Dios es luz, desde siempre, y brilla ahora en nosotros (Ap 21:23; 22:5)
Resumen de la teología bíblica de la luz, con relación a Apoc 21-22
Dios es luz, desde siempre,
y brilla ahora en nosotros
(Ap 21:23; 22:5)
Ya hemos señalado que la Biblia comienza y termina con el tema de la luz (Gn 1:3,14-18; Ap 21:23; 22:5), y de hecho, es uno de los temas más centrales de todo el libro.[1] En el Apocalipsis, la primera descripción del Hijo de hombre señala que "su rostro era como el sol cuando brilla con todo su esplendor" (1:16; cf. 10:1; 22:16; Mt 17:2). La primera visión de Dios describe "al que está sentado en el trono" no con símbolos antropomórficos (cabello blanco, ojos como fuego) sino por el hermoso brillo de tres gemas (jaspe, cornalina y esmeralda) que proyectan todo el espectro policromático del arco iris (4:3). Dios es luz, y en forma muy apropiada el Apocalipsis describe a Dios y a su reino por la belleza de la luz reflejada y refractada por las más bellas joyas de toda la creación (21:11,18-21).[2] De los ángeles también se destaca el brillo de su luz (10:1; 18:1, el esplendor del ángel iluminó toda la tierra; cf. 15:6). La esposa del Cordero viste lino resplandeciente (lo que no es una propiedad natural del lino; 19:8; vs. 18:12,16) y la nueva Jerusalén, que es ella misma, "resplandecía con la gloria de Dios" (21:11).[3] Mientras el destino final de Babilonia es de tinieblas densas e impenetrables, sin tener ni una lámpara (18:23; cf. 8:12; 9:2; 16:10)[4], la historia de la luz de la gloria de Dios culmina en una permanente teofanía, cuando todo será revelación de Dios en su gloria y hermosura (NIDOTT I:328).
Isaías 60:19, que Juan cita en 21:23, tiene su propia teología de luz y tinieblas.[5] En el capítulo anterior el profeta denuncia el pecado, la injusticia y violencia en el pueblo:
La mano del Yahvéh no es corta para salvar,
ni es sordo su oído para oír.
Son las iniquidades de ustedes las que los separan de su Dios...
Ustedes tienen las manos manchadas de sangre
y los dedos manchados de iniquidad.
Sus labios dicen mentiras...
Nadie clama por la justicia...
Se apresuran a derramar sangre inocente (Is 59:1-4,7).
El resultado de tanto pecado no puede ser luz, sino con su pecado engendran tinieblas:
Conciben malicia y dan a luz perversidad...
Esperábamos luz, pero todo es tinieblas;
claridad, pero andamos en densa oscuridad.
Vamos palpando la pared como los ciegos,
andamos a tientas como los que no tienen ojos.
En pleno mediodía tropezamos como si fuera de noche (59:4,9-10).\
Pero entonces el pueblo se arrepiente y busca a Dios de nuevo:
Hemos sido rebeldes, hemos negado a Yahvéh.
¡Le hemos vuelto la espada a nuestro Dios!
Fomentamos la opresión y la traición,
proferimos las mentiras concebidas en nuestro corazón...
Yahvéh lo ha visto y le ha disgustado ver que no hay justicia alguna...
Por eso su propio brazo vendrá a salvarlos;
su propia justicia los sostendrá...
El Redentor vendrá a Sión',
¡vendrá a todos los de Jacob que se arrepientan de su rebeldía (59:13-16,20)
Ahora, con el arrepentimiento y conversión del pueblo, nace la luz sobre ellos. La transformación es total y muy dramática:
¡Levántate y resplandece, que tu luz ha llegado!
¡La gloria de Yahvéh brilla sobre tí!
Mira, las tinieblas cubren la tierra,
y una densa oscuridad se cierne sobre los pueblos.
Pero la aurora de Yahvéh brillará sobre ti,
sobre ti se manifestará su gloria.
Las naciones serán guiadas por tu luz, cf 42.6
y los reyes por tu amanecer esplendoroso...
Verás eso y te pondrás radiante de alegría (60:1-3).
Igual que en Apocalipsis 21, la gloria del Señor es la forma específica de esa anhelada luz.[6] Y será tal la gloria divina en toda la tierra, que ya no harán falta el sol y la luna:
Ya no será el sol tu luz durante el día,
ni con su resplandor te alumbrará la luna,
porque Yahvéh será tu luz eterna;
tu Dios será tu gloria.
Tu sol no volverá a ponerse,
ni menguará tu luna;
será Yahvéh tu luz eterna,
y llegarán a su fin tus días de duelo (Is 60:19-20).
Dios como la luz del mundo es también el tema de muchos salmos:
Yahvéh es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
Yahvéh es el baluarte de mi vida,
¿quién podrá amedrentarme? ...
Una sola cosa le pido a Yahvéh,
y es lo único que persigo:
habitar en la casa de Yahvéh,
todos los días de mi vida,
para contemplar la hermosura de Yahvéh
y recrearme en su templo... (Sal 27:1-4; cf. Ap 21:3)
Porque en ti está la fuente de la vida,
y en tu luz podemos ver la luz (Sal 36:10; cf. Jn 1:4).
Yahvéh mi Dios, tu eres grandioso;
te has revestido de gloria y majestad.
Te cubres de luz como con un manto;
extiendes los cielos como un velo...
Tu hiciste la luna, que marca las estaciones,
y el sol que sabe cuando ocultarse.
Tu traes la oscuridad, y cae la noche...
pero al salir el sol... sale la gente a cumplir sus tareas...
Cantaré a Yahvéh toda mi vida (Sal 104:2,19-23,33)
Para el salmista, la luz de Dios se nos comunica por su palabra, para iluminar la senda de nuestra vida:
Tu palabra es una lámpara a mis pies;
es una luz en mi sendero...
La exposición de tu palabra nos da luz,
y da entendimiento al sencillo (Sal 119:105,130)
El Nuevo Testamento mantiene esta teología de la luz, pero con variantes y avances. "Dios es luz y en él no hay ninguna oscuridad" (1Jn 1:5). Es "el Padre de las luces, en quien no hay cambios ni sombra de cambios" (Stg 1:17 BJ; cf. 2Co 4:6), "que vive en luz inaccesible, a quien nadie ha visto ni puede ver" (1Tm 6:16). Pero el Nuevo Testamento da al tema un énfasis cristológico y no duda en llamar a Cristo, igual que el Padre, como "la luz del mundo" (Jn 8:12). Los evangelios sinópticos ven a Jesús como cumplimiento de las promesas proféticas del Mesías como luz a las naciones en medio de las tinieblas (Mt 4:16 con Is 9:2; cf. Ro 2:19; Lc 2:32 con Is 42:6; 49:6).[7] El cuarto evangelio relaciona ese tema con la encarnación como presencia de Dios en la tierra, con mención especial del tiempo de la vida terrestre de Jesús (Jn 8:12; cf. 1:3; 9:15; 12:35-36). Para la escatología realizada de Juan, desde la encarnación de Cristo "las tinieblas se van desvaneciendo y brilla la luz verdadera" (1Jn 2:8).
En el libro de los Hechos los tres relatos de la conversión de Pablo (Hch 9:1-9; 22:1-11; 26:12-18) destacan la importancia de la luz en su encuentro con el Señor. Según la defensa ante Agripa, Cristo lo comisionó a Pablo "para que les abras los ojos y se conviertan de las tinieblas a la luz" (26:18). En textos como Hch 26:23 la predicación del evangelio se describe como "proclamar la luz". Según 2Tm 1.10, Cristo "destruyó la muerte y sacó a luz la vida incorruptible mediante el evangelio". En paralelismo con la misión de Jesús, Pablo también está enviado a traer luz a los ciegos y a los que están en la oscuridad (Hch 13:47; Ro 2:10; Is 42:7; 49:6). En estos pasajes, "la luz" es sinónimo del evangelio (1P 2:9).[8]
En su gran declaración de la fiesta de cabañas, cuando Jesús proclamó, "Yo soy la luz del mundo", dijo a continuación, "El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8:12). En Cristo, Dios nos da la luz de su rostro para que andemos en ella (1 Jn 1:7). Es más: Jesús, quien es la luz del mundo, dijo también que nosotros somos la luz del mundo (Mt 5:14; cf. Ef 5:8). Según el impresionante símil de Filipenses 2:15, somos hijos de luz que "brillan como estrellas en el firmamento" (Fil 2:15; 1Ts 5:5). "Dios, que ordenó que la luz resplandeciera en las tinieblas, hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo" (2Co 4:6).
Aquí debemos recordar también que el brillo del "lino resplandeciente" del vestido de la novia del Cordero consiste precisamente en las obras justas nuestras; es en nuestro compromiso, aquí en esta tierra, con el reino de Dios y su justicia que brilla la gloria de Dios en nosotros (Ap 19:8). En términos similares, el Salmo 90 describe el reflejo del resplandor de Dios en nosotros y nuestras vidas: "¡Sean manifiestas tus obras a tus siervos, y tu esplendor a sus descendientes! Que la hermosura del Señor [NoY__aM-AaDoNâY] nuestro Dios esté sobre nosotros. Confirma en nosotros la obra de nuestras manos..." (90:16-17).
Es imposible ver la gloria de Dios sin reflejar esa luz radiante de alguna manera. Cuando Moisés bajó del monte Sinaí, después de haber visto a Dios, su rostro brillaba con el resplandor de la gloria divina, pero él no se daba cuenta (Ex 34:29-35). Moisés no sabía, pero todo el pueblo se daba cuenta. Cuando la gloria del Señor ilumina nuestras vidas, no se trata de estarnos mirando en un espejo, con narcisismo espiritual, sino de reflejar la belleza de Dios en nuestro estilo de vida y en todas nuestras acciones:
Brilla en mí
Dios la luz de tu amor brilla,
en la oscuridad siempre brilla,
Cristo brilla en nosotros,
tu verdad libertad nos ha dado,
Brilla en mí, brilla en mí.
Coro: Brilla Jesús, llena al mundo de paz
y gloria, Espíritu pon el fuego en mí.
Brillo de amor, llena el mundo de tu justicia
Y que en tí, Señor, podamos ser luz.
Aquí estoy en tu gran presencia,
de las sombras a tu grandeza,
por tu sangre hay luz en mi vida,
Entra y quita todas las tinieblas.
Al mirar tu luz tan grande,
reflejamos tu amor triunfante.
tú nos llevas de gloria en gloria,
transformando toda nuestra historia,
Brilla en mí, brilla en mí...
[1] El lector puede buscar en una concordancia exhaustiva de la Biblia las siguientes palabras: Luz, lucero, lumbrera, lámpara, luminoso, antorcha, candelero, alumbrar, iluminar, tinieblas, oscuridad y otras. Sobre el tema bíblico de la luz, pueden consultarse TDOT I:147-167; NIDOTT I:324-329; Coenen I:462-474; IDB III:130-132; ISBE III 1986:134-136; Spicq III 1996:470-491; Dodd 1978B:208-218.
[2] Las piedras preciosas figuran también entre los lujos de Roma y su comercio (17:4; 18:12,16). La descripción de la Nueva Jerusalén da menos importancia a las perlas, que eran la pasión del imperio y el símbolo de la opulencia, y más al brillo y la belleza de las piedras preciosas.
[3] El lino fino de Babilonia es costoso, pero no resplandece (18:12,16), pero el lino fino de los ángeles (15:6), de la esposa del Cordero y de la nueva Jerusalén brilla con la gloria de Dios.
[4] Pueden consultarse también Ex 10:22; Isa 8:19-22: Am 5:18-20; Sof 1.15; 2P 2:7 y otros textos.
[5] Juan generalmente alude muy indirectamente al Antiguo Testamento, sin citarlo textualmente. La referencia a Is 60:19 en Ap 21:23 es probablemente lo más próximo a una cita textual en todo el libro.
[6] Isa 60 provee el trasfondo bíblico también para la venida de los reyes y las puertas que no se cierran (Is 60:5-17 Ap 21:24-26).
[7] De manera parecida, Ap 21:23 y 22:5 son un claro cumplimiento de Is 60:19-20, aunque Juan no lo señala así.
[8] En algunos pasajes, la luz del rostro de Dios significa bendición o salvación (Nm 6:25. la clásica bendición aarónica).