El hombre de la guitarra
Homenaje de Harold Segura en el quinto aniversario del fallecimiento de su madre, muy inspirado (venía con fotos)
El hombre de la guitarra
Recordando a Fanny, cinco años después de su muerte
Harold Segura Carmona
San José, 28 de septiembre de 2013
Fanny, mi mamá, murió hoy hace cinco años. Acabo de ver de nuevo las fotografía de la ceremonia fúnebre y del sepelio. Son recuerdos que mitigan el dolor y, en algo, ayudan a sanar la herida. He visto las fotografías de ese día (no recuerdo ahora quién las tomó) y las que tomé la semana siguiente en los sitios que ella solía frecuentar.
Me detuve en dos de esas fotografías donde aparece un señor de unos cincuenta años de edad, de barba mal cuidada, de vestido improvisado y de mirada escurridiza. Ese día no sabía quién era; no sabía su nombre ni su oficio. En una de las fotografías aparece en la iglesia, en el momento de la ceremonia, al lado del ataúd frente a los asistentes y cargando una guitarra. En otra aparece ayudando a llevar el ataúd entre las estrechas calles del cementerio.
Ese día le pregunté a Martha Lucía, mi hermana, quién era ese amigo de mamá, pero tampoco supo responderme. Al inicio de la ceremonia pensé que era un músico amigo de doña Fanny que había llegado para cantar algo en homenaje a ella. Siendo que yo no oficié la ceremonia, dije: quizá el pastor oficiante tenga planeado el momento de su intervención. Después me aclararon que eso de cantar no iba a suceder puesto que el caballero era sordo. Pasó toda la ceremonia escoltando el cuerpo de mamá, como haciéndole guardia de honor y, después, nos acompañó hasta el camposanto con la misma solemnidad que había tenido en la iglesia.
Unos días después volví a preguntar por el guitarrista incognito y me dijeron que era uno de los muchos personajes callejeros amigos de doña Fanny. Y eso me lo explicó todo. Ella acostumbraba ser amiga de todos los enfermos mentales que merodeaban por el barrio, de los mendigos que ruegan la caridad de los vecinos, de los vendedores ambulantes que anuncian sus productos a gritos y de los dependientes de las tiendas que durante el día venden leche y por las noches despachan licor. Así fue desde siempre; primero en el barrio San Nicolás, después en el Guayaquil y así en todos los barrios en donde vivió en Cali, Colombia. ¿Cómo iban ellos a estar ausentes en su sepelio? Lo estuvieron y en primera fila. Llegaron tres, cuatro o cinco de estos personajes en un bus que hasta hoy ignoro quién lo contrató.
Cuando regresé a su barrio para recorrer las calles y tomar algunas fotografías, me encontré de nuevo con el guitarrista sordo. Usé el teleobjetivo de la cámara para registrarlo desde lejos. Allí estaba con su guitarra, con el mismo vestido de aquella ocasión y una cachucha militar. Su oficio era deambular por las calles llevando una guitarra que nunca sonaba y a la espera de una mano amiga que le pagara por una canción que nunca cantaría.
¡La imagen del hombre de la guitarra junto al ataúd de mamá, para mí, es extraordinaria! Mamá nunca nos dijo de manera explícita que debíamos ser amigos de todos. Por cierto, no acostumbraba darnos muchas lecciones morales ni enseñarnos valores con la rigidez de una maestra (tampoco quiso ser miembro de una iglesia evangélica a pesar de mis insistentes invitaciones). Ella vivía y nosotros aprendíamos observándola. Martha y yo aprendíamos sus lecciones por sus gestos simples y espontáneos. Era amiga de todos ellos porque le gusta ser amiga y no porque una norma moral la obligara a ser así. Hasta hoy sigo intentando imitar su lección. Jesús dijo:
Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y seas recompensado. Más cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos. (Lucas 14:12-14)
Fanny, prepárate para ese día. El hombre aquel tocará su guitarra en el banquete y ya sano (porque allá no habrá enfermedad, dolor ni llanto) podrá cantarte, quizá un tango de Gardel o un bolero de los Panchos de los que siempre te acompañaron. Prepárate; llegarán todos tus amigos… y bailaremos juntos.