sus propios antagonismos "anti-todo".  Sería parecido a lo que pasó con los efesios al dejar que sus muchos odios habían sofocado el gran amor con que habían comenzado.

G. Campbell Morgan hace un comentario sobre esta frase que todos los evangélicos haríamos bien en meditar:

Cuando oigo a personas denunciar en lenguaje amargo lo que consideran falsa doctrina, me preocupo más por los acusadores que por los acusados.  Hay una ira contra la impureza que es ella misma impura.  Hay un celo por la ortodoxia que es ella misma no-ortodoxa...Si han perdido su primer amor, harán más daño que bien con su defensa de la fe.  Detrás de todo "contender por la fe" tiene que estar la ternura del primer amor; detrás de todo celo por la verdad tiene que estar la apertura generosa del primer amor.[11]

"Violent zeal for truth hath an hundred to one odds to be either petulancy, ambition, or pride." J. Swift

El evangelio es un mensaje fundamentalmente afirmativo; ¿cómo podría un evangelio negativo ser buenas nuevas?  Jesucristo es el Sí y el Amén de Dios (2Co 1.19-20), pero a veces hemos perdido las grandes afirmaciones de la fe y nuestro "evangelio" ha sido reducido a un "no" y una "anatema".  Precisamente cuando nuestras convicciones afirmativas son suficientemente firmes y profundas, sabremos decir el "no" sin dejar de ser "la gente del Sí de Dios" y sin volvernos en tristes figuras amargas y antipáticas.  Amando con Dios, sabremos aborrecer con él las obras falsas e injustas.

Es muy importante precisar qué era lo que odiaban los efesios y odiaba también Cristo.  No se trataba meramente de aborrecer una serie de conceptos supuestamente errados sino de odiar "las obras de los nicolaítas" (2.6,15).  Como veremos más adelante, esa doctrina consistía en la asimilación conformista a la cultura pagana y al imperio romano: comer carne sacrificada, fornicar (con tal idolatría), y terminar rindiendo culto al Emperador.  Cuando la iglesia debía ser una contra-cultura de resistencia hasta la muerte, terminó siendo la religión oficial de la cultura estatal e imperialista.  Eso era también lo que Balaam y Jezabel habían enseñado a Israel en tiempos antiguos: la lenta y a veces inconsciente "baalización del Yahvismo".  La iglesia hoy debe examinarse.  Es posible que se haya llenado de odios que no son los de Cristo, y no haya sabido lo que Cristo sí odia (2.6): el acomodamiento fácil y cobarde a una sociedad piadosamente pagana.

El resultado de vivir desde sus "odios" (aun los que en sí tengan cierta justificación), y no desde el amor, es el desconectarse de su realidad, de su contexto. Se termina odiando ideas abstractas, sin amar a las personas concretas en sus situaciones reales.  A la luz de eso, es lógico que el castigo para Éfeso sea el fracaso de su misión ante el mundo: "Quitaré tu candalero de su lugar".  La iglesia que deja de amar a los de su lugar, termina siendo una iglesia sin lugar.  Por no vivir desde el amor, pierde toda la razón de su existencia como comunidad de fe y fracasa en su misión histórica.  Mejor pues que su candelabro sea quitado, como se bota un bombillo quemado (Barclay 1957:26).

[1]) Aune (1997:119,126-9,141s) clasifica las cartas bajo el género de "edicto imperial", conforme a modelos persas y romanos.

[2]) González Ruiz (1987:90).

[3]) La "venida" de Cristo aquí, como en otros pasajes de Apocalipsis, no se refiere a la parousia escatologíca sino a visitaciones históricas en juicio o bendición. Cf Caird (1966:32).

[4]) Ramsay (1904:245s).

[5]) Kittel (1968 1:551; cf 1:559), con la correspondiente documentación rabínica según Strack-Billerbeck.

[6]) Cf 1,3; 2.26; 1 Jn 2.13; 4,4; 5.4-5; Jn 16.33; 2 Esd 7.57s.

[7]) Cf Tácito Ann 5.3.6ss; Court (1979:25).

[8]) D.G. Hogarth (1908), citado en Court (1979:25).

[9]) ver M.P. Charlesworth (1954:39).

[10]) 2En 8.1-8 (Charlesw 1:114ss; en DíezM 4:163ss es 5.1-9) describe ampliamente el paraíso, en el tercer cielo, y el árbol de vida; ver comentario a 22.2.  Sobre el árbol como centro cósmico ver Aune 1997:152.

[11]) G. Campbell Morgan, A First Century Message to Twentieth Century Christians (London: Revell, 1902), pp. 46-47; traducción levemente adapatada del original inglés.



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