Desahucio de Dios, por Gustavo Román
Otro comentario sobre el proyecto de ley para quitar la religión oficial de la Constitución de Costa Rica, por el joven abogado cristian Gustavo Román.
DESAHUCIO A DIOS
Gustavo Román Jacobo
El diario digital informa-Tico (3 de setiembre de 2009), informa que, al ser consultado sobre un proyecto de reforma a los artículos 75 y 194 constitucionales, el Diputado Fernando Sánchez contestó: “no vamos a encontrar nada positivo en tratar de sacar a Dios de Costa Rica”. La propuesta del Movimiento por un Estado laico pretende dos modificaciones a la Carta Magna: a) suprimir el estatus de privilegio que el numeral 75 confiere a la Iglesia Católica, de manera que la norma, sin la contradicción que hoy contiene, garantice la libertad de culto para todos los habitantes y b) sustituir, en el juramento de los funcionarios públicos, la entidad ante la que se promete probidad, para que en vez de Dios, el voto sea de cara a las convicciones personales.
Que el fundamento de los motivos éticos no sean ya autoridades heterónomas sino la conciencia personal es un rasgo, según Kant, del paso de la mentalidad medieval a la moderna, correlativo, por cierto, al registrado en punto a la legitimación del poder político: por designación divina en el pensamiento premoderno y con base en la soberanía popular, desde las revoluciones americana y francesa. No deja de ser llamativo, por ello, que una reforma constitucional que recoge un cambio cultural con cientos de años de rezago, provoque escándalo. No en vano se ha advertido que, aunque hoy hablemos de posmodernidad, en muchos niveles de nuestras sociedades no se aprecian, siquiera, los elementos distintivos de la modernidad.
Pero lo contestado por el señor Sánchez, respecto al temido desahucio de Dios de nuestros 51 mil kilómetros cuadrados, tiene otra implicación. Sería muy preocupante que el Diputado creyera que la supresión de la referencia a la Iglesia Católica en el texto constitucional, es equiparable a “sacar a Dios de Costa Rica”. Ojalá se trate de un problema de lenguaje, dificultades para entender o darse a entender porque, de no ser así, semejante afirmación expresaría aquella forma de fundamentalismo religioso que hace de instituciones, libros o vicarios, objeto de culto, al punto de elevarlos al mismo sitial de la deidad que les da sentido.
En todo caso, para las teologías judías y cristianas, el supuesto desalojo divino plantea el hondo tema de la presencia/ausencia de Dios. ¿Cuáles son, según la tradición bíblica, las señales de la presencia de Dios? ¿En qué circunstancias sociales el creyente vivencia la ausencia de Dios, leimotiv de la teología judía desde el Holocausto?
Presencia y ausencia de Dios no se dirimen en lo prescrito por normas jurídicas. Muy por el contrario, en lo que a testimonio de la Iglesia refiere, ha sido en situaciones de feliz acomodo de la comunidad de fe a la autoridad estatal, en las que la primera ha perdido su sal; en las que la cruz, en palabras de Kierkegaard, ha quedado reducida a una trompeta de juguete. En cambio, la dramática de Jesús de Nazaret se actualizó en contextos de hostilidad hacia su mensaje. Así lo encarnaron Popieluzco, Bonhoeffer, Romero y Luther King, martirizados por el partido comunista polaco, el régimen nazi, la oligarquía salvadoreña y los cruzados del Nice-USA blanco… los dos últimos discursivamente cristianos.
Por otro lado, según el Antiguo Testamento, las características de aquellas sociedades en las que se manifiesta el reinado de Dios, pasan por el cobijo brindado a viudas, huérfanos y extranjeros. Lista a la que hoy habría que agregar, entre otros, a presos, discapacitados y ancianos. En contraste, el perfil de las realidades signadas por lo que experimentaban como ausencia de Dios, era de opresión y marginación social de los pobres, egoísta despilfarro de los ricos, institucionalización de la mentira y quebrantamiento de las leyes por parte de aquellos llamados a aplicarlas con rectitud.
Para el profetismo hebreo del siglo VIII a.C., Yahvé juzgaría a las naciones con base en su Palabra, que condenaba el fratricidio cainita (reeditado en la indiferencia hacia el otro que necesita ayuda) y exigía la justicia y misericordia que, como hermanos, se debían en virtud de la Alianza. Frente a ese Dios, de poco servirán las hojas de parra constitucionales. Él mira los corazones. Sería iluso creer que mediante una piadosa redacción de la Carta Magna, podremos cubrirnos las espaldas ante sus ojos.